El mensaje está claro: un alegato contra la guerra o las guerras del siglo XX, que se prolongan hasta la actualidad. Pero sabemos, o deberíamos saber, que el arte es algo más que tan triste mensaje. Para mostrar el rechazo a la guerra sobran las buenas razones. De hecho, esas buenas razones nada saben de la agresividad, que a todos nos habita, como activo principal de la movilización bélica. De manera que habría que entrar de otra manera a la exposición del IVAM ‘Tristes armas’, donde Josep Renau y Martha Rosler dialogan entre sí con sus respectivas obras sobre la eterna lacra de la guerra.
Y una posible entrada la dan los propios artistas que, en tanto tales, y no simples correas de transmisión de anquilosados mensajes, se interrogan por tamaña violencia con el nudo de su obra. Un nudo difícil de soltar por cuanto Renau y Rosler sienten la angustia bélica como única verdad, ante el falso espejismo que supone la sociedad de consumo. En ‘Tristes armas’, lo bello y lo siniestro se entrecruzan en un baile sin sentido. He ahí, inapelablemente mostrada, esa conjunción de hogar, dulce hogar occidental, y amargo cuadro de la existencia como reverso de la ficción bien pensante.
Las muestras de esa paradójica conjunción superan las 80 imágenes. Las de Josep Renau (1907-1982) abarcan diversos periodos, los que van de la guerra civil española a su exilio en México y posterior estancia en Berlín. En cada uno de ellos, fijará su atención en las masacres bélicas, la propaganda política y el capitalismo reflejado principalmente en su serie The American Way of Life. Sus fotomontajes vienen a revelar ese cruel maridaje entre el bienestar propio, fruto de la seducción imaginaria, y el malestar ajeno, causado por una violencia de la que nada queremos saber.
Martha Rosler muestra a su vez esa conjunción entre lo bello y lo siniestro trayendo, por citar una de sus series (‘House Beautiful. Bringing the war home’), la guerra al interior mismo de ese dulce hogar del occidental acomodado. Deletreando sus imágenes, diríase que esos dos registros se comportan como el agua y el aceite. No hay manera de mezclarlos. Lo bello, en tanto imanta la mirada, apenas puede tomar conciencia de lo siniestro, en tanto lugar donde nada encaja y todo es convulsamente agitado por una violencia extrema. De manera que en ese círculo vicioso se mueven las imágenes de Renau y Rosler, tanto en el interior de su propia obra como en el diálogo que mantienen entre sí.
El espectador que se acerque a contemplar tan ‘Tristes armas’ tiene dos opciones: colocarse del lado de la autosuficiencia que impone la crítica acomodaticia (me río de la aburguesada sociedad de consumo) o espantarse con las imágenes que ve al otro lado de ese espejismo (¡oh, qué horror!). Flaco favor les haremos a Josep Renau y Martha Rosler, cuya obra, en tanto conmueve por esa tensión irresoluble entre la amable seducción de lo bello y la descarnada inhabitabilidad de lo siniestro, debería ser objeto de la fértil interrogación a la que nos convoca.
El video que completa la exposición, con ‘fragmentos para una película contra las guerras’ (Spanish earth, Sierra de Teruel, In the year of the pig, Las tortugas también vuelan y Camino a Guantánamo) no hace más que subrayar algo que Renau y Rosler plantean de forma menos palmaria y facilona. Sobran esas imágenes, que nada aportan al diálogo entre lo bello y lo siniestro, lo que imanta la mirada y la repele, de dos artistas combativos que se interrogan por el malestar en nuestra cultura. Interrogación que sigue abierta, a pesar de los pesares de tan triste corolario de películas fragmentadas.