Hay vida más allá del 9 de noviembre. Haya consulta o no la haya. Se haga con la desacertada doble pregunta perpetrada por el presidente de la Generalitat o con una de más sencilla y menos tramposa. Ganen los independentistas o los no independentistas. Sea más o menos clara la victoria de unos u otros.
Pase lo que pase, habrá un 10 de noviembre. Y habrá que gestionarlo. Desde la calle y desde la política. Los niños continuarán naciendo y los ancianos, muriendo. El sol saldrá por la mañana y la luna llegará puntual a su cita nocturna. Continuará habiendo gente rica, gente pobre, gente que lucha contra las desigualdades sociales y gente que hace todo lo posible para que nada cambie.
Este 10 de noviembre, lunes, habrá gente que irá a trabajar encantada, gente que irá a trabajar a disgustos o por un sueldo que no la sacará de la pobreza y centenares de miles de catalanes que no podrán hacerlo porque estarán en el paro.
Hay que tenerlo en cuenta para relativizar la importancia de la fecha. Hay quien vive estos últimos meses como una carrera agónica, con meta final el noveno día del penúltimo mes de 2014. Son ciudadanos que militan en los dos bandos. Unos vierten todas sus ilusiones y esperanzas de futuro en una Cataluña que se proclame independiente de España y otros se dejan la piel en evitarlo.
Es un debate interesante. Como lo es si España o una Catalunya independiente tienen que ser monarquías o repúblicas. Pero la vida de todos y cada uno de nosotros, las injusticias que sufrimos en primera persona, en nuestro entorno a lejos, continuarán existiendo.
La teoría marxista dice que para cambiar la realidad primero hay que entenderla. Yo añadiría que, además, hay que relativizarla, analizarla con frialdad. Si no, se corre el riesgo de decir disparates como cuando Josep Lluís Carod Rovira discute la catalanidad de quienes no son independentistas o cuando Jorge Fernández Díaz ve Cataluña en manos del Estado Islámico de Iraq y el Levante si se separa de España. El nacionalismo, el patriotismo, ciega las mentes. Incluso la del presidente uruguayo, José Múgica, incapaz de reconocer que un futbolista no puede morder a otro, porque el que lo hace es de su país.
Se acerca el 9 de noviembre y hay que verlo venir sin fanatismos ni prisas.
Como decía aquel otro gran filósofo, Julio Iglesias: “Al final, les obras quedan. Las gentes se van. Otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual”.
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