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La Plaza Roja donde gana la abstención: “Esta vez hay que ir a votar”

Pintada contra las elecciones en Ciutat Meridiana

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Esta plaza se llama Plaza Roja porque en otro tiempo acogía continuas protestas vecinales. Ahora el malestar no se grita: cada uno lo lleva dentro como puede. Y en las elecciones se expresa con el silencio. En Ciutat Meridiana, un rincón de Barcelona que cuelga casi en vertical de la sierra de Collserola y se asoma a una población vecina, Montcada i Reixac, con vistas a una cementera y varias autopistas, apenas vota la mitad del censo. Los barrios más pobres son, en toda España, los más abstencionistas. “Porque ya nos da igual, ya no creemos a nadie”, dice Luis, un hombre de mediana edad que pasará el domingo en la playa.

Es miércoles y un calor viscoso se derrama por las cuestas empinadas y las escaleras mecánicas, que a veces funcionan y a veces, no. No hay un calor más húmedo en toda la ciudad. De hecho, el barrio existe porque el clima era malo hasta para los muertos. En 1963, José Banús, constructor del Valle de los Caídos y de Marbella, quiso establecer ahí un cementerio. Pero había demasiada humedad y demasiada niebla.

Lo que no sirvió para los difuntos sirvió para los vivos: en 1967 Juan Antonio Samaranch, de olímpica memoria, promovió unos bloques de viviendas sin ascensor, sin alcantarillado, casi sin otra cosa que el ansia de cientos de chabolistas por conseguir una casa de ladrillo. Aquellas cosas del franquismo.

Los pisos venían a costar 300.000 pesetas, unos 1.800 euros. Ahora se venden por menos de 100.000 euros. “Siguen siendo húmedos y oscuros y siguen sin ascensor”, explica Cristina, que toma un café con sus amigas Marisa y Celeste en una terraza de la Plaza Roja.

La cosa inmobiliaria es complicada. A partir de la crisis de 2008 muchas hipotecas dejaron de pagarse. Y al barrio le cayó el mote de Villa Desahucio. Los pisos quedaron en manos de los bancos y luego de la Sareb, el “banco malo”. Ahora están ocupados, más que okupados, por familias que temen verse en la calle cualquier día. Quizá hasta un tercio de las viviendas permanecen en esa situación incierta.

La pesadilla de los desahucios

“Aquí siempre se votó a los socialistas, y luego a los comuns, pero Ada Colau defraudó. Creíamos que iba a acabar con los desahucios. Resultó que no”, dice Marisa, propietaria de un comercio en la misma Plaza Roja. “Pero esta vez hay que ir a votar, porque los de Vox, que andan calladitos y camuflados, pueden acabar quedándose con el barrio”, advierte Cristina.

No vayan a creer que Ciutat Meridiana es un nido de violencia y marginalidad. Hay trapicheo y poco más. “Incivismo sí, mucho”, coinciden las tres amigas de la plaza. “El otro día, a las 11 de la mañana, un tipo se puso a mear contra la puerta de mi negocio”, dice Marisa.

“Lo que nos parece incívico es en realidad falta de adaptación, los inmigrantes traen consigo sus costumbres y sí, tiran la basura por ahí, no pagan billete en el autobús… son gente nueva, extranjeros que apenas saben dónde están”. Quien habla es Ondina Monteira de Moura, presidenta del mercado municipal.

Nadie diría, escuchando su catalán y su castellano impecables, que ella también fue inmigrante. “Recuerdo muy bien la xenofobia que sufrí al principio”, subraya. Nació en una aldea del norte de Portugal, pasó unos años en Galicia (su padre trabajaba como peón en la construcción de una presa) y acabó en Barcelona, con un empleo como secretaria en una editorial, Edicions 62. Sin embargo, cambió la máquina de escribir por un puesto de vendedora en un mercado. “Me gusta esta vida”, explica. Ella votará. Su hijo, no.

El mercado ofrece un aspecto desolador. Sólo hay un bar y un par de puestos, uno de ellos la tocinería de Ondina. El Ayuntamiento está haciendo obras para que no se note tanto el vacío. Lo que más se nota, sin embargo, es la carencia de aire acondicionado.

En esta jornada de sudor y asfalto ardiente, Ciutat Meridiana parece especialmente abandonada. Incluso Rosa Alarcón, la concejal socialista de Nou Barris, está de baja y resulta imposible hablar con ella. Nou Barris, nueve barrios, se compone en realidad de trece barrios muy distintos que tienen en común su origen en la especulación inmobiliaria del franquismo. Ciutat Meridiana es el apéndice empinado de Nou Barris.

Más actividad en Correos

Tradicionalmente, aquí la abstención ronda el 50%. Pero no es fácil encontrar vecinos que proclamen un abstencionismo militante como el de Luis, que el domingo se irá a la playa. “Mis amigos tampoco votan”, dice. El caso es que tal vez la afluencia repunte esta vez. “Nunca habíamos tenido tanto voto anticipado”, explican en la oficina de Correos. Hay muchos pensionistas que pasan el verano en su pueblo y antes de irse han votado. En Correos espera turno Lidia, nacida en Ghana y con nacionalidad española por matrimonio. “Ya tengo la papeleta en casa, preparada y metida en el sobre”, afirma.

¿Y el fantasma de Vox? En las recientes elecciones municipales, la formación de extrema derecha obtuvo menos del 9% de los votos en Nou Barris. “Yo, por lo que oigo, creo que Vox dará una sorpresa y si no gana, quedará como segunda fuerza”, augura un caballero de 41 años que prefiere ser llamado “Mario”. “No voy a dar mi nombre, no quiero líos ni que me consideren un facha”, se justifica.

Mario, comercial automovilístico, ya no reside en el barrio, pero sigue censado en casa de su madre. Votará a Vox “por probar algo nuevo”. “Hay que intentarlo todo, aunque acabe en fracaso como lo de Ciudadanos”, añade. De Vox le gusta la promesa de frenar la inmigración. “Algún día habrá que poner un poco de control en todo eso, ¿no?, porque aquí llegan extranjeros que se creen dueños de todo”.

“Yo no me siento dueño de nada porque no tengo nada, vivo en un piso con otros compañeros y no me meto en líos, sólo quiero un trabajo de lo que sea”, dice Abdou, ghanés, de 24 años, en situación más o menos irregular desde que llegó a España dos años atrás. Prefiere no hablar de su viaje. Mata el tiempo en la calle, pegado a su teléfono móvil.

La campaña electoral ha pasado muy de refilón por Ciutat Meridiana. Los únicos carteles son antiguos, de Ada Colau. “No vienen los políticos, como mucho algunos chavales reparten folletos el viernes en el mercadillo”, suspira José, un andaluz jubilado que ahora habla catalán y forma parte de la “aristocracia del barrio”, la de quienes viven aquí desde el principio y participaron en los movimientos reivindicativos de los 70 y 80. “Yo he votado siempre y quiero que toda mi familia vote, quienes dicen que Ciutat Meridiana está muy mal no saben lo que era antes”. “No creo que aquí viva nadie”, remacha, “que no haya sido inmigrante en un momento u otro”.

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