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La Diada del 27-S

Un puntero y una estelada en la Via Lliure de 2015 por la Meridiana / ENRIC CATALÀ

Arturo Puente

El movimiento independentista catalán lo ha vuelto a hacer. Por cuarto año consecutivo las entidades soberanistas han mostrado una capacidad de movilización extraordinaria, esta vez en una Diada que abre la campaña de unas elecciones que los partidos independentistas, con el Govern a la cabeza, quieren dotar de caracter plebiscitario. La avenida Meridiana de Barcelona ha acogido a cientos de miles de personas que han hecho avanzar un puntero gigante, conectando los barrios populares de Nou Barris y Sant Andreu con los jardines del Parlament de Catalunya. El movimiento independentista señala su objetivo: una mayoría parlamentaria que declare la independencia.

El masivo movimiento que hasta hace poco había desbordado –a veces rompiendo– partidos y entidades políticas, se ha tornado esta Diada en una marea de claro corte electoral. La Meridiana apuntaba hacia el Parlament, y lo hacía para apoyar a las dos candidaturas que el 27-S concurrirán con programas independentistas, la amplia coalición de Junts pel Sí y la izquierda independentista representada por la CUP. El diseño del calendario electoral no es inocente. El president de la Generalitat, Artur Mas, ha utilizado dos herramientas para intentar que el 27-S se vote en clave nacional: unir a diversos partidos, entidades e independientes en un gran bloque por la independencia, Junts pel Sí, y hacer coincidir el inicio de la campaña con la esperada movilización.

La de este viernes pasará a la historia como la Diada del 27-S, la primera gran manifestación convocada por entidades con declarados intereses partidistas y con el objetivo de empujar a unas formaciones que, como paso intermedio para la independencia y a excepción de la CUP, tiene la intención de volver a formar un Govern presidido por Artur Mas. El anhelo del Estado propio de millones de catalanes ha cambiado el mapa electoral desde 2012, rompiendo partidos, lanzando a otros y haciendo que todos ellos deban navegar en un escenario nuevo, pero en los últimos meses todos los actores sumidos en el caos han reaccionado recolocándose en relación con el eje independentista, consiguiendo algunos de ellos convertirse en punto focal del movimiento que ha obrado el cambio de tablero.

El nuevo orden de la política catalana también ha servido para poner límites a lo que durante dos años fueron masas sociales bastante amorfas. El paso de movimiento popular por la independencia –en general– a movimiento con un objetivo electoral claro se ha notado en las cifras de la movilización, que en 2015 han sido, según la Guardia Urbana, algo menos abultadas que en citas anteriores, con 1,4 millones de personas en la calle. En 2012 la policía local cifró la manifestación en 1,5 millones; en 2013 Interior de la Generalitat en 1,6 millones y en 2014, de nuevo la Urbana, en 1,8 millones de personas. La aparente pérdida de fuerza redefine los márgenes de un movimiento que, pese a todo, no se desinfla.

Mientras la posibilidad de “votar” –un término redefinido con éxito por el soberanismo que a estas alturas significa decidir sobre la independencia– fue solo un horizonte deseado pero inalcanzable o demasiado viciado para tenerlo en cuenta, como en el 9-N, las multitudes de cada 11 de septiembre sirvieron a la vez de demostración ante el mundo y como paliativo de una frustración política. “En la calle se influye y en las urnas se decide”, ha asegurado Mas en su mensaje institucional de este viernes. El president sabe que las impresionantes imágenes de la Diada se quedarán desplazadas en solo dos semanas, cuando por fin se puedan contar voto a voto e inequívocamente las preferencias nacionales de la ciudadanía.

La Diada de este 2015 será con seguridad la última de la incertidumbre numérica. Después del 27-S, tanto si gana el independentismo como si no, se tendrá la certeza de la fuerza que tiene cada bloque, pero el conflicto continuará sin resolverse porque ninguna de las opciones contará con una mayoría social homologable internacionalmente. Después de un año de recolocación de actores, el proceso volverá a una pantalla que parecía superada, la de la necesidad de un referéndum. Éste, sin embargo, se encarará de formas diferentes según cual sea el resultado de las elecciones catalanas y también españolas. Con unas elecciones generales a la vuelta de la esquina, la nueva correlación de fuerzas en el Estado español tendrá una incidencia total en el escenario catalán. Esa es casi la única certeza en un desierto de incertidumbre que solo despejarán los resultados electorales.

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