Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Gobierno y PP reducen a un acuerdo mínimo en vivienda la Conferencia de Presidentes
Incertidumbre en los Altos del Golán mientras las tropas israelíes se adentran en Siria
Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

El cuento chino de 'El cuento de la criada'

El cuento de la criada

Francisco Martorell Campos

0

La serie El cuento de la criada adapta la novela homónima de Margaret Atwood publicada en 1984 al hilo de la teocracia iraní y la llegada de Reagan. A menudo, recibe elogios. Una fotografía y un montaje admirables, más un elenco de personajes complejos y una pericia sorprendente para saltar de la introspección a la extrospección lo justifica. Nos equivocaríamos, sin embargo, si redujéramos el valor de la macabra historia interpretada por Elisabeth Moss a los apartados técnicos o estéticos, máxime si tenemos en cuenta que se ha instituido en un símbolo reivindicativo del feminismo.

Huelga decir que no es oro todo lo que reluce. Y no me refiero a que las resonancias contestatarias de la serie estén condenadas a desvirtuarse (la menor de las Kardashian acaba de celebrar una fiesta Handmaid´s Tale). Ni a la suspensión constante de la incredulidad que suscita la tercera temporada. Tampoco a la ausencia de testimonios de la “econogente”, la clase obrera de Gilead. Ni siquiera a que la filiación distópica del producto le impida desbordar el marco de la denuncia y la advertencia. La contrariedad a resaltar es otra, en concreto la aparición en pantalla de un dogma naturalista muy cuestionable: el que predica, a la manera de Aristóteles, la existencia de una naturaleza diferencial de la mujer, y por ende del hombre.

En El cuento de la criada los bebes inmersos en llantos desesperados vuelven al sosiego cuando son depositados en brazos de sus madres biológicas, con las que apenas tienen contacto, como si entre ambos se erigiera un lazo indestructible. En varias secuencias, contemplamos a los recién nacidos siendo venerados por las miradas arrebatadas de las criadas. June y Serena toman, por su lado, decisiones incomprensibles. Solo adquieren cierta verosimilitud si las interpretamos como secuelas del “instinto maternal”, de un impulso fisiológico indomable que las condiciona.

La paradoja es que la naturaleza de la mujer, el instinto maternal y el consiguiente innatismo determinista yacen en el núcleo del patriarcado. Juntos, han legitimado el sometimiento desde tiempos inmemoriales. ¿Cómo lo han hecho? Atribuyendo a la biología lo que en realidad es efecto de la sociedad. Sabemos que hay menos mujeres que hombres en los ámbitos de la política, la ciencia y la economía. ¿A qué obedece tal desproporción? Según el paradigma patriarcal más reaccionario a que las mujeres carecen por naturaleza (por razones genéticas, diríase hoy) de las facultades cognitivas requeridas, contando, por el contrario, con cualidades intrínsecas específicas, relativas a la crianza y la sensibilidad. El 7 de marzo de 2019, el eurodiputado polaco de extrema derecha Stanislaw Zoltek se expresó en estos términos. A su juicio, mujeres y hombres están diseñados para realizar tareas distintas. Ensalzando los “roles de género”, Zoltek rozó la cosmovisión de las autoridades de Gilead.

¿A dónde quiero llegar? A que al admitir la existencia del instinto maternal y de la naturaleza de la mujer, los guionistas de El cuento de la criada comparten supuestos vitales con el ideario que atacan. Tal y como yo lo veo, la naturaleza de la mujer y el instinto maternal son ficciones que forman parte de un cuento. De un cuento chino que la hegemonía ha relatado a las mujeres para que consideren inevitable su posición. Por fortuna, Simone de Beavoir, Judith Butler, Chantal Mouffe y otras pensadoras hace lustros que lo desenmascararon, mostrando que el género es una construcción cultural, y no la expresión de la naturaleza, la construcción cultural más tóxica jamás ideada (gays, negros y pobres también han sido subyugados en nombre de lo natural). Es verdad que El cuento de la criada invierte el significado tradicional del cuento chino y dignifica los quehaceres históricamente infravalorados a causa de su feminización. El gesto coincide con el de algunas corrientes esencialistas del feminismo de la diferencia. Perfecto, pero, ¿no sería mejor abandonar el cuento en cuestión en lugar de reescribirlo?

*Francisco Martorell Campos es doctor en Filosofía y autor de Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla (La Caja Books, 2019)Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla

Etiquetas
stats