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El reputado colegio Jesuïtes de Casp de Barcelona, acorralado por abusos durante décadas: “Se ocultaba todo”

Acceso principal del colegio Jesuïtes de Casp

Pau Rodríguez

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Una cascada de denuncias de abusos sexuales durante décadas ha sacudido a uno de los colegios más reputados de Barcelona. Es el concertado Jesuïtes Casp, conocido además por su aura progresista dentro de la Compañía de Jesús, y que tuvo entre sus filas a numerosos sacerdotes que hoy están acusados de pederastia. En especial Francesc Peris, un consiliario –una suerte de tutor espiritual– que usaba esa posición para encerrar a alumnos en su despacho y hacerles tocamientos. 

Las víctimas de abusos afloraron en Barcelona a raíz de una investigación de El País en Bolivia, país al que fueron destinados Peris y otros jesuitas señalados hoy por casos de pederastia. Desde entonces se han contabilizado más de una docena de docentes y religiosos del colegio barcelonés acusados de abusos entre los años 1950 y principios de los 2000. Tal cantidad de casos ha provocado además el enfado y la decepción de cientos de exalumnos, hasta el punto de que más de 200 enviaron una carta al colegio y al Departamento de Educación de la Generalitat criticando su tibieza y falta de transparencia frente a las denuncias.

La Compañía de Jesús, que ya abrió una investigación interna en 2018 por casos de abusos en toda España, ha salido al paso de las quejas para anunciar este miércoles que iniciará una nueva revisión de las informaciones publicadas que llevará a cabo el despacho de abogados Roca Junyent. También elaborarán una informe para la Síndica de Greuges –la Defensora del Pueblo catalán–, que ya ha anunciado que iniciará pesquisas por su cuenta. Actualmente, además, hay tres denuncias a los Mossos d'Esquadra. 

Los abusos de Peris en su despacho

“Lo taparon todo. Muchos sabían lo que ocurría y miraron hacia otro lado”, asegura hoy Laura, alumna de este colegio concertado. Entre los años 94 y 97, Peris la encerraba en su despacho bajo el pretexto de las tutorías y de hacerle de consejero vital –sus padres estaban separados– y la hacía quitarse la camiseta para meditar. Entonces le hacía cerrar los ojos y le acariciaba cuello y espalda. “No quiero imaginar lo que hacía aprovechando que tenía los ojos cerrados”, incide esta mujer. Tal era su “incomodidad” que un día acabó por contárselo a su madre, que se reunió con un profesor para quejarse de ello. Sin embargo, no hubo consecuencias para Peris.

Los testimonios sobre los abusos de este sacerdote, al que todo el mundo llamaba Cesc y que incluso recibió el apodo de Sex Penis, se suceden durante décadas. Su salida a la luz pública sorprendió a poca gente. “Todo el mundo sabía que hacía cosas raras y había comentarios y rumores”, explica Clara –nombre ficticio–. Ella lo padeció en 2003, poco antes de marcharse de la escuela al terminar la ESO. La hacía sentarse en su regazo, en su despacho, y le pedía que se tocaran frente con frente. “Recuerdo estar muy cerca de él, mucho más de lo que querría, y ya no consigo rememorar nada más ni cómo salí de allí”, relata. “Lo tapé, casi como si lo hubiese olvidado, y cuando vi las primeras noticias me puse a llorar”, describe esta joven.

Durante sus décadas en Jesuïtes de Casp, Peris era conocido por ser un sacerdote popular, enrollado y que se apuntaba siempre a todas las actividades extraescolares, como las colonias de verano y las excursiones. Allí también aprovechaba para abusar de niños. Así lo relata Enric Soler, que recuerda cómo a finales de los 70 les hacía bañarse a todos desnudos –él también– en la piscina de una casa de Viladrau (Barcelona) y entonces aprovechaba para restregarse con los menores.

Casi 30 años después, en 2005, en otra excursión, fue cuando realizó tocamientos a una adolescente y acabó apartado debido a las quejas de ella. “La versión de la escuela fue que había habido un malentendido”, afirma un estudiante de esa época.

Igual que las demás víctimas, cuando Soler vio la cara de Peris en el periódico rompió a llorar. “Como hacía años que no me pasaba”, dice. También él sufrió sus tutorías a puerta cerrada. “Te podía citar cualquier día. Me ponía la mano por dentro de la camisa, me acariciaba el pecho y los pezones, y siempre sentado en su regazo”, relata este hombre. En su caso, no llegó a contarlo nunca en casa, puesto que era considerado un mal estudiante, que padeció castigos y menosprecio por parte de otros docentes, y llegó a la conclusión de que nadie le creería. 

