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CV Opinión cintillo

El alicantinismo que viene

Xavier Ribera Peris

1

“Tornaven per les aigües mortes

alacantins dels anys,

valencians d’altres llocs.

I ja semblaven més llunyans els dies.

Ells parlaven d’Orà

però el ponent portava antigues terres

quasi oblidades.

L’Algeria s’ha enfosquit

i pels viaranys nombrosos de la mar nostrada

tornaven a la pàtria“.

Emili Rodríguez-Bernabeu, Alacant, 1960.

Por las leyes físicas, cuando una opción política o un territorio  deja  espacios vacíos, vienen otros y los ocupan. Ejerces o te quitan el sitio.  La historia tiende a repetirse. La política valenciana del verano de 2023 se escora hacia el extremo sur del País Valenciano que ocupan los dominios de la provincia de Alicante. Así ocurrió en noviembre de 1995 en una compleja operación, más bien  de origen delictivo, para otorgar pasaporte de éxito a un señor de Cartagena desde la alcaldía de Benidorm (Alicante) hacia la presidencia de la Generalitat Valenciana. Eduardo Zaplana, –acompañado por su inseparable José Joaquín Ripoll, ‘Pitu’’--, que desconocía las entrañas de esta tierra, llegaba al Palau del carrer dels Cavallers, con plenos poderes. Fue el artífice de la Acadèmia Valenciana de la Llengua que acabó con el enfrentamiento lingüístico hasta hoy.

Carambola

El 13 de julio de 2023 el zaplanista Carlos Mazón Guixot investido  presidente del Consell de la Generalitat, asistido por los votos determinantes de Vox, versión valenciana. Casi nadie sabe cómo ha sido, pero un  presidente de la Diputación provincial de Alicante,  amigo de Enrique Ortiz ‘el rey de las contratas’, deslucido en  tierras alicantinas, anónimo para casi todos, ha conseguido, a base de carambolas, ser investido máxima autoridad de los valencianos con el acuerdo de la ultraderecha fraguado antes de las últimas elecciones autonómicas. Algo se había hecho mal. Una escoba puesta del revés hubiera vencido del mismo modo el reciente 28 de mayo. El PP no enmienda errores aunque éste provenga de un contubernio consumado en Orihuela por cuenta del anterior presidente del PP, Pablo Casado, y de su lugarteniente, el murciano Teodoro García  Egea, en ceremonia encomiástica oficiada por José Manuel García Margallo. Más adelante confirmada en Formentera con Manuel Broseta Dupré y el líder conservador murciano, Fernando López Miras.

Murcia está detrás

Se vuelve a resucitar el círculo que se abrió en noviembre de 1995 con el advenimiento de Eduardo Zaplana (Cartagena, 1956). El turno ha corrido desde Zaplana –por Alicante– al interregno de José Luís Olivas y Francisco Camps en presidencia de la Generalitat -en la cuota perseguida por Rita Barberá para València, y completada con el turno del castellonense Alberto Fabra, impuesto por Mariano Rajoy, conocedor del descontrol en comisiones y en las cuentas que reinaba en el Partido Popular de la Comunidad Valenciana. Puesto el reloj a cero, se reinicia la hegemonía alicantina en el Partido Popular encarnada en Carlos Mazón. Nada es casual. Cazado Zaplana, el zaplanismo revive y es añorado por los señores del dinero, por la caverna reaccionaria y  por la jerarquía confesional. Apariencia liberal y efectiva purga de las ‘desviaciones’ acaecidas en las dos últimas legislaturas del Botànic-Rialto. Sobra, por injustificado, el encarnizamiento anticatalán que no responde al Espíritu de Morella instaurado por Ximo Puig. No basta con la postura  condescendiente para presidir una autonomía múltiple, diversa y zaherida como la valenciana. 

La lengua como síntoma

Una razón: el odio lingüístico esgrimido por la nueva situación de poder Mazón-Català, exige, por ignorancia idiomática y social, poner coto a la normalización y al uso del valenciano en la Administración y en las directrices que han de regir, en adelante, en los centros educativos. Este retroceso puede ser uno de los focos de disconformidad e indignación en bastantes sectores de la población, especialmente en pueblos, villas y comarcas donde la lengua que se aprendió de los antecesores y que se usa en las familias, es una de las señas de identidad para la que no se admiten claudicaciones.

Murcia sobreactúa

En el País Valenciano las corrientes y presiones despersonalizadoras suelen tener su origen  en las dos cuencas del Segura con patrocinio de la recayente en la vertiente murciana. El Sureste y el Levante. Caja de Ahorros del Sureste y Murcia, después de Alicante y Murcia y reconvertida en Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). Ya oficiaron Zaplana, su conseller Luís Fernando Cartagena –ex alcalde de Orihuela–, Vicente Martínez Pujalte –exdiputado–, el presidente in pectore de la Región de Murcia –López Miras–, Teodoro García Egea –el valido de Pablo Casado– y otros colaboradores, con la esperanza de reconquistar la Comunidad Valenciana, con acento murciano de la mano de Carlos Mazón. Puede no resultar tan manejable por los manipuladores del dinero y el poder, cuando atisbe el precio político de arrimar el suculento botín hacia zonas donde la irritación levante ampollas. ¿Se reproducirá con Carlos Mazón la escena del sofá entre el presidente político Ximo Puig y el líder empresarial Juan Roig en 2015 en el Palau? ¿Se reemplaza por la visita precipitada de Vicente Boluda para visibilizar la entente?

