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El coma

Josep Moreno

Ya se sabe que entre las tradiciones de fin de año está la del “mega anuncio navideño” solo al alcance de unas pocas marcas que aprovechan la ocasión para hacer alarde de pasta, humanidad y ahora que estamos todos con lo del marketing emocional, también de compromiso social.

Este año, una conocida marca de embutidos ha basado su campaña navideña en el despertar del coma de un buen tipo que, a juzgar por el look de su chupa de cuero, debió tener el accidente allá por los 80. Seguro que lo han visto.

Los guionistas enfrentan al resucitado protagonista del spot a toda suerte de novedades tecnológicas, deportivas y gastronómicas a las que el sujeto, un Lázaro todo buen rollo, responde con cara de pan quemado asimilando con una tranquilidad envidiable tanta novedad y sorpresa.

Digo yo, que igual los creativos de la campaña han considerado contraproducente mostrar la reacción del personaje cuando descubrió que en la tele habían sustituido al balsámico Balbín por el histriónico Ferreras. A ver cómo le explicas a este hombre que Carrillo se fue y vino Monedero y que hemos cambiado al Rey Juan Carlos y a Sofía de Grecia por un Madelman y una Barbie Malibú. Dile tú si puedes, entre loncha de jamón y loncha de mortadela, que Catalunya está a Más de una Colau y media de la secesión y que Madrid, Barcelona y Valencia las gobierna una suerte de Comuna de París, aunque en el fondo tengan más de París que de Comuna.

Creo, que quienes idearon la trama del popular storytelling navideño pensaron que, puestos a generar empatía emocional con el consumidor, era mejor evitar reacciones de disgusto, o difíciles de asimilar por el héroe de la trama. Que conste que lo entiendo. Ahora bien, tal vez no era necesario eludir de un modo tan grosero el necesario reencuentro del personaje con la sociedad con la que dejó de interactuar hace más de tres décadas. Se le podrían haber mostrado algunas estampas de nuestro presente que podrían haberle resultado menos sorprendentes. Por ejemplo, se me ocurren un par de circunscripciones en las que el chaval podría haber reconocido a más de la mitad de los diputados, y ya no te digo de los senadores. O mostrar su reacción al oír un par de noticias sobre el último comité federal del PSOE. Mucho te tiene que haber borrado la memoria el coma para que no te resulte familiar esa sinfonía de motosierras que tan brillantemente interpretan los vividores de lo orgánico que abundan en ese foro.

Tampoco la corrupción le habría resultado tan extraña. Igual la magnitud, eso sí. Y el plasma, eso también. Pero puestos a justificarla, no me digan que no resulta mucho más divertida hoy Cospedal que Rosa Díez hace 30 años.

Opino, sinceramente y sin ánimo de ofender, que a los guionistas les faltó ambición y generosidad para con la sociedad española. Habría sido de agradecer poder ver con los ojos de un joven que se durmió en plena movida madrileña, la que 30 años después tenemos liada. Reconozco que me intriga. Pues en realidad no tengo claro que, a lo peor, los que hemos estado en coma estas décadas no seamos aquellos que nos creímos tan despiertos.

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