Los casos de Laura y Enric obran ya en manos de la policía catalana. Pero hay una tercera denuncia que ha podido consultar elDiario.es. Es la de Albert Falcón, que constata haber sufrido abusos sexuales entre los 13 y los 15 años. Los tocamientos en la espalda, por debajo de la camisa, eran también habituales. Pero añade que un día Peris fue más allá. “Me dijo que me veía más guapo y más fuerte”, comienza su relato. Y dice: “A continuación empezó a tocarme una pierna y fue subiendo hasta los genitales”. Tras aquel suceso, Albert comenzó a evitar a Peris y este cambió de actitud hacia él, hasta el punto de citar a sus padres y decirles que el joven debía repetir curso o marcharse del centro.

Albert asegura que entendió aquello como una amenaza. Y en su denuncia a los Mossos constata que durante años le ha afectado psicológicamente y ha condicionado sus relaciones personales. 

Anuncian una nueva investigación

La Compañía de Jesús fue pionera en 2018 al abrir una investigación interna —con un buzón disponible para víctimas— que, tres años después, derivó en un informe en el que se recogían hasta 81 casos de víctimas y 96 religiosos acusados, de los cuales 48 ya habían fallecido en ese momento. Sin embargo, la institución no había informado de cuántos y cuáles de los religiosos señalados en las últimas semanas constaban ya en esa investigación, porque nunca dan nombres de los acusados

En una rueda de prensa este miércoles, no obstante, sí han admitido que Peris estaba en esa lista. Lo ha reconocido Enric Puiggròs, delegado de la Compañía de Jesús en Catalunya y presidente del patronato de la Fundación Jesuïtes Educació, que anunció no solo la contratación de Roca Junyent —para una suerte de auditoría interna—, sino también la de una asociación de mediadores para ayudarles a atender a las víctimas que se dirigen a la institución. “No nos da miedo ponernos en manos de instituciones externas”, aseguró Puiggròs, que especificó que la tarea del bufete de abogados será analizar las informaciones publicadas, señalar las “lagunas” en la gestión de los Jesuitas y “aclarar las responsabilidades” que les corresponden. 

El delegado catalán de la compañía condenó y lamentó en público los abusos conocidos estos días. Y reconoció las limitaciones de la investigación iniciada en 2018: “El hecho de que no todas las víctimas acudieran a nosotros nos demuestra que los pasos dados eran necesarios, pero no suficientes”.

Su comparecencia llegaba después de que más de 200 exalumnos mandaran una carta en la que les acusaban de no facilitar las investigaciones y de no aclarar, por ejemplo, los traslados de centros de algunos presuntos pederastas. Incluso la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Casp, vinculada el centro, lamentó que dieran “pocas explicaciones”. 

Francesc Roma y el poder sobre la comunidad

Para entender el revuelo generado en torno a la escuela, y cómo los chats de antiguos estudiantes hierven desde hace semanas, hay que comprender la idiosincrasia de este colegio jesuita, que escolariza a más de 1.000 niños y niñas entre Infantil y Bachillerato y que, sin ser considerada una escuela de élite de la zona alta de Barcelona, sí es una de las más prestigiosas del Eixample. En sus aulas recaló sin ir más lejos Iñaki Urdangarin en los años 80. 

Jesuïtes de Casp siempre estuvo considerado como uno de los centros progresistas de la institución, que ya de por sí solía recibir esta etiqueta. “Los sacerdotes siempre tenían ese discurso de hacer el bien, de ayudar a los demás, de hacer proyectos de cooperación…”, relata un exalumno de los 90 y 2000. “La sensación es de decepción con la escuela”, dice. 

Este antiguo estudiante describe la escuela como un entorno a menudo “endogámico” y en el que sacerdotes y directivos tenían en cuenta el peso de determinadas familias. De hecho, algunos religiosos tenían poder, dice, porque sabían ganarse el favor de esos padres y madres. Y un nombre que sobresale en esas cualidades y que también ha sido señalado como abusador es el de Francesc Roma. Su vínculo con la comunidad escolar era tal que visitaba habitualmente los hogares de los alumnos y también ha casado a numerosos exestudiantes o bautizado a sus hijos. 

Roma, según destapó El Periódico, ha sido objeto de acusaciones por parte de dos exalumnos. Pero la institución ya era conocedora desde 2021 de conductas “inapropiadas” de este jesuita, que es además hermano de otro religioso de la compañía, Lluís Roma, que ha sido acusado de lo mismo en Bolivia. Según los Jesuitas, desde entonces se le decretó una “limitación de movimientos” que incluyen un “ejercicio pastoral mínimo”. Pero hasta hace tres semanas, cuando salieron estas informaciones, seguía oficiando misa en la iglesia del Sagrado Corazón dentro de las mismas instalaciones.

Tanto en el caso de Roma como el de Peris, el responsable de la institución ha insistido este miércoles que están apartados de cualquier “actividad custódica de menores” y de la vida pública. Pero no ha aclarado si reconocen o no los hechos, alegando que tienen las indagaciones en marcha.

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