Felip VI, el aprendiz

Si España fuera una partida de ajedrez, el nuevo rey Felipe VI estaría desprotegido y en posición de jaque mate. Su predecesor en el reino, Juan Carlos I, le ha traspasado la partida a medio perder. Lejos queda la época de esplendor de la monarquía, que vivió su pico más alto después del intento fallido de golpe de estado en febrero de 1981. Escándalos como el de Urdangarín o el de Botswana, sumados a la feroz crisis económica que sufre el país, han situado la corona española entre la espada y la pared.

Felipe VI (1968) hereda una España indignada, que ya no cree en cuentos de príncipes. Con todo, la abdicación del rey Juan Carlos parece darle al sucesor un poco de aire para intentar cambiar la partida.A favor, la presunción de inocencia: al contrario de su padre y su hermana Cristina, al expríncipe no se le conocen pucherazos. También consta en su activo la formación, lo que le ha valido el apodo de Felipe VI, 'el preparado'. Se le sitúa como el Borbón más cualificado de la historia de España. Estudió COU en Canadá, Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, cursó un máster de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos); en el campo militar, ha pasado por las academias de Zaragoza, Marín y San Javier, donde salió con los galones de oficial. Por otra parte, domina el inglés y el francés a la perfección y se defiende bastante bien en catalán.

También le destacan su capacidad de guardar silencio y escuchar, cualidades heredadas dicen de la madre y alejadas del talante más populachero e intuitivo del padre. Esto y más le hará falta al aprendiz de rey para afrontar el reto de una España que ha tocado fondo y busca referentes para darse empuje. Felipe VI hereda el apoyo de los 'juancarlistas', que buscan en él una versión actualizada del viejo rey. No suma, sin embargo, las nuevas generaciones, mayoritariamente afectadas por la epidemia del paro, aquellas que le asegurarían en el cargo in secula seculorum; aunque las encuestas sitúan la opción republicana en minoría, su crecimiento se acelera y los más jóvenes la entienden como la opción más democrática que hay.

Aunque el rey cita Espriu y sabe hablar el idioma del colomense, la aspiración independentista catalana se convierte a corto plazo el principal problema del nuevo monarca. No parece que haya soluciones mágicas para una reivindicación que se ha ido haciendo grande a golpes de menosprecio. El reto del recién nacido monárquico es el de erigirse mediador, reconducir el desdén, acercar posiciones y propiciar soluciones. Casi nada. Ya de entrada, no son pocos los que creen que Felipe VI desperdició el discurso de coronación para hacer méritos en la asunción intermediaria.

A su lado, una reina, Letizia, bajo vigilancia intensiva; un rey padre haciendo de jarrón chino; una hija, la princesa Leonor, condenada a estudios forzosos, y un país, ruinoso, que ha dejado de creer en cuentos de hadas y ha descubierto que los reyes no son mágicos.

Hay un dicho irlandés que dice que cuando se termina una partida de ajedrez, el peón y el rey vuelven a la misma caja...