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Wolfgang Kaleck, el abogado que no da por perdida ninguna causa

El abogado Wolfgang Kaleck ha escrito 'Nuestra lucha global por los derechos humanos. Derecho contra poder’ (Roca editorial)

Neus Tomàs

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Hay abogados expertos en pactar. Otros solo aceptan casos que les permitan lucrarse tanto como puedan. Son los bautizados como ‘togas de oro’ y el calificativo no puede ser más idóneo. Los hay especializados en ayudar a las empresas a sortear la legalidad para lograr más beneficios y sus minutas están a la altura de las cuentas de sus clientes. Por suerte, existen los que defienden a los que no pueden pagarse su defensa y aquellos que prefieren ayudar a trabajadores en vez que a patronos. Están también, no solo en las series, los que se ganan la vida con métodos poco ortodoxos. Y queda aún otro perfil de abogado, el de aquellos que defienden a individuos ante el poder penal que ejerce un Estado. El alemán Wolfgang Kaleck es de estos últimos. 

Lleva décadas haciéndolo, comprobando que a veces el éxito no es sinónimo de una victoria judicial. Su trayectoria está ligada a causas que para otros colegas serían perdidas, un recorrido vital y profesional que resume en el libro ‘Nuestra lucha global por los derechos humanos. Derecho contra poder’ (Roca editorial). Se publicó por primera vez en el 2015 y tras las ediciones posteriores en Estados Unidos, Reino Unido y Turquía, ahora se ha traducido también al castellano.

Uno de sus clientes más famosos, Edward Snowden, destaca de él su paciencia y perseverancia. Posiblemente son dos cualidades imprescindibles para librar luchas que van desde denunciar el genocidio en Guatemala que protagonizaron los dictadores Lucas García y Ríos Montt, a ayudar a las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina, a alzar la voz por los torturados en cárceles iraquíes o los muertos y heridos en la tragedia del Tarajal a causa de los disparos con balas de goma lanzadas por agentes de la Guardia Civil. No son todas, pero son algunas de las causas en las que Kaleck ha intentado poner al poder frente al espejo del derecho, tejiendo una especie de globalización desde abajo con litigios que van más allá de las fronteras físicas o políticas tradicionales. 

Ellen Marx, una judía que huyó de Berlín a Buenos Aires escapando de los nazis, le dijo una vez que hay cosas que deben hacerse, independientemente de si al final son exitosas. En ese momento pensó que su antigua clienta tenía razón. Ahora, años después, Kaleck lo ve un poco distinto. “He pasado de un espíritu existencialista a ser un existencialista estratégico”, resume en conversación con elDiario.es.  Eso no significa que se haya arrepentido de llevar alguna de las causas que le han permitido librar batallas en medio mundo. 

Cuando se le pregunta si a menudo ha chocado con la geopolítica sonríe y matiza que lo que ha hecho es estar en contacto con la geopolítica. Le sucedió cuando intentó, dos veces, procesar al exsecretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, redactando la primera vez una querella de casi 300 páginas en poco más de dos meses. Pero también en 2005 cuando intentó llevar ante la justicia alemana al ministro del Interior de Uzbekistán, Sakir Almatov, aprovechando que estaba de paso, en una clínica de Hanóver para un tratamiento. Era sospechoso de haber torturado a detenidos y haber asesinado con sus tropas a cientos de manifestantes musulmanes en mayo de ese año. Su iniciativa fracasó porque Alemania necesitaba la base aérea de Termez, en Uzbekistán, como base para Afganistán. El ministro fue avisado por las autoridades alemanas y abandonó el país.  

Como fundador y secretario general del Centro Europeo de Derechos Humanos y Constitucionales (ECCHR) tiene claro que el derecho no es neutral y reconoce que a menudo los juristas trabajan “con malas leyes”. Explica que los abogados de los poderosos siempre dicen que ellos no hacen política, que solo se deben a las leyes. “En cambio nosotros tenemos una lucha política en defensa de los derechos humanos combinada con la defensa jurídica que ejercemos”, afirma a modo de declaración de principios. 

Escribe en el libro que ya no concibe su vida sin la cooperación y el intercambio con activistas y artistas por muy lejos que estén de Alemania. Así que se gana la vida como abogado penalista aunque siempre con varios frentes abiertos a la vez. Tal vez demasiados, reconoce. En su país se ha enfrentado en la sala de juicios en varias ocasiones a militantes de la extrema derecha y tras llevar casos en Varsovia, Atenas, Argentina y otros países o asesorar a los movimientos antiglobalización tras la represión policial en las cumbres de Gotemburgo y Génova en 2001, él y sus colegas de las redes de abogados y organizaciones consideran que hay apuntar a los que consideran “actuales y poderosos violadores de derechos humanos” como son Rusia, China y Estados Unidos. Saben que no es fácil pero que también es imprescindible.  

A menudo ha trabajado con oenegés pero a diferencia de algunas de ellas tiene claro que hay que huir de una visión paternalista de los derechos humanos. Se revuelve ante aquellos que pretenden “educar” con estándares occidentales. “¿Para quién trabajaba Videla o Pinochet?”, pregunta. Y acto seguido responde: “Para aquellos que desarrollan un modelo económico y social que coincidía con los anticomunistas y con los intereses de empresas europeas y de EUA”. De ahí que califique de chiste la superioridad con la que muchas veces se intenta dar lecciones sin tener en cuenta las causas políticas y económicas dentro del sistema político global.

En su libro cita a Camus, del que a menudo se abusa, aunque en esta ocasión se acierta en la referencia: “No existe el amor por la vida sin la desesperación por la vida”. Probablemente es esa desesperación la que ayuda a abogados como Kaleck a no dar nunca por perdido un caso, por lejana o compleja que sea la causa.

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