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Cuando nos enamoramos de la política

Ignacio Blanco

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Seguro que la mayoría de vosotros estáis hartos del vodevil parlamentario de la investidura y horrorizados con la amenaza electoral navideña. Visteis de pasada el último debate y sufristeis un nuevo déjà vu que os sumió aún más en la apatía. Tenéis la convicción de que no se puede dejar gobernar al PP -“Pedro, sé fuerte”- pero veis casi imposible formar una mayoría alternativa que, con la participación de Ciudadanos, sería la crónica de un desencanto anunciado. Y en unas terceras elecciones la cosa pinta aún peor. Os sentís decepcionados, desmotivados y desinteresados por la política. No estáis solos, somos millones.

Hubo una época nada lejana en que las cosas eran completamente distintas. Un tiempo en que nos apasionaba la política, cuando pensábamos que podríamos cambiarlo todo, o al menos intentarlo. En las plazas y en las redes, en las asambleas y en los platós de televisión, bullía la esperanza de hacer realidad nuestros sueños. El 15M exigía una reforma democrática de la ley electoral, el derecho a una vivienda digna, una educación y una sanidad públicas, la nacionalización de la banca y una reforma fiscal progresiva, la estricta separación entre Iglesia y Estado, la reducción del gasto militar y la derogación la ley de extranjería, la eliminación de los privilegios y las puertas giratorias... Ninguna de las propuestas era nueva; la novedad estaba en que ya no eran minoritarias. Parecía que el viejo topo de la historia salía de nuevo a la superficie, que si otro mundo no, al menos otro país era posible.

Hoy, sin embargo, parece que la nueva política y la vieja izquierda sólo se plantean - como posibilidad real, que no cierta- impedir que Rajoy siga siendo presidente, derogar las leyes más duras del PP y tomar medidas para regenerar el funcionamiento de las instituciones. Neutralizada la ofensiva electoral, vuelta a la estrategia defensiva. A la espera de tiempos mejores, se trata de conservar al menos lo poco bueno que queda del pacto social del siglo pasado. Se sale a empatar y así se sigue perdiendo el partido. Ya no se reivindica la transformación social sino simplemente la decencia. Se devalúan nuestros sueños y así la gente deja de soñar con nosotros. La audacia era contagiosa; la resignación también lo es.

¿Cómo afrontar personal y colectivamente este cambio de fase? Un buen ejercicio sería recordar qué nos hizo enamorarnos de la política: qué ideales, qué causas, qué proyectos. Seguro que ninguno de nosotros nos enganchamos a esto por las votaciones en el Congreso ni para conseguir que la derecha cambiara de candidato; queríamos el reparto del empleo, la Tasa Tobin, la renta básica, el 0’7%, la igualdad real de todas las personas, la libertad de los pueblos, la paz y la justicia en el mundo. No nos hicimos de izquierdas viendo tertulias sino buscando aquellos libros y revistas que nos abrían horizontes intelectuales, escuchando a compañeros con más experiencia y conociendo de primera mano los problemas sociales.

Si el cielo tiene que esperar, preparémonos bien para el próximo asalto. Dejemos de correr en círculo, atémonos las botas y tracemos una nueva ruta. Para ello tendremos que seguir el consejo de Gramsci: instruirnos, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia; conmovernos, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo; y organizarnos, porque necesitaremos toda nuestra fuerza. Nos toca volver a leer, a pensar, a debatir, a aprender, a compartir y a luchar.

“Perquè hi haurà un dia que no podrem més i llavors ho podrem tot” (Vicent Andrés Estellés)

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