'País Valencià. un espai de risc'

El 2 de mayo de 2008, en tiempos difíciles, cuando la aventura del Botànic no era ni imaginable, nos reunimos en Alicante,, a la sombra de la figura de Ernest Lluch, con motivo de 25 de abril para hablar de ‘País Valencià: un espai de risc’. Pronuncié una conferencia abogando por la coherencia y la concordia en  el Club diario “Información”. Allí, conscientes de que se trataba de territorio ‘hostil’, la disertación se enunció: ‘Territorio valenciano: de la diversidad a la cohesión. Con presencia activa de Josep Maria Perea –periodista y activista legendario–, Vicent Soler -catedrático, político y ex conseller–, Salvador Almenar –discípulo predilecto de Lluch–, Joan Romero, -catedrático y ex secretario del PSPV-, Manuel Alcaraz –profesor y ex conseller de Transparencia–, Ignacio Jiménez Raneda –aragonés, ex rector y admirador de Lluch–, Jorge Olcina –catedrático y sabio del clima– y Andrés Pedreño –ex rector y CEO de Universia del Banco de Santander–.  La tesis se centró en  la proyección de las reflexiones de Teodoro Llorente Olivares –discurso de Elx (1908)–,  las apreciaciones  recientes sobre el caso alicantino de Joan Fuster y el compendio de Josevicente Mateo –'Alicante aparte’ con varios  prólogos y un epílogo como colofón veinte años después de su primera edición, reeditado en 1991. El alicantinismo sano permanece vivo, aunque todo lo que no evoluciona y crece se difumina y pierde sentido. El otro alicantinismo, el del vocalista de los Marengos, Carlos Mazón, que acaba siendo un instrumento político más al servicio de la desmembración en un país, el valenciano, que hace tiempo no está para bromas. Últimamente las sensibilidades están a flor de piel. ¿Es la extensión territorial, los lances lingüísticos, la virtual cultura ignorada en raíz, la geografía, la historia, la idiosincrasia o  la pluralidad? Elx, Alcoi, Elda, Novelda, Tárbena, Monòver, Villena, Ibi, Tibi, Castalla, Xixona, Calp, Torrevieja-Orihuela, Benidorm, Benissa, Pedreguer,  Xalò, Gata o Xàbia, donde Fuster reconocía que pasaba sus vacaciones invitado por el profesor Manuel Broseta Pont, en su casa del Tossalet. El catedrático de Derecho Mercantil, después asesinado por ETA, había nacido en tierras alicantinas de Banyeres de Mariola (l’Alcoià). A su padre, delatado en la posguerra por anarquista, se le conmutó la pena de muerte, por la intervención del abogado jurídico militar Julio de Miguel y Martínez de Bujanda. Julio de Miguel, con tentáculos en el régimen franquista, después fue factotum del Comité de Gestión para la Exportación de Cítricos, al que sucedieron Antonio Pelufo y  Vicente Bordils. Con él acabó la edad de oro de la naranja valenciana y española.

 Alacant, mediterránea con Argelia al fondo

 En octubre de 1968 se publicó el estudio ‘Alacant, 30.000 pied-noirs’ de Antoni Seva, que recoge el fenómeno de recuperación migratoria de miles de oriundos alicantinos que se instalaron en Argelia, por diversas razones, desde la expulsión de judíos y moriscos por los  Reyes Católicos. A principios del siglo XX y atraídos por el aliciente de Argelia como  departamento francés  o huyendo de la guerra civil española, se produjo un flujo de españoles y franceses –no sólo alicantinos– desplazados a las capitales argelinas que regresaron junto con ciudadanos galos que prefirieron instalarse en el litoral mediterráneo valenciano. Esta implantación aportó, especialmente en las comarcas alicantinas (Orán, Argel), el enriquecimiento del entonces incipiente sector turístico con la preparación y la cultura que sumaba  el conocimiento de su procedencia francesa, con la experiencia enriquecedora del saber hacer de los naturales en la cuenca mediterránea. Con resultados espectaculares en el campo gastronómico, de la restauración y de la puesta en marcha de complejos hoteleros y de ocio. La cohesión en el País Valenciano más que un logro es un reto. De cuyo éxito todos saldremos beneficiados y del que todos somos responsables. Es una incógnita si el alicantinismo que viene, supera los niveles mínimos de conocimiento, competencia y cooperación. O si es un episodio más en cuña de insolidaridad y desunión.

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