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La mitad independentista festeja a la tercera su ansiada república

Los manifestantes se arremolinan en el parque de la Ciutadella, donde se ubica el Parlament

José Precedo / Yeray S. Iborra

Al final, la fecha que escribirán los libros de historia –acabe esta como acabe– será el 27 de octubre. La muchedumbre a las puertas del Parlament recibió la proclamación de la república catalana con un estallido de júbilo e incredulidad. Demasiados antecedentes fallidos como para estar seguros de que esta vez sí estuviese pasando. A las 15:25 horas tras la lectura de una insólita votación secreta que la multitud fue coreando ante las pantallas gigantes, la presidenta de la Cámara, Carme Forcadell, dio por aprobada la última de las propuestas de resolución de Junts pel Sí en el pleno extraordinario: el nacimiento de la Catalunya independiente.

Puertas afuera pasaba lo mismo que en el hemiciclo del que se habían marchado antes de la votación PSC, PP y Ciutadans: representantes de la mitad de Catalunya, la que lleva años persiguiendo la secesión, festejaban que su día por fin había llegado. Sonaron un par de petardos, quizás tres. Hubo una ovación general en el Paseo Picasso. Un matrimonio de jubilados, él con los auriculares puestos, ella llorando, se abrazaba. Antes de que todos empezasen a cantar Els Segadors acompañando a la megafonía. Luego la felicidad de esa mitad de Catalunya arrancó en forma de gritos más o menos futbolísticos.

Toda la jornada tuvo un cierto tono de celebración deportiva en las calles que circunvalan el Parlament. El debate de los distintos grupos apenas pudo escucharse. Pitada general a Ciudadanos y al PP, abucheos en menor medida para el PSC, silencio durante las intervenciones de Catalunya Sí que es Pot, y vítores continuados para Junt pel Sí y sobre todo a la CUP. El president, Carles Puigdemont, que la víspera había sido considerado un traidor en algunas pancartas y cánticos, volvía a ser un héroe para la multitud.

Javier, jubilado de 71 años, está feliz tras la aprobación de la declaración, aunque sabe que vienen tiempos difíciles. “El Gobierno español es muy agresivo pero nosotros tenemos la fuerza de la gente, del Parlamento, pero saldremos adelante, con toda seguridad. Lo importante es que nos reconozcan fuera. Ya no estamos en España, decían que 'a por ellos', ¿no?, pues esto se ha terminado”.

En el cruce de los paseos de Picasso y Pujades a primera hora media docena de operarios montaban andamios para colocar las pantallas gigantes. Se abría otro día a medio camino entre el festivo y el laborable, como tantos últimamente en Barcelona, y en la calle empezaban a arremolinarse grupos de jóvenes, también mayores y muchas familias, con las esteladas, que no han tenido respiro estos días.

María tiene 70 años, es psicóloga jubilada, y esperaba que esta vez sí pueda vivir la proclamación de la república. Para ello portaba todo el kit independentista: bandera, bolsa y pancarta. Estaba convencida de que esta vez sí.

Desde una calle lateral entró la comitiva de pagesos en once pequeños tractores y un jeep. Con chavales jóvenes en los remolques, ataviados también con más banderas con estrellas y pegatinas por la independencia. Al volante de un John Deere de color verde con la pala de excavar levantada Benjamín Alvarado, agricultor del Maresme que vende en toda Catalunya plantas ornamentales y verduras, explicaba su presencia allí: “El sector primario siempre se ha involucrado en los movimientos sociales y nacionales. Espero que hoy si se proclame la República. Ayer quedó claro que lo de las elecciones no va a ser. A partir de mañana nos dedicaremos a trabajar. Creo que aunque nos independicemos no daremos la espalda a la política agraria común, que es el marco en el que nos hemos movido”.

Delante de él en la plataforma otro de los pequeños tractores tres chicas muy jóvenes gritaban: “Els carrers serán sempre nostres”. Las calles serán siempre nuestras. Uno de los himnos cotidianos ya en Catalunya que acompañaron las bocinas de los tractores. La comitiva negoció con la Guardia Urbana dónde aparcar. Uno de los pageses preguntaba: “¿Esto que son Mossos o Piolines?”.

La presencia de policía ha sido abundante desde primera hora en la zona. De vez en cuando entre la multitud que ya se concentraba a media mañana ante el Parlament, se abrían pasillos para dejar pasar a los alcaldes que exhibían como trofeos sus varas de mando. La gente aplaudía y ellos avanzaban en grupos de dos o tres triunfantes hacia el Parlament. Eran más de 200, según la asociación de municipios independentistas.

Los Mossos d'Esquadra han reforzado el vallado de la Ciutadella para proteger el Parlament. La Guardia Urbana ha restringido el tránsito de utilitarios. Y por las aceras intentan abrirse paso algunos ciclomotores de reparto siempre apagados. Los tractores y las unidades móviles con sus parabólicas levantadas han quedado fuera de las vallas.

Entre los que esperaban, Leandre, “ahora abuelo, antes ingeniero industrial”, que llegaba dispuesto a todo. “Si vienen a detener al president Puigdemont, aquí estaremos, ¿qué vamos a hacer?”. Lucía un casco y una pancarta que decía: “Estamos preparados para la castañada”.

También aguardaba, sentado en una escalerilla José Castro, 57 años, profesor de Educación Física. También él deseaba que se proclamara la república por la mañana. Y se indignaba cuando se le preguntaba si la escuela catalana adoctrina a los alumnos: “Es mentira, eso no ha pasado. Yo tengo alumnos unionistas y tengo una relación perfecta con ellos. No se les inculca nada, más que que piensen por ellos mismos. Sí a mí me preguntan por qué soy independentista en un momento como este, se lo explico, pero y no impongo nada”.

A su lado, un puesto con merchandising independentista, la novedad de hoy es que hay bolsas esteladas relata el tendero– “hechas a mano por cinco euros”. Por la megafonía atronaba la señal de Calalunya Ràdio y la programación especial que dirige Mónica Terribas. Uno de los tertulianos hablaba de cómo cambió el mundo después de Hiroshima. Y advertía que el Gobierno no debía apretar el botón del 155. Sonaba un corte de Mariano Rajoy cargando contra Carles Puigdemont y la multitud los acogía con absoluta indiferencia. Ni silbidos ni abucheos.

El final de la historia es conocido. El día D –al cierre de esta edición– era el 27 de octubre.

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