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Benimaclet, algo más que un barrio

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La revisión del PAI de Benimaclet ha suscitado un apasionado e importante debate en València. Un debate participado por los vecinos del barrio, destacados profesionales del urbanismo, la geografía o al derecho, junto a la urbanizadora Metrovacesa, los partidos políticos y el propio ayuntamiento.

La prensa y otros medios de comunicación han estado atentos al debate y han recogido las opiniones de todos los participantes de forma continuada en los últimos meses. Es esta publicidad de los medios la que me ha permitido una visión suficientemente fundada de este tema, además de mi experiencia vital y profesional en València y su huerta.

Un debate que alcanza una importancia significativa, más allá del propio barrio, ya que de él pueden nacer y asentarse unos nuevos criterios disciplinares y políticos que orienten la tarea urbanística del ayuntamiento de València para la ciudad entera e incluso para los municipios del área metropolitana. Unos criterios que servirán tanto para enfrentarse a la herencia de las operaciones inmobiliarias en curso o expectantes basadas en las determinaciones y parámetros fijados por el PGOU de 1987. Han transcurrido treinta y tres años en los que han sucedido acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales que cambian el marco de referencia de aquel Plan, lo que nos permite sentenciar como obsoletos sus basamentos, propuestas de ordenación y parámetros. Añadamos a esto la normativa europea que estamos obligados a respetar.

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Benimaclet se ofrece hoy como banco de pruebas sobre el que confluyen muchas de las cuestiones que se plantean al urbanismo de las grandes ciudadaes tanto culturales y disciplinares como políticas, tanto económicas como sociales y medioambientales.

En las últimas décadas la ciudad ha estado sometida al imperio de un neoliberalismo depredador que ha encontrado en las grandes ciudades de todo el mundo el espacio más propicio para la acumulación del capital, transformando la ciudad en mercancía al servicio del negocio financiero inmobiliario. La ciudad como refugio del dinero acumulado por los grandes fondos de inversión y los ricos de la tierra. Como caja fuerte donde guardar los grandes capitales especulativos.

Un neoliberalismo que ha sabido imponer un pensamiento único, unido al “no hay alternativa” de Margaret Thatcher, capaz de impregnar, de contagiar y degradar el pensamiento de profesionales, operadores inmobiliarios y financieros y, lo más triste y peligroso, al alma de los partidos políticos y los gobiernos estatales, regionales y municipales de toda ideología.

Frente a ello, una nueva cultura de la ciudad que impregna tanto el proyecto urbanístico como la forma de gobernarla, está consolidándose como reacción a la expolición capitalista, recuperando la ciudad como espacio común cuyo desarrollo debe centrarse en dos cuestiones básicas: la lucha contra la desigualdad social y la injusticia espacial, tal como lo planteó Bernardo Secchi hace unos años. Dos cuestiones que enlazan con la defensa de una relación respetuosa y complementaria de la ciudad y el campo, un desarrollo urbano junto a la permanencia de un agro culto y cultivado como garantía de supervivencia de la vida urbana. De la urbanidad bien entendida.

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El derecho a la ciudad como espacio común es patrimonio inalienable de los ciudadanos bajo la tutela y la defensa de los poderes públicos y, más concretamente, de los ayuntamientos democráticos, titulares únicos del proyecto de ciudad y su desarrollo. Responsabilidad que se traduce en la obligación de controlar la mercantilización de la ciudad en beneficio de los propietarios y operadores financiero-inmobiliarios que pretenden privatizar todo lo público y lo colectivo. No podemos olvidar el principio ético político de que toda propiedad debe estar sometida al bien social como primer mandamiento.

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El debate sobre el futuro de Benimaclet evidencia con toda su crudeza la confrontación entre los intereses de una promotora inmobiliaria y las necesidades y aspiraciones de los vecinos. Un conflicto ante el que no puede abstenerse el ayuntamiento ni escudarse tras el falso argumento burocrático del respeto a la herencia recibida, unido al miedo a posibles indemnizaciones.

Cada momento tiene sus problemas y sus afanes. Hoy se hacen visibles y concretos en Benimaclet. Problemas y afanes que hay que afrontar dando prioridad al bien común, modulando los intereses privados sometidos al principio de un urbanismo concesional.

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He podido aproximarme a este tema gracias a la lectura reposada e interesada de informes, artículos, conferencias y declaraciones del os más directamente implicados en el problema que plantea la revisión de este PAI.

Al tiempo de esta lectura he podido analizar las propuestas de ordenación contenidas en dos importantes documentos: PORTA A L’HORTA y BENIMACLET, UNA PROPOSTA PER A EL CONSENS.

Además de estas lecturas conozco València y su huerta, conozco Benimaclet y guardo en mi memoria de adolescente el tiempo que viví con mi abuela en Burjassot. Una casa lindante con la acequia Montcada con una huerta a sus pies que se extendía hasta el mar con el hito azul de la cúpula de San Miguel de los Reyes. Un tejido de caminos y acequias que corrían entre los naranjos y constituían un auténtico parque metropolitano por el que pasear, conversar y gozar el dulzón olor del azahar y la tierra labrada.

