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Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Huevos

'Les oeufs cassés', Jean-Baptiste Greuze, 1756 - The Metropolitan Museum of Art.

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La primera vez que unos niños llamaron a mi puerta diciendo aquello de truco o trato, se me ocurrió lanzarles una filípica para recriminarles la adopción mimética de costumbres foráneas. Yo ni siquiera sabía que tenía que darles caramelos, y enseguida supe lo que quería decir lo del truco. A la mañana siguiente, la fachada de mi casa exhibía el impacto de un huevo a una considerable altura, con su correspondiente chorretón. El año siguiente fue peor y mucho más injusto. Ya teníamos preparada la bolsa con los caramelos —juro que ninguno estaba envenenado—, pero tuvimos la mala idea de ir al cine, a la primera sesión, y la película era larga. El sujeto pensó que no queríamos abrir y no se lo pensó. Cuando volvimos, los sesos de otro huevo se escurrían al lado de la huella que había dejado el anterior. No sabéis lo difícil que es limpiar eso una vez se ha secado. Es imposible, de hecho. Diez años después sigue viéndose bajo tres capas de pintura. La próxima vez, seguramente pintaré la pared directamente con huevo batido, me parece que es la única defensa efectiva. Pero hasta que llegue ese momento, la tarde y noche del 31 de octubre montamos guardia bolsa en ristre, cerca de la puerta para poder abrir sin demora y pagar sin rechistar a los chantajistas.

Del asunto, lo que me interesa destacar es mi ingenuidad. Hacía falta ser un cretino para pensar que aquellos individuos podían ser receptivos a mis sólidos argumentos en contra de la colonización cultural. Hay cosas a las que no se puede hacer frente civilizadamente. Sin ir más lejos, ya que está a la vuelta de la esquina, arremeter contra la Navidad. No hay nada que hacer. Si bajara el Niño Jesús a denunciar el espíritu pagano y malbaratador de dicha fiesta, acabaría molido a palos en un callejón. Es una celebración indestructible. Igual que las Fallas. Durante años despotriqué contra ellas desde todas las tribunas disponibles, denunciando puntualmente, primavera tras primavera, tanto el consustancial reaccionarismo y falsa mordacidad popular de esas fiestas, como la parvulez de una izquierda que creyó y todavía cree poder apropiarse de ellas para darles la vuelta desde un punto de vista ideológico. Para dignificarlas desde un punto de vista estético hace falta algo más que ideología. Y mi éxito a la vista está. Ya he desistido. Sobre todo, después de ver que la exposición El llibret de falla, una oportunidad cultural, organizada por la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport, ha sido el plato fuerte de nuestra representación en la feria del libro de Fráncfort del año en curso. Tú me dirás cómo se le hace frente a eso. Todo sea para ofrendar nuevas glorias literarias a Europa. A ver si la revitalizamos un poco con el ímpetu legendario de nuestras fuerzas culturales.

Ante ciertas cosas, el instinto de supervivencia invita a ceder posiciones con humildad. Be water my friend, como decía Bruce Lee. Lo de los toros en la calle podía haberse convertido en una desgracia aún peor que el asunto de los huevazos. Alguna vez, cuando han venido a pedir para la causa, en vez decirles que no llevo suelto, que es lo que la prudencia aconseja, les he dado a entender que no soy yo muy torero. Hasta ahora no ha habido consecuencias. Y, nobleza obliga, he de reconocer que siempre han recibido la negativa con deportividad. Pero no hace mucho una amiga tuvo la ocurrencia —en otro pueblo, que quede claro— de denunciar en Facebook el bloqueo de una calle en la que vivían varios ancianos que podían necesitar asistencia urgente, y, casualidad o no, al día siguiente se encontró con los cristales del coche astillados. No es un caso aislado. La prensa se ha hecho eco en los últimos años de unos cuantos episodios similares de incivilidad por parte de miembros incontrolados de la comunidad taurina. Así que entiendo que los políticos que en principio están por la labor no tengan el coraje necesario para acabar con la cruel tradición, incluso que la subvencionen o que pongan lo que queda de la sanidad pública al servicio de los mártires caídos en combate contra la bestia cornuda.

Son cosas que le van quitando a uno las ínfulas. Aquello que dijo el barón Lytton de que la pluma es más poderosa que la espada ha demostrado ser tan solo una chulería. Y dado que no ha dejado de repetirse desde que lo dejó escrito hace casi dos siglos, demuestra que los plumíferos son —o somos, concedo— unos fantasmones. Tenemos complejo de Josué. Creemos poder hacer frente a la irracionalidad con nuestra lógica «aplastante», creemos ser capaces de pararla, la irracionalidad, como hizo aquel con el Sol, y ganar la batalla con la contundencia de nuestros argumentos. Unos engreídos a los que basta con un par de huevazos en la fachada para que se la envainen, la pluma, y se vayan a un rincón a escribir poesía. La humildad, la cobardía, y también la poesía, a veces se parecen tanto que cuesta distinguirlas.

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No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

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