Pintora de rostros. Fotógrafa de cuerpos desnudos sumergidos en el agua. Por dos diferentes caminos Patricia Iranzo llega al mismo punto. Un lugar donde se revelan los misterios de la mente más allá de la consciencia, una encrucijada en el que realidad y ficción se encuentran, y las imágenes sugieren lo que el ojo no ve. Sobre la base de sus conocimientos en psicoanálisis, sus retratos intentan captar a las personas en su estado más puro, obligándoles en cierta manera a remontarse a su infancia.
Dentro de un par de meses la artista valenciana abandonará su estudio de la calle Cordellers e iniciará un viaje en el tiempo y espacio que no está muy segura dónde la conducirá, ni cuánto durará. Su destino es Manhattan y su objetivo localizar a los últimos descendientes de los indios lenape, aborígenes que poblaban esos parajes antes de la llegada del hombre blanco.
Manhattan Portraits es el nombre de este proyecto singular que desarrollará con el apoyo de la Local Project, una galería de Long Island sobre diversos soportes audiovisuales: pinturas, fotografías, vídeos a partir de sus entrevistas y contactos con 20 nativos. Un estudio antropológico a través del arte.
Cómo surgió el interés de Iranzo por una etnia tan lejana e ignota podría ser materia de un relato o de un sueño. Todo empezó en 2003, en Nueva York, donde, gracias a unos amigos que le cedieron un loft pasó una temporada pintando rostros, una serie que llamó Portraits of no body (Retratos de nadie). “Eran rostros inventados a los que ponía alma y resultaban muy creíbles”, cuenta. “Con ellos pretendía hace una reflexión sobre la realidad y la construcción de la realidad”.
Tres años después tuvo ocasión de exponer estas obras en Payne Gallery, una sala de arte de la Universidad de Pennsylvania y, ante su sorpresa, muchos visitantes identificaron los retratos como de los indios de Manhattan. “A partir de ahí se despertó mi curiosidad hacia ellos y pensé que sería interesante investigar su pasado y raíces a través de los que todavía viven. Ya he conectado con dos y espero que sobre el terreno pueda localizar a más que estén dispuestos a colaborar. Mi idea es intentar elaborar un árbol genealógico que permita atisbar un mundo desaparecido hace siglos”.
Cara a cara con los últimos indios lenape, a Iranzo le espera una singular aventura para la que no tiene fecha de caducidad. “Las cosas auténticas y realmente importantes no tienen esa urgencia a la que estamos habituados”, sentencia.
Iranzo usa el gran formato, dos por dos metros, para plasmar rostros gigantes que cuentan una historia sin palabras y que tienen una vida detrás que el espectador imagina. “Utilizo técnicas mixtas y para mí la prioridad es el color”, comenta. Esa obsesión por las facciones humanas es su marchamo, su marca de fábrica. “Me fascinan las caras porque no hay dos iguales, por la cantidad de información que encierran, sobre todo a través de la mirada. Me inspiran una curiosidad insaciable. A veces paro a alguien por la calle y le pregunto si se dejaría retratar. Es Nueva York todos accedían, pero aquí la gente es más recelosa”.
Bajo el agua
El agua. O mejor el cuerpo humano sumergido en ella. Desnudo y prístino. Resistente y vulnerable. Es otro de los temas sobre los que pivota su trabajo, Underwater Series. “Cuando te metes en el agua ves cosas que no ves fuera”, dice. “Adoptas una perspectiva que lo cambia todo y en el medio líquido tienes la posibilidad de rodear al modelo, incluso de hacer fotos boca abajo”.
Iranzo inició su serie Retratos bajo el agua, en 2011, y cada año la amplia y renueva. “Utilizo cajas de luz, un formato más íntimo y también más cómodo sin las exigencias físicas de las grandes piezas difíciles de manipular. Con este trabajo observo que las mujeres son mucho más desenvueltas que los hombres en el medio acuático. Ellos están más rígidos”.
Trayectoria
Licenciada en Periodismo y estudiante de Bellas Artes, Iranzo profundiza en la psicología mediante sus conocimientos en psicoanálisis y psicología gestalt. A caballo de Valencia y Nueva York, su trayectoria es bastante inusual. Durante un tiempo trabajo en diversos oficios, incluso fue detective privado unos pocos días, aunque siempre dejaba cinco horas para poder dedicarme a lo que me gusta. Gracias al boca oreja sus obras se han vendido en Nueva york, Alemania y un importante coleccionista norteamericano compra muchos de sus cuadros.