Cuatro apuntes sobre nacionalidades históricas y plurinacionalidad
Se ha enredado estos días el PP de Alberto Núñez Feijóo en una polémica con sus socios de la extrema derecha (los únicos que pueden acompañarlo al poder en las comunidades autónomas y el Gobierno de España) a propósito del término “nacionalidad” y de la existencia o no de un Estado plurinacional. Fue el propio Feijóo el que abrió la caja de Pandora al aludir en un discurso en Barcelona ante el Cercle d'Economia a que “la nacionalidad catalana debe recuperar el liderazgo” y exacerbó las iras de Vox el coordinador general de los conservadores, Elías Bendodo, al afirmar que “España es un Estado plurinacional”, para ser finalmente corregido por su líder tras las airadas reacciones de los ultras de Santiago Abascal. “Es obvio que España no es un Estado plurinacional”, zanjó Feijóo después de considerar un “error” las declaraciones de su número tres. El episodio da pie a algunos apuntes sobre la estructura política del Estado español y sus déficits.
1- Las nacionalidades en la Constitución. Cuando la Constitución Española de 1978 recogió textualmente “el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones”, Miquel Roca Junyent, de Convergència i Unió, uno de los padres de la carta magna, aseguró: “Desde una perspectiva nacionalista, desde mi perspectiva nacionalista, no puedo dejar de constatar, no sin emoción, que hoy coincidimos todos en la voluntad de poner fin a un Estado centralista; hoy coincidimos todos en alcanzar, por la vía de la autonomía, un nuevo sentido de la unidad de España, y coincidimos casi todos en dar al reconocimiento de la realidad plurinacional de la nación española el sentido de un punto final a viejas querellas internas”. Era una visión demasiado optimista, no solo por el matiz del “casi todos” sino también por el “punto final a las viejas querellas internas”. El tratamiento constitucional del Estado autonómico reflejó algunas de las ambigüedades que lo han convertido en un modelo híbrido, un Estado compuesto, de tendencia federal, que reconoce, sin darle carta de naturaleza efectiva aunque sí un notable grado de autogobierno, la diversidad que incluye eso que ha llegado a describirse como una “nación de naciones”.
2- Más allá de Catalunya, Euskadi y Galicia. Para Feijóo son nacionalidades históricas Catalunya, Euskadi y Galicia, algo difícil de discutir (aunque sus amigos de Vox, y del casi extinto Ciudadanos, lo hagan con gran énfasis). Sin embargo, la pujanza de las formaciones nacionalistas e independentistas en esos territorios autónomos convierte el término “nacionalidad histórica” en un sucedáneo descafeinado de lo que son realmente. Pero la definición figura en otros estatutos de autonomía, como los de Andalucía (donde Bendodo es consejero), Aragón, Illes Balears, Canarias y la Comunitat Valenciana. En esta última, la referencia a la condición de “nacionalidad histórica” se incluyó en la reforma estatutaria de 2006, con Francisco Camps de presidente de la Generalitat Valenciana y una mayoría absoluta del PP en el parlamento autonómico. Sin duda se trata de algo más que una curiosidad. Detrás de esa definición late la afirmación de una identidad colectiva, lingüística y cultural diferenciada con la que incluso la derecha española, aunque fuera demagógicamente, se ha comprometido en algunos momentos.
3- El tópico de la nación más antigua. La historia se presta a grandes tergiversaciones. Una de las más insistentes ha sido a lo largo del tiempo la de que España es “la nación más antigua de Europa”, que existe desde “hace 500 años”, en referencia a la unidad de los reinos de Castilla y Aragón en el siglo XV bajo los Reyes Católicos. Pero aquello fue una unión dinástica, una agregación de países con leyes, instituciones y lenguas diferenciadas y sin conciencia de unidad nacional o unidad política en el sentido que se le daría, por ejemplo, a partir de la Constitución Española de 1812. ¿Si España era una nación tan antigua, cómo es que la Guerra de Sucesión se saldó con una victoria del centralismo borbónico de Felipe V que impuso las leyes de Castilla y entre 1707 y 1715 liquidó las instituciones, las leyes y las libertades de los territorios de la corona de Aragón “por justo derecho de conquista”? Ernest Lluch publicó un libro muy interesante titulado precisamente Las Españas vencidas del siglo XVIII.
4- El Estado plurinacional como realidad y como anatema. La plurinacionalidad se expresa de maneras diversas en los usos y costumbres de los estados. El Reino Unido, por ejemplo, asume en el ámbito del deporte la existencia como naciones de Inglaterra, Gales o Escocia (un hecho impensable para los ultranacionalistas españoles que proliferan en la política peninsular). Por otra parte, la negación de lo plurinacional genera reacciones diversas. Está en la base de conflictos como el que protagoniza el independentismo catalán, cuyo imaginario evoca el origen histórico de una Catalunya que ya era independiente en la época del Condado de Barcelona, antes de Ramon Berenguer IV y su enlace con la dinastía aragonesa. Sin embargo, el valencianismo, que comparte la reivindicación lingüística y hasta cierto punto “nacional”, por cultural e histórica, con el catalanismo, parte de una circunstancia distinta, ya que el País Valenciano actual se constituyó como reino, mediante una conquista militar sobre los árabes y una colonización catalana y aragonesa, dentro de una estructura estatal más amplia, la de la Corona de Aragón, junto a Catalunya, Illes Balears y Aragón. Por tanto, pese a sus siglos de autogobierno, nunca fue estrictamente una entidad política independiente sino que nació con sus propias leyes e instituciones vinculada al aparato “politerritorial” que creó Jaume I, en el que alcanzaría un gran protagonismo (con Alfons el Magnànim en Nápoles o los papas Borja en Roma) mientras se convertía en una auténtica potencia mediterránea, hasta que la conquista de América modificó todos los escenarios. En todo caso, cuando llegó el absolutismo borbónico, la “ciutat i Regne de València” vieron aniquilada cualquier capacidad política.
La “complejidad española”, por llamarla de alguna manera, ha estado emergiendo aquí y allá, a veces de forma folclórica y sentimental, a veces más ideológica y combativa, sobre la losa de uniformidad del centralismo, adquirió algunos grados de ebullición en la Segunda República y resistió a la represión dictatorial del franquismo. Ya en democracia, la “solución autonómica” se ha demostrado imperfecta y se hace evidente la necesidad de una evolución con visión de Estado y voluntad de pacto (el único marco en el que puede reconducirse el conflicto independentista catalán), porque la plurinacionalidad, más que