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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs
Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Allá en la mina

Cosmonauta de SpaceX camino del trabajo.

Joan Dolç

Valencia —

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Hace ya mucho que el personal parece haber encontrado en la ciencia el relevo a la religión. Y la verdad es que no hace falta ser un iluminado para atisbar en el nombre que le han puesto al santo grial de la investigación científica, la teoría del todo, una perífrasis que alude a Dios, aunque no sea exactamente eso. El conocimiento científico, si algo hace, es llevarnos de desengaño en desengaño en lo que a nuestras ansias de trascendencia se refiere, pero, aun así, el equívoco persiste y crece gracias a la ciencia ficción, que suele ser el acceso de la mayoría a los temas de los que supuestamente se ocupa la ciencia. Este género y sus subproductos, ya sean cinematográficos, televisivos o como quiera que se llame el ámbito de los videojuegos, tiene tanta influencia en nuestra vida cotidiana como lo tenían las sagradas escrituras hasta hace apenas cien años. Produce obras en cantidades ingentes, que la mayor parte de las veces no es sino fantasía revestida de una coartada científica. Pero el género fantástico es honesto en sus planteamientos, no pretende engañar a nadie, y en la ciencia ficción, en cambio, encuentras desfachatadas explicaciones a prácticamente todo, en las que se mezclan hábilmente realidades contrastadas con mitos indemostrables. La escasísima ciencia ficción de calidad combina el rigor científico con la imaginación (lo apolíneo con lo dionisíaco en términos nietzscheanos), y amplia los horizontes y la experiencia del conocimiento, pero hay otra, que representa la mayor parte de lo que se consume, que falsea ambos ingredientes y genera un cóctel intelectualmente tóxico. De todos los géneros supuestamente inocentes, la ciencia ficción mainstream es el menos inocente de todos. Es el medio idóneo para infiltrar troyanos que condicionan nuestra percepción de la realidad, más concretamente, la idea de futuro.

Todos percibimos rápidamente que el Palacio de las Artes de Valencia no sería como es si no hubiera existido antes el casco de Dark Warder. El radio-reloj de Dick Tracy y los smartwatch actuales son otro ejemplo. A falta de los monopatines voladores que aparecen en Regreso al futuro, buenos son los patinetes eléctricos que se apoderan de la vía pública. Y seguro que los robots que nos cuidarán en algún geriátrico automatizado no serían lo mismo sin Metropolis o Planeta prohibido. Incluso cabe preguntarse si 1984 no ha funcionado más como laboratorio de ideas para que el poder nos controle, que como denuncia. Son anticipaciones que han desviado la fisonomía de alguna desafortunada ciudad y el curso del progreso tecnológico por el mero hecho de que alguien las imaginó y las hizo populares, y otros las hicieron rentables. Visto semejante poder predictivo, ¿como no iba nadie a intentar controlarlo? Aquí tenemos, por ejemplo, la fabulosa idea del coche autónomo. Y algo más disparatado todavía, que cada vez más gente se está tomando en serio: la colonización de Marte a gran escala.

Hay un fulano que lidera estas dos obsesiones, un tipo que es un verdadero tótem para un amplio sector de los más jóvenes y para algún que otro despistado con los testículos ya alopécicos: Elon Musk. Este personaje no solo promete llenar el planeta de coches eléctricos a lo largo de esta misma década, sino que pretende que todos (¿se?) conduzcan solos, insistimos que sin saber por qué ni para qué, aunque si le preguntas te dará respuestas que, casualmente, satisfacen nuestras actuales preocupaciones ambientales. Lo que seguramente no confesará es que de niño se chamuscó las neuronas viendo El coche fantástico, y que de ahí le viene todo. Y el no va más: también promete llevar a un millón de seres humanos a Marte en 2050. Sí, le ha puesto cifra y fecha, lo tienen ustedes en los papeles. Ya podemos ir ahorrando para el billete de ida, aunque el muy ladino dice que nos prestará el dinero, y ahorrando también en emisiones de CO2 gracias a los coches eléctricos —y autónomos—, porqué vamos a tener que generar mucho para enviar al espacio los miles de starships que, al parecer, está fabricando ya este sujeto. Por cierto, ¿para hacer eso no tendría que pedir permiso antes a la ONU o al papa, por lo menos? En cualquier caso, ahí empieza a haber lógica, pero no la suficiente. Porque, dejando de lado si es o no factible, ¿para qué íbamos a ir allí?

La respuesta está escondida entre esa inmensa producción de productos literarios y audiovisuales de ciencia ficción, ¿dónde si no? A base de darle vueltas, de vez en cuando dan en el clavo. En una serie que se llama The Expanse, nos lo enseñan bastante bien. Con un realismo más que aceptable, si no nos ponemos muy tiquismiquis con las leyes de la física, nos explican que nos iremos instalando por todo el sistema solar para hacer lo único que se puede hacer en la Luna, en Marte, en Ceres o en cualquier otro pedrusco del Cinturón de Asteroides: para trabajar en la minería, como el abuelo de Víctor Manuel. En la foto que acompaña a estas líneas pueden ver a un astronauta marciano camino del tajo. Hay que suponer que va a extraer materiales con los que construir más naves a mayor gloria de Musk, que seguirá viviendo en Seattle.

Así que la idea es empezar desde cero y pasárnoslas putas intentando crear mundos habitables, intentando «terraformar» planetas. Y vivir en un estado de perpetua melancolía, añorando volver algún día a ese planeta paradisíaco, al menos en el recuerdo, que nos describieron nuestros bisabuelos en las frías noches de invierno, que serán todas en todas partes excepto en Venus, donde hace un calor que ni te imaginas. Para evitar suicidarnos, los fines de semana cogeremos unas preceptivas cogorzas y echaremos algún quiqui como topos malnutridos en el fondo de alguna madriguera, con la masa muscular muy menguada, la del pito también, por la escasez de gravedad. En cuanto a todo lo demás, habrá luchas sindicales, guerras colonialistas entre las poblaciones de los distintos planetas, crisis de refugiados, política al servicio de las grandes corporaciones, grupos terroristas, forajidos más o menos desesperados que vivirán del pillaje, o una industria armamentista de dimensiones siderales… Ya ves, tantos kilómetros para nada. Por cierto, tendremos una tecnología de la leche vista desde la perspectiva actual, pero si ese escenario se hace real alguna vez, cualquiera de las naves que nos muestran ahora los atrecistas digitales no será más confortable que la furgoneta de un vaciador de pisos. Y mucho menos fiable.

Que nuestros problemas van allá donde vayamos lo sabemos desde hace tiempo. Así que, ¿por qué no tratar de solucionarlos aquí y ahora en lugar de huir al infinito y más allá con ellos a cuestas? ¿Por qué, en lugar de mandar naves a Marte, no mandamos a cagar a la vía a todos estos dementes que lo están haciendo dentro de nuestras cabezas, que están volviendo del revés nuestra miserable existencia para… para qué? Díganmelo ustedes porque yo ya me he perdido.

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No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

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