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“La carne barata la pagamos tres veces”

Philip Lymbery, autor de “La carne que comemos”

Bel Carrasco

Valencia —

La carne cuesta mucho más que el precio que se paga por ella en los comercios. La ganadería industrial que permite teóricamente abaratar este producto tiene un tremendo impacto sobre la salud de las personas y del planeta, además de causar un sufrimiento atroz a miles de millones de animales. Philip Lymbery CEO, director ejecutivo de Compassion in World Farming (CIWF), ha recorrido gran parte del mundo para estudiar in situ estos daños colaterales que despieza en 'La carne que comemos. El verdadero coste da la ganadería industrial' (Bloomsbury/Alianza Editorial, 2017). El libro explica gráficamente el verdadero coste de la carne barata y hace hincapié en la necesidad de un consumo más moderado, saludable y compasivo.

Unos 70.000 millones de animales de granja se crían cada año en el mundo. En España son 850 millones, en Reino Unido cerca de 1.100 millones y en los Estados Unidos, 9.100 millones. Dos tercios viven hacinados, como las gallinas encerradas en jaulas tan pequeñas que no pueden batir las alas, o cerdos confinados durante meses en angostas jaulas. Al no tener acceso a pastos o forraje natural, consumen un tercio de los cereales cosechados en el mundo, el 90% de la harina de soja, el 30% de las capturas de pescado y la mitad de los antibióticos que se utilizan al año a nivel planetario.

“Cada vez que escucho que las granjas industriales son necesarias para alimentar a los pobres, me formulo la siguiente pregunta, ¿cómo puede ser aceptable esperar que las personas con bajos ingresos alimenten a sus hijos con alimentos de mala calidad?”, dice Lymbery. “La comida decente debería ser un derecho. La ironía es que la ganadería industrial desperdicia grandes cantidades de alimentos al nutrir a los animales con cultivos aptos para el ser humano. También está minando nuestra capacidad de producir alimentos en el futuro, a través de un impacto de gran alcance en el medio ambiente”.

Según Lymbery, la ganadería industrial “está literalmente robando el legado de nuestros hijos”. Es una fuerte de problemas desde la perspectiva del medio ambiente, la salud pública, la seguridad alimentaria, la conservación de la vida silvestre y el bienestar de los animales. “La solución es buscar una alternativa en las granjas orgánicas, de alimentación mediante pastos, al aire libre, que producen alimentos de calidad de una forma humana y sostenible”, afirma.

Director de Compassion in Worlf Farming (CIWF) desde 2005, Lymbery es un entusiasta activista en defensa de los derechos de los animales. Las campañas de CIWF durante los noventa tuvieron gran repercusión, al lograr la prohibición de jaulas en batería para gallinas y terneras en la Unión Europea. Apasionado de la vida salvaje y anillador de aves, ha sido guía de la naturaleza en Seychelles, Costa Rica y Estados Unidos. En la actualidad reside en un pueblo de Hampshire.

“He estado interesado en el bienestar animal desde muy joven. Durante la investigación que llevé a cabo para documentar este libro descubrí que pagamos la llamada carne barata tres veces. La primera vez en la caja del supermercado; la segunda, a través de nuestros impuestos para subvencionar la agricultura; y la tercera, a través del coste que supone revertir el daño ocasionado en nuestra salud y el medio ambiente”.

Es un hecho probado que en los 50 años transcurridos desde que se adoptó ampliamente una forma industrial de producir carne, la mitad de la vida silvestre del mundo ha desaparecido. “La ganadería industrial desencadena una cascada de destrucción. Los animales de granja son hacinados en naves. Su alimento se cultiva en vastas praderas, rociadas con fertilizantes artificiales y pesticidas químicos. Estos monocultivos intensivos implican la eliminación de muchos árboles, arbustos, setos, etcétera. También la pérdida de flores silvestres, semillas, insectos, pájaros, abejas, murciélagos y otros animales salvajes. La producción de grandes cantidades de alimento para animales crea paisajes estériles y empapados de pesticidas. Los desechos animales contaminan las fuentes de agua dulce y los océanos. La ganadería industrial también acelera el cambio climático a un ritmo alarmante, al liberar grandes cantidades de dióxido de carbono y metano”.

A estos efectos negativos se suma el sufrimiento de los animales, incapacitados para expresar sus comportamientos naturales por lo que sienten una frustración y un estrés que en ocasiones los vuelve agresivos entre sí. La cruel mutilación de picos y colas es el único remedio que se aplica para evitar que se dañen. Con una presión creciente sobre los recursos naturales del mundo y más de 800 millones de personas que pasan hambre, Lymbery considera que “es insostenible y moralmente cuestionable criar tantos animales de granja en sistemas tan intensivos, alimentándolos con cultivos que podrían usarse para las necesidades humanas”.

¿Hay alguna forma de revertir esta situación? “Naturalmente, las elecciones que tomamos en la cesta de la compra tienen un gran impacto en el mundo. Por el bien de las generaciones futuras y el destino del planeta debemos luchar contra la expansión de la ganadería industrial. Animo a los consumidores a comer menos y mejor carne, pescado, productos lácteos y huevos procedente de animales mantenidos de mejor manera. Alimentados con pasto y al aire libre”, concluye Philip Lymbery.

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