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Crianza a debate

EFE

Marta Romero Medina

No sé si soy yo y mi circunstancia, pero hace un tiempo que vengo observando una lluvia de artículos bastante contrariados con lo que llamamos crianza natural. Los dos últimos titulares que me rondan por la cabeza resultan ilustrativos “La crianza natural me arrebató a mi amiga”, ¡oh, madre mía!, cómo habrá fallecido, pensé alertada al leerlo, cuando el drama era que su amiga ya no iba tanto al cine desde que tenía niños, o “Yo, mala madre”, donde sacaba el látigo la autora y azotaba a todos los que caían por el negro sobre blanco de su escrito.

En un concurso de titulares impactantes estos a mi gusto se llevan premio, cuanto menos de consolación. Y es que parece que toca hablar del tema y discutirlo: crianza natural sí, o no. El debate en general, siempre que no vaya acompañado de falacias y ensañamiento, resulta sano en la vida. Así que bienvenido sea. Además, resulta un síntoma de salud social debatir abiertamente modelos de crianza, aunque en ocasiones se desvirtúe con la muletilla “es que está de moda”, como si del color del jersey se tratara. Resulta sano hablar, y más aún de un aspecto que afecta a toda la sociedad, directa o indirectamente.

Que salga ahora a la luz con tanta frecuencia es para mí señal de que por fin el rol de la mujer rompe las fronteras domésticas y se abre paso en ese espacio público tan masculinizado hasta hace relativamente poco. Sí, la mujer hace tiempo que en la sociedad occidental trabaja con sueldo remunerado, y ha ido luchando por ostentar los mismos derechos que los hombres. Las leyes de los últimos 15 años, unas más que otras, han hecho por alcanzar una igualdad de condiciones real, y la sociedad ha ido siguiéndolas más o menos a salto de mata.

En medio del reajuste de roles de género, ha sorprendido este nuevo tema, que no llegaron a plantearse nuestras madres, y que era impensable entre nuestras abuelas porque era otro su “universo femenino”. Las mujeres trabajadoras de los 70, los 80 y los 90 se desarrollaron profesionalmente en un mundo laboral muy masculinizado. Lucharon por el reconocimiento de sus méritos, y no fueron pocas las que se quemaron por el camino. Los tópicos que las frenaban eran mil, y en la mayoría de los casos tenían que dejar de lado importantes esferas personales para demostrar su valía.

De pronto llegamos al siglo xxi, y llegó un término bien acogido: conciliación. Nadie se atrevió a ir en su contra, todo eran bondades y venía de la sapiencia europea. La conciliación era un bálsamo necesario para la sociedad, para las familias que se habían visto absorbidas por la vorágine laboral y las horas para criar, educar y compartir con sus hijos habían quedado relegadas a la mínima expresión. Se habló de la conciliación laboral sin ponerle género, pero en la práctica se legisló para las mujeres, y es que en el 90 por cien de los casos somos nosotras las que hacemos uso de las escasas ventajas que nos brinda, mal síntoma para una sociedad igualitaria éste de que los niños sean solo de las madres.

Junto con la implantación, mala, deficiente y aún escasa de esta conciliación, surge ese otro concepto, que ha encajado como un guante en el paradigma posmoderno del menos es más y de la vuelta a lo tradicional con el conocimiento actual, es la crianza natural. Aparece también con él un nuevo protagonista en el escenario: el bebé. Vaya, que con tanto debate nos habíamos dejado a los niños de lado. Qué necesitan nuestros retoños para crecer sanos, física y mentalmente.

Y el no del todo nuevo discurso va y nos dice en pleno siglo tecnológico que nuestros churmbeles necesitan amor, no, no, perdón, mucho amor. Madre mía, y ahora qué hacemos. Que no cunda el pánico, se escriben cien manuales de cómo dar amor a los bebés en el embarazo y los primeros años de vida, luego ya, cuando hablan, deja de haber tanta bibliografía en las estanterías. Será que si hemos seguido los consejos el resto de la vida el niño va rodado.

Y vaya por Dios, nos plantamos ya casi en los años veinte de nuestro siglo y voilà, empezamos a oír voces contrarias a este movimiento tierno y amoroso de la crianza natural. Que es tremendamente esclavo para la mujer, es la consigna que surge de la contra que se levanta y responde con variopintos argumentos.

Y a esta contra quería yo llegar, porque la crianza es algo que obviamente ha existido toda la vida, pero por primera vez se debate en escena pública. ¡Bravo, bravísimo! Mujeres occidentales, lo hemos conseguido, existimos, y con nosotras nuestras inquietudes, más allá de la esfera doméstica.

Pero, siempre los odiosos peros, el dardo del debate creo que se fija en un centro erróneo. ¿Hago bien o hago mal aplicando los consejos de crianza natural?, es el dilema del debate, y entonces ya estamos otra vez con la culpa, y cómo no sobre la mujer, en este caso la madre, porque haga lo que haga, con el debate enfocado de esta forma, es culpable de no hacer lo contrario. Y yo estoy deseando que lluevan voces que digan “Si te has informado, haz lo que te dé la gana dentro del respeto y amor al retoño que has parido y al tuyo propio. Lo que penses que es mejor para ti y tu entorno estará bien”.

Y entonces dónde enfocar el dardo del debate. Primero, quizás es mejor dejar dardos fuera y cambiarlos por bloques de construcción, por aquello de crear un clima más constructivo y de cooperación. Lo segundo, el respeto es esencial, que la información circule y cada uno elija libremente resulta primordial. Por último por cerrar tres puntos clave, la mujer da a luz y amamanta, pero para todo lo demás el padre existe, es corresponsable de su bebé, y su importante papel debe estar presente en todo debate de crianza, educación y conciliación.

Estamos a punto de dar el salto a este nuevo estadio de la situación, pero como toda transición, aún hay fuertes vestigios del pensamiento dominante previo. Que no falten titulares que hablen del tema, pero ojalá sean cada vez menos los que ponen a la madre entre la espada y la pared, y más los que brindan a los progenitores espacio para intercambiar experiencia e ideas de mejora real.

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