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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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Catalunya, la nación imprescindible

Una gran 'senyera' proyectada en la fachada de la Generalitat

Josep Carles Rius

Felipe González, de forma consciente o inconsciente, ha puesto en el centro del debate político la palabra clave que explica el desencuentro entre Catalunya y España: la nación. Una buena parte de los catalanes tiene un profundo sentimiento de pertenencia a una nación, la catalana. Un sentimiento transmitido de generación en generación hasta perderse en el tiempo. Muchos, la mayoría según las encuestas, hacen compatible estos sentimientos con raíces y vínculos emocionales también muy antiguos y que parten de la historia y la cultura compartidas con España.

Catalunya intentó que la democracia española la reconociera como nación. Solo logró el eufemismo de ‘nacionalidad’, consagrada en la Constitución. En aquellos años la prioridad eran la ‘llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia’. La nación podía esperar. Hasta que el proyecto de Estatut, ya en el siglo XXI, volvió a plantear la reivindicación de siempre: “Catalunya és una nació”. Era la piedra angular del nuevo Estatut, la que le deba sentido. La propuesta significaba un nuevo pacto con España a partir del reconocimiento mutuo. Pero otra vez el subterfugio, y la nación acabó en el preámbulo y sin trascendencia legal. El Constitucional tumbó el Estatut después de ser aprobado en referéndum, con la carga de humillación que representa que un tribunal enmiende una decisión democrática.

Para la derecha española resulta inconcebible aceptar que Catalunya es una nación. Una de sus razones de ser está, precisamente, en la defensa del Estado-nación. De un Estado al servicio de una única nación, la española. El Partido Popular sabe que nada cohesiona más a sus bases que practicar el nacionalismo español frente a Catalunya, sin importarles los daños irreversibles que dejan por el camino. La apuesta por Xavier García Albiol, por el discurso duro, incluso xenófobo, es la última expresión de esta visión instrumental de Catalunya. El “se ha acabado la broma” que proclamó Albiol al presentar la reforma exprés del Constitucional para sancionar a Artur Mas intentaba recolectar votos para las Generales. Era una bravuconada para la galería. Otra vez, los daños en Catalunya no importan.

El PSOE no ha utilizado Catalunya para ganar votos en el resto de España. Resulta injusto cuando se formula esta acusación por parte del nacionalismo catalán. Pero los socialistas no saben cómo hacer compatibles las aspiraciones de Catalunya con la opinión pública de sus grandes feudos electorales. Esta contradicción les impide formular una alternativa federal que sea creíble en Catalunya. Y hablan de reconocer ‘singularidades’ cuando una mayoría social en Catalunya se siente nación y no una ‘realidad singular’. Por eso era tan importante que el gran referente del PSOE, Felipe González, reconociera que Catalunya es una nación. Pero resulta que fue un malentendido y que se limitó a aceptar su ‘identidad nacional’. Otra vez los eufemismos.

El movimiento soberanista que vive Catalunya tiene múltiples y complejas explicaciones. Y entre ellas, la defensa de la nación es una más. Pero su reconocimiento es la llave para abrir el diálogo que podría resolver la fractura que ya existe entre amplios sectores sociales de Catalunya y de España. Es el punto de partida imprescindible para reconstruir los puentes que han demolido tanto unos como otros. Es la llave para arrebatar el monopolio del concepto de nación a quienes lo usan para blindar su poder. A quienes utilizan este sentimiento para dividir a los ciudadanos, en lugar de para tejer consensos. Si la nación es de todos, nadie la puede utilizar como bandera para esconder la corrupción o la mala gestión de gobierno.

Todas las encuestas pronostican que el soberanismo ganará las elecciones, pero no con la fuerza suficiente para imponer su hoja de ruta hacia la independencia. Y tampoco surge una mayoría alternativa porque, aunque Artur Mas haya intentado poner en el mismo bando a todos los que no están en Junts pel Sí, el resto de fuerzas expresan la pluralidad de la sociedad catalana. Pero una cosa es cierta, en el Parlament, con la suma de Catalunya Sí que es Pot, existirá una clara mayoría a favor de romper con el estatus quo de Catalunya y de España.

No existe una posible solución sin el reconocimiento pleno de Catalunya como nación. Y sí, es verdad, una nación puede aspirar a tener un Estado propio, pero también puede decidir compartir un Estado que reconozca plenamente sus derechos. Este es el desafío de las grandes fuerzas políticas españolas en la próxima legislatura. Felipe González lo sabe, aunque se resista a aceptarlo. Rajoy también. Aunque prefiera utilizar Catalunya para ganar votos en España. En Catalunya el reto es que la nación vuelva a ser de todos y no sólo de la mitad de la ciudadanía. Por eso, el reconocimiento de la nación catalana es imprescindible. En Catalunya y en España.

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