Recuerdo el trenet que, entre huertas, me conducía hasta el Pont de Fusta, las torres dels Serrans y la academia Palau. Guardo la imagen de València como la de una ciudad enraizada en una tierra fértil y una huerta como matriz generosa de la ciudad.

Por eso me atrevo a intervenir desde Madrid en el debate actual y opinar sobre las propuestas que están germinando pero que ya tienen cuerpo suficiente para percibir el futuro que proyectan.

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En Benimaclet no pueden separarse los proyectos de ordenación del ámbito interior al sur de la Ronda Nord de la espléndida huerta al norte de esta autovía, que actúa como un muro infranqueable entre ciudad y campo. Una barrera que hay que permeabilizar (¿soterrar?) para garantizar una continuidad paisajística, ecológica y de tránsito entre el desarrollo urbano consolidado y la l’Horta Nord.

Un deseable y posible soterramiento que permita construir sobre él un ecotono ciudad campo aprovechando los retales de huerta que aún permanecen cultivados en el propio barrio.

Entre los artículos que reflejan los términos del debate los hay a favor de una revisión drástica del PAI actual, llegando incluso a pedir su desclasificación, con otros que, por prudencia o servidumbre, defienden la propuesta e intereses de Metrovacesa considerándola beneficiosa para València.

Yo me declaro partidario de una revisión a fondo del PAI que incluya una nueva propuesta de ordenación para la compleción del núcleo ya edificado, manteniendo las huertas y huertos actuales junto al sistema de caminos y acequias y la alquería que aún están presentes. Un trozo de huerta que ansía encontrarse con su hermana mayor, l’Horta Nord.

Coherente con este posicionamiento me gustaría defender dos propuestas de ordenación ya redactadas: BENIMACLET, UNA PROPOSTA PER A EL CONSENS, formulada por Compromís y, la más completa y elaborada, PORTA A L’HORTA, nacida en el ámbito vecinal.

De la propuesta de Compromís me basta destacar dos frases iniciales que desvelan su espíritu. Per tot, donem un pas endavant per a capgirar la disciplina urbanística i fer-la més integral considerant a les persones primer, la salut, el medi ambient, la innovació, la identitat. Para afirmar a continuación que Compromís planteja iniciar al PAI de Benimaclet un nou urbanisme en la ciutat respectuós amb el seu entorn i la ciutadania, revisant els paràmetres obsolets del Pla General de fa 33 anys: “L’ultima collita no pot ser vendre el camp”.

La memoria de esta propuesta refleja el programa y los parámetros de la nueva ordenación aportando, para dar credibilidad y solvencia, dos apartados que merecen destacarse, EMPARA LEGISLATIVA y CÀLCUL DE RENDIBILITAT DE LA PROPOSTA.

Quizás cabe destacar una cierta torpeza en la presentación gráfica, donde el trazado es pobre y la forma e implantación de los bloques algo agresiva debido a su altura y volumen, sobre todo en la formación de una gran manzana cerrada.

De Porta a l’Horta puedo afirmar que se trata de un magnífico ejercicio en el que las bases de la propuesta han sido formuladas tras un largo proceso participativo en el que se han podido identificar los problemas, deseos y objetivos que servirán de sustento sociológico al futuro documento de revisión del Plan. Criterios y objetivos bien recogidos en el texto y, sobre todo, en el diseño rico y sugerente que, rematado por unas amplias perspectivas desde el norte, muestran con claridad la deseada prolongación de la huerta hasta el límite del núcleo urbano.

Y alabo, como profesional del urbanismo, la definición volumétrica de los nuevos edificios, su distribución espacial, su representación en perspectivas en tres dimensiones y, como anécdota, la acertada aunque heterodoxa tipología denominada “viviendas de pueblo”.

En cuanto a los artículos, me centro únicamente sobre aquellos que tienen un carácter más profesional, valorando como buenos a los favorables a la revisión frente a los que de alguna forma mantienen la propuesta de Metrovacesa.

Entre los primeros me atrevo a mencionar “Una proposta de consens per a Benimaclet” de Sergi Campillo; “Benimaclet, un debate necesario”, de Rosa Pardo Marín; “El PAI de la discordia”, de Andrés Boix; “Allò públic i allò comú al debat sobre Benimaclet”, de Lluís Benlloch; “Benimaclet, apunts per a un repte col·lectiu”, de un panel de arquitectas al que me siento muy próximo. Para acabar con el magnífico documento “Benimaclet, epicentre de la batalla urbanística de València” de Moisés Pérez, que recoge el dictamen de los juristas de la Universitat de València.

Por el contrario, discrepo radicalmente del artículo titulado “Benimaclet, un debate equivocado”, suscrito por un grupo de arquitectos prestigiosos entre los cuales figura Gerardo Roger, con el que he compartido hace tiempo batallas urbanísticas. Su título ya supone un mal entendimiento de la importancia de este trozo, ya que el debate más importante sobre el presente y futuro de València se está dando en Benimaclet. Como el caso de Chamartín en Madrid.

Deseo que el ayuntamiento progresista de València, con su alcalde a la cabeza, recoja el poso de este debate y configuren con él una renovada cultura de la ciudad y su buen gobierno.

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