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Después del 9-N, ¿cómo seguimos?

Participantes en el punto de votación de La Salle de Gracia, Barcelona. /ENRIC CATALÀ

Joan Subirats

Ya estamos en el 10 de noviembre. Ahora sabemos con mayor certeza el número de ciudadanos que están dispuestos a seguirse movilizando para ejercer el derecho a decidir y, muchos de ellos, para poder conseguir la independencia de Cataluña (poco más de dos millones). Lo podremos saber por comarcas y por municipios (con diferencias de participación muy significativas entre Osona o la Garrotxa y el Baix Llobregat o el Barcelonés). Sabremos así cuál es la potencia de la movilización social que ha conseguido hacer avanzar el proceso, incluso por encima de las expectativas y voluntades de algunos partidos y dirigentes políticos. Sabremos también cuál es el porcentaje de gente que, a pesar de no ser independentista, apoya el derecho a decidir (en torno al 20% de los que fueron a votar). Pero seguimos sin saber muchas cosas. Por ejemplo, sin encuestas posteriores no sabremos cuál es la distribución por edades y orígenes de los que participaron (la impresión es que la abstención fue más importante entre los jóvenes que entre los mayores, y que el origen diverso del electorado por comarcas, explica la diferencia). Tampoco sabemos si la masa de gente movilizada muestra los límites del independentismo en Cataluña, o sólo expresa la voluntad de aquellos más militantes y organizados.

También sabemos que, por ahora, el que tiene la posibilidad de hacer avanzar de manera significativamente diferente el proceso es el presidente Mas. Es él el único que puede convocar elecciones anticipadas y ya ha advertido que su deseo sería liderar una lista unitaria (o al menos conjunta con ERC). Al mismo tiempo sabemos que los partidos ERC, ICV-EUiA y CUP no son partidarios de la lista unitaria, y más bien apuntan a unas elecciones donde cada uno defienda lo que entienda conveniente, sin renunciar a la idea de compartir algún punto en común que muestre la voluntad conjunta de hacer realidad la autodeterminación. Los días antes al 9N observamos procesos de acercamiento entre CiU, PSOE y PP (de los que se hizo eco Joan Rigol), que expresa la capacidad de Mas y del gobierno de la Generalidad de jugar con diferentes escenarios, dejando abierta la puerta a agotar la legislatura con el apoyo del PSC y reclamando, a la vez, una consulta pactada con el gobierno de Madrid. Esto situaría a las únicas elecciones que tenemos delante con fecha fija, que son las municipales del 24 de mayo, como las que servirían de punto de confrontación sobre el derecho a decidir. De esta forma se alteraría la agenda local y las dinámicas políticas específicas que caracterizan estas elecciones.

Hay que incorporar a esta descripción, la posibilidad de que Mariano Rajoy adelante las elecciones, ya que en medio de todo ello siguen y seguirán apareciendo casos de corrupción que erosionan la credibilidad y legitimidad ya muy afectada de los grandes partidos. Reforzando así la enmienda a la totalidad del régimen político del 78 que expresa Podemos en el conjunto del Estado o Guanyem en Barcelona y otras ciudades tanto catalanas como españolas. Cabe preguntarse si Rajoy puede esperar a noviembre de 2015 para celebrar las elecciones generales si mientras tanto las expectativas de recuperación económica no se concretan (más bien al revés), y cuando las encuestas señalan las grandes posibilidades de que el PP pierda el gobierno de varias comunidades autónomas y de capitales tan significativas como Madrid o Valencia. Adelantar las elecciones e incluso hacerlas coincidir con las autonómicas y locales de mayo, permitiría desdibujar sus responsabilidades en los resultados y favorecería escenarios de pacto entre PP y PSOE, si fuera necesario, incorporando diversas posibilidades de alianzas territoriales.

Todo ello nos vuelve a llevar al punto de señalar la gran importancia que tiene el hecho de mantener la movilización en la calle, la presión en las instituciones. La construcción, en definitiva, de alternativas de ruptura constituyente, que permitan relacionar la crisis del régimen político del 78 y de los grandes partidos que son protagonistas (PP, PSOE, CiU), con la creciente desigualdad que sufre la gente , con el deterioro significativo de las condiciones de vida, de precarización del trabajo, de falta de salida de los parados o de incertidumbre total sobre el futuro de las personas mayores y los jóvenes. No tiene sentido seguir especulando sobre que pasará ahora en el escenario político y qué nueva astucia tiene preparada Artur Mas, mientras tenemos todas las certezas de que cada día que pasa las cosas van peor para mucha y mucha gente. Deberíamos seguir reclamando que queremos decidir en todo lo que nos afecte. Y hacer bandera de la radicalidad democrática, que busca las raíces de la democracia en la igualdad, la justicia y la participación directa de la gente.

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