Era una amenaza latente. Después de París, Londres, Bruselas, Niza, Berlín... cualquier ciudad europea con proyección internacional podía ser un objetivo terrorista. Barcelona, uno de los grandes centros turísticos europeos, figuraba, evidentemente, en esta lista. Y la amenaza, por desgracia, se ha hecho efectiva. Los terroristas han atacado el corazón de Barcelona: La Rambla, el epicentro de la Barcelona que acoge a millones de turistas. El símbolo de la ciudad abierta al mundo.
Cuando conozcamos las identidades de las víctimas, sabremos que representan a la ciudadanía global. Porque la Rambla no es sólo de Barcelona, sino el punto de encuentro de ciudadanos de todos los continentes. Así se hará evidente, una vez más, que el terrorismo representa un ataque a la libertad de todos. A la convivencia. A los valores de las democracias.
El atentado terrorista en Barcelona era un temor muy presente. Pero que se intentaba no verbalizar. Con la esperanza de que nunca se hiciera realidad. No ha sido así. Barcelona, trece años después de los atentados de Madrid, se añade a la lista del terror yihadista. Madrid sufrió el peor ataque islamista cometido nunca en Europa, con 192 muertos. Desde entonces, la relación de atentados ha sido interminable hasta llegar hoy a Barcelona. Una relación en la que la mayoría de víctimas del yihadismo son, debemos recordarlo, de religión musulmana, en Siria, en Irak, en Afganistán...
El 11-M la sociedad española afrontó la barbarie con una gran madurez. Y con una inmensa solidaridad con las víctimas. Entonces, sólo una minoría, en la política y en la prensa, no estuvo a la altura. Aquella experiencia nos debería servir ahora para centrar toda la atención en lo que es esencial: Barcelona, España, Europa, el mundo libre, ha sufrido un ataque terrorista, un ataque del fanatismo. Es un combate universal. Y hoy todos somos Barcelona, como antes hemos sido París, Londres, Bruselas, Niza, Berlín, Bagdad, Kabul o Islamabad. Hoy todos somos víctimas.