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1979, cuando la historia nos sobrepasó

Alfonso Puncel

En enero de 1979 se celebró en Valencia el 1er congreso del Partido Comunista del País Valenciano (PCPV) y en agosto de ese mismo año el 1er Congreso de la JCPV en Buñol. De eso hace ahora cuarenta años y traigo al recuerdo esos congresos no con un ánimo de melancólica rememoración sino porque entonces se perdió una oportunidad que, vista con la distancia y con la madurez sosegada, se lamenta aún más.

En aquel congreso fue elegido como Secretario General Ernest García que hasta ese momento era el director de la revista del partido “Cal Dir”, aunque sólo estuvo poco más de un año pues él y muchos dirigentes “renovadores” fueron expulsados del partido. Los documentos de aquel congreso no reproducen los debates que subyacían, pero sí recogen fielmente las posiciones más oficialistas en torno al “eurocomunismo” y las urgencias políticas de la transición hacia la democracia, pero las tensiones internas entre jóvenes militantes y la vieja guardia representada por Antonio Palomares, hasta entonces Secretario General, no evitaban que existieran debates en torno a las simpatías o antipatías por lo que pasaba en el bloque soviético, la validez o no del eurocomunismo, definiciones sobre la cuestión nacional, los debates en torno al modelo de Estatuto de Autonomía y por supuesto, sobre la apertura y descentralización de la organización del Partido.

Esos mismos debates, como no podía ser de otra forma, arrastraban a la organización juvenil y en el congreso de la JCPV, aunque los documentos se situaban en las posiciones más aperturistas no dejaban de plantearse los mismos temas. Pero, como digo, no traigo aquí aquel congreso para recordar sino para reflexionar sobre oportunidades perdidas que quizás no lo fueron.

Hay que situar esos congresos en el marco de la historia de las dos décadas que van desde 1969 a 1989. Ambos congresos se hicieron sólo diez años después de las revueltas de Mayo del 68 y de la creación de ARPANET (nota para milenials: lo primero, el 15M de tus abuelos, los segundo origen de Internet) y 1979 es el mismo año de las primeras elecciones municipales democráticas que se llevaron a cabo en abril después de cuarenta años, apenas unos meses después de aprobada la Constitución española, dos años después de la legalización del PCE.

En ese mismo año, empezó a gobernar Margaret Thatcher imponiéndose un neoliberalismo fuertemente desregulador; Karol Wojtyla visita Polonia tras ser elegido Papa en octubre de 1978; se inician las primeras movilizaciones que darían lugar al sindicato Solidarnosk en Polonia un año después poniendo en jaque (mate) al gobierno comunista y Ronald Reagan ganaba las primarias del Partido Republicano que le llevaron en 1980 a ser candidato a Presidente de los EEUU; la revolución sandinista triunfaba en Nicaragua; se produce la fuga radioactiva de Three Mils Island en EEUU. En China el Partido Comunista inició el camino del capitalismo de estado de la mano de Deng Xiaoping con la condena a la Revolución Cultural promovida por la “banda de los cuatro”, en Irán triunfaba la revolución islamista de Jomeini y en Irak Sadam Husein se hacía con el poder.

Es el año del inicio del postfordismo y de la postmodernidad cultural. Tal y como definen Eric Hobsbawn y Josep Fontana, 1979 es reconocido como el año de la ruptura en muchos sentidos por hechos que han condicionado la historia del mundo hasta hoy.

Esos congresos se hicieron solo diez años antes de la desaparición del muro de Berlín, la disolución del Pacto de Varsovia y del desmoronamiento de la URSS, la salida del ejército soviético de Afganistán, la proclama de Jomeini para asesinar a Salman Rashdie por su obra “Los Versos Satánicos” (la primera fatua de ese estilo) y que el sindicato Solidaridad fuese legalizado pudiendo presentarse a las elecciones en Polonia en cuyo país, en 1989 se conforma un gobierno no comunista en cincuenta años, al que siguieron Bulgaria, Checoslovaquia y Rumanía.

Nada de todo esto era motivo de reflexión colectiva, ni aparecía en los documentos políticos del partido, sí quizás de algunos artículos en “Nuestra Bandera” o “Nous Horitzonts” órganos de debate del PCE y PSUC respectivamente. Mientras, nuestras “tesis” políticas, en la más pura tradición comunista, hablaban de nuestras pequeñas grandes preocupaciones, pero la historia, en lugar de acabarse, seguía su rumbo hacia el siglo XXI y llegamos así, sin darnos cuenta, en apenas un suspiro, a otras encrucijadas.

De alguna forma aquel año la historia se aceleró – o como han definido algunos autores entre ellos Josep Fontana - fue un año no de afirmación como diez años antes o diez años después, sino de encrucijada, un año en el que la historia nos sobrepasó y no supimos interpretar colectivamente los signos del cambio para dar una alternativa a la gente y eso fue la causa, en última instancia, de que el partido dejara de ser un referente.

En general, desde esa década, vivimos desconcertados, dando respuestas meramente ideológicas a acontecimientos que no sabíamos interpretar (cuando no ignorábamos) y que marcarían el futuro de la humanidad pocos años después. Los mensajes eran planos, las reuniones interminables y los informes autoreferenciales, incapaces de integrar propuestas en ideas de larga mirada más allá de nuestros urgentes pequeños problemas, en nuestro pequeño territorio. La socialdemocracia iba perdiendo su influencia y su razón de ser entre el capitalismo duro de Reagan-Teatcher y el desmoronamiento del “telón de acero”.

La izquierda, más allá de la socialdemocracia, perdía el norte y entraba en sucesivas divisiones a cada cual más aferrada a pensamientos idílicos, utopías vestidas de falsos pensamientos igualitaristas que, sin saber cómo llevarlas a cabo en un mundo de capitalismo desregulado y salvaje, no hacían más que profundizar el desconcierto.

Así esas propuestas se convertían en la mente de la gente corriente en distopías incompresibles, atrapados en soluciones tecnológicas resultado de un consumismo desmedido, aún a sabiendas que vendían su alma a través de ella al mejor postor y convertida la política para la gente en uno de sus problemas y no en su solución.

Aprender de la Historia sirve para no repetirla y la izquierda debería saber interpretar sus signos para dirigirla no para dejarse sobrepasar por ella. Sin duda solucionar con gestión eficiente las preocupaciones de la gente corriente pero pensando más allá de las urgencias y más allá de nuestro pequeño territorio, más allá de modas y de nuestras identidades individuales tan convenientes para el capitalismo que nos vende, a cada cual, aquello que nos reafirma como individuos pero que nos confronta con los demás.

Esa izquierda que ha convertido en estrategia política la defensa de la individualización, utilizando conceptos poco elaborados de la diversidad, las nuevas identidades y del interés común y alejándose, en sus ansias por encontrar nuevos conceptos para hacer marketing político, de los conflictos productivos que están en la base de las desigualdades, de la pérdida de calidad de vida y de la emergencia ecológica.

No podemos seguir pensando que el trabajo será el eje de nuestras vidas cuando permitimos que millones de puestos de trabajo sean sustituidos por máquinas, más eficientes, más baratas, ubicadas no se sabe dónde, manejadas por no se sabe quién al servicio de no se sabe qué intereses, sin imponer medidas para que estas nuevas empresas se hagan cargo de los desplazados, porque de ser así se refuerzan los mecanismos de acumulación y la financiarización de la economía.

La izquierda no puede seguir pensando que es importante invertir en infraestructuras o subvencionar a empresas para que exporten o produzcan millones de productos en una economía cada vez más inmaterial, pero sin poner límites a la explotación de recursos naturales, que acabará vendiendo la idea de cómo hacer los productos en destino, que hará innecesarias esas industrias e infraestructuras de transporte, que tanto nos habrán costado pero que habrán dado pingues beneficios a las mismas empresas que no dudarán en despedir a los trabajadores.

O no darle la importancia que se merece a la agricultura para la supervivencia de las personas ya que por esa misma razón, este debería ser un sector al que apoyar con más fuerza.

No podemos seguir desconociendo la contradicción entre afirmar la emergencia medioambiental (no sólo climática) y subvencionar industrias o infraestructura contaminantes por necesidad de mantener la mano de obra o la productividad a costa de la salud de las personas.

Ni seguir pensando en que la desigualdad es una cuestión exclusivamente de disponibilidad de renta cuando la verdadera desigualdad se produce en la existencia de servicios cada día más diferenciados en sanidad (medicina avanzada genética regenerativa vs. medicina básica quirúrgica química), en atención social (atención individualizada vs. atención masificada) o en educación (educación dirigida a empleos de calidad vs. educación básica para empleos precarios), una para los muy ricos y otra para todos los demás.

Desigualdad que se incrementará aun cuando se implante la “renta básica universal” porque esta no permitirá acceder a esa atención sanitaria, social o educativa avanzadas, sino sólo disponer de unos mínimos recursos para sobrevivir en un mundo cada día más competitivo.

Quizás no sean estos los aspectos determinantes del futuro y puede que sean otros, pero en todo caso si los partidos políticos no se plantean estas cuestiones la historia volverá a sobrepasarnos, porque la Historia no se acaba.

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