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Primavera Sound 2024

Unos Pulp pletóricos llenan de emoción la primera jornada del Primavera Sound 2024

Jarvis Cocker (Pulp) durante su actuación en el Primavera Sound 2024
31 de mayo de 2024 04:14 h

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Lo han vuelto a hacer: tras la actuación legendaria en 2011 de la banda en este mismo festival, Pulp ha vuelto a resurgir –de esas cenizas que nunca terminan de apagarse del todo– para reivindicarse con una fuerza y energía inusitadas trece años después. Es como si para los de Sheffield no pasara el tiempo. O mejor dicho: cuanto más tiempo pasara, más se asentaran los posos de un estilo inimitable.

Solo un carisma tan grande como el de Jarvis Cocker podía llenar de emoción el inmenso espacio del escenario Santander/Estrella Damm, que debe tener unos 200 metros de largo por 100 de ancho. De hecho, son dos escenarios en uno. Ahí estaba el flacucho de las gafas prominentes con su británica cara de pasmo y su enorme teatralidad histriónica, eurovisiva, operística…; no importa el adjetivo, todos ayudan a definir la grandilocuencia de un artista mágico, que conecta con su sola presencia con los corazones de varias generaciones.

Nadie mejor que él para escribir los himnos que han llenado de ritmo y melodrama la banda sonora de miles de personas. Y tampoco hay nadie como Cocker para captar nuestra atención con un simple guiño, en este caso en forma de mensaje en la pantalla del escenario: “Esta es una noche que recordaréis toda vuestra vida”.

Seguidamente, apareció el cantante como un ser minúsculo tras una luna inmensa que reflejaba la pantalla. Con este inicio tensión, violines, se encienden las luces y aparece la banda. Así empiezaba el primer tema, que puso los miles de espectadores la piel de gallina: I spy. Tras este vino la primera expansión de éxtasis: la banda encaró Disco 2000, no sin antes producirse una explosión de confeti sobre las cabezas del público.

Este, en buena proporción compuesto por adultos que superaban los 40 años, empezó a vitorear uno de los grandes éxitos de la banda, tal vez el mayor junto a Common People, que quedó para el cierre del concierto. En medio grandes temas como Do you remember de first time?, Mis-Shapes o Something changed. Todos ellos destinados a elevar nuestros niveles de felicidad hasta lo más alto.

Por poner un pero, el único, tal vez apuntar que la hora y 35 minutos que duró el concierto tal vez fue excesiva y obligó a la banda rellenar el tiempo con Weeds y Weeds II (The Origin of the Species), dos temas de su álbum We Love Life que adormecieron un tanto el ambiente, enfriado además por la brisa marina.

No obstante, en el último cuarto el concierto recuperó el tono de gran fiesta del britpop con Like a Friend, Underwear y para rematar, el citado Common people. Finalmente cerraron con Razzmatazz.

Los aires africanos de Vampire Weekend

Antes de Pulp, pasó por el mismo escenario la banda estadounidense Vampire Weekend, la otra gran sensación del día. Conducidos por la especial voz de Ezra Koening, los neoyorquinos, reyes indiscutibles del pop más desenfadado y fresco del momento, desgranaron sus temas más festivos con ritmos de sukus, funk o afrobeat y sobre un fondo de pantalla de pinturas, primero de arte moderno –con especiales referencias a Miró– y posteriormente clásico y renacentista, sin duda una declaración de principios.

Así sonaron White Sky, Holiday, Classical, Unbelievers u Oxford. Y hacia el final apareció su tema quizá más emblemático: A-Punk. No obstante, la sensación fue que, al igual que a Pulp, la extensión de su concierto, también cercano a la hora y 30 minutos, les hizo sufrir y obligó a dar relleno con algunos temas largos, si bien en este caso bien sazonados con ritmos bailables.

Diez años de piñata

Una de las grandes virtudes del Primavera Sound es también uno de sus grandes problemas: el recinto es inmenso, kilométrico, con distancias entre un escenario y otro que en ocasiones superan los quinientos metros. Así, dejar un grupo en el escenario llamado Santander/Estrella Damm para, por ejemplo, ir a ver a otro artista en el Amazon Music, el Pull and Bear o el Cupra –en efecto, todo son nombres de marcas comerciales–, puede tomar un cuarto de hora o veinte minutos mientras se sortea el gentío, que es abundante y según a qué horas tiene a mostrarse errabundo.

De este este modo no es nada fácil poder estar presente en todos los conciertos de la jornada, por no decir imposible, y por ello, si la selección de artistas deseados se solapa excesivamente en el tiempo, hay que sacrificar nombres y preferencias en el altar de las actuaciones más destacadas. Sirva este preámbulo para dejar claro, por ejemplo, que aunque había muchos otros nombres apetecibles, el primer combo que este periodista vio fue el que conformaban el rapero Freddie Gibbs y el productor Madlib en el escenario Santander/Estrella Damm, el más alejado de la entrada principal.

La actuación de Gibbs y Madlib era muy esperada por que suponía la celebración del décimo aniversario del lanzamiento de su álbum de debut como sociedad, titulado Piñata, que en 2014 supuso todo un acontecimiento en el mundo del hip-hop por el estilo de rapeo de Gibbs y las peculiares bases que utilizaba Madlib, muy ricas en referencias de todo tipo desde el soul a los Public Enemy, el funk o el jazz.

No obstante, la experiencia resultó extraña; en primer lugar por las dimensiones del escenario, como se ha dicho inmenso, así como por que las bases que usaba el Madlib ejerciendo de Dj hacían sufrir los no menos inmensos altavoces con sus graves extremos, produciendo una molesta reverberación de bajos que muchas veces tapaba las veloces rimas de Gibbs.

Por el otro lado el rapero pareció al principio frio como maestro de ceremonias, poco inspirado a pesar de tener un publico entregado. Varias veces dialogó la masa llamando a los espectadores “niggers” a pesar de encontrarse con un público muy mayoritariamente no racializado. Parecía buscar una complicidad que costaba de establecer.

Hizo varios comentarios respecto a Barcelona y al festival y finalmente se encendió un cigarrillo hecho con papel de liar y con apariencia de porro; dio dos profundas caladas y se le pudo ver toser repetidamente, con tos marihuanera, para después decir: “This is a good sheet, man”. El público que abajo, sobre el pavimento forrado de césped artificial, también fumaba sustancias similares, vitoreó a Gibbs.

Así, en una atmósfera cada vez más densa Gibbs encontró el punto para comenzar a rapear con más comodidad y ritmo al tiempo que Madlib iba proponiendo los distintos temas del disco Piñata. El show comenzó a adquirir sustancia y significado, si bien el sonido siguió siendo un problema.

Lambchop con piano

Casi al mismo tiempo Lambchop, la banda liderada por el incombustible Kurt Wagner, autor de algunos de los álbumes más memorables en cuanto a pop rock independiente del cambio de siglo como Nixon, Ohio, How I quit smoking o Is a Woman, presentaba su nuevo trabajo The Bible. Como la distancia es traicionera, el salto de un concierto a otro implica llegar al auditorio del Fòrum, tras sortear un muro de incontables vallas, cuando Wagner está rematando sus últimas canciones.

Lo hace además en la oscuridad más absoluta, tan solo iluminada la sala –que como todo en el Fòrum es de dimensiones considerables– por dos focos, uno sobre el propio Wagner y el otro sobre un piano de cola y su ejecutor, el único acompañamiento a su legendaria voz, rota y gruesa pero a la vez clara y suave.

La interpretación se ciñe a la voz de Wagner y los acordes del piano, confiriendo al espectáculo una austeridad solo rebajada por la capacidad del cantante de ofrecer una especial ternura a su entonación grave, a ratos paternal. La sensación es la de un abuelo narrando viejas historias musicadas a sus nietos. El concierto concluye con vítores y aplausos. “Sublime”, dice un hombre de mediana edad mientras abandona el auditorio. “Vaya tostón” comenta una mujer algo más joven, aliviada por el fin.

Marciano y Amaarae

Finalmente destacar, en los tiempos de espera para ver a Vampire Weekend y Pulp –que desgraciadamente se solaparon con Deftones y Beth Gibbons, pues hubo que dejar a estos últimos de lado–, el concierto del rapero estadounidense Roc Marciano. Feliz casualidad encontrarse con él, porque en el pequeño formato del escenario, Marciano se desenvolvió muy bien frente a su público, con su hip hop de rimas pausadas pero contundentes y sus bases sugerentes y nocturnas. El resultado se antojó mejor que el de la experiencia de Gibbs y Madlib, al menos más sincero y honesto.

Y en el escenario aledaño empezaba un nuevo concierto al tiempo que terminaba el de Marciano. Se trataba de la ganesa Amaarae, que practica el estilo de moda actualmente en muchas partes de África y que es en realidad una mezcla de numerosos estilos, desde el soul al r&b pero también el harcore. Se llama alté y contiene ritmos potentes y vertiginosos que invitan a bailar de modo frenético. La artista, de físico contundente, cantó y bailó de modo entregado y contagiando a un público mayoritariamente joven, que seguramente cerró la noche en los escenarios electrónicos tras la apoteosis de Pulp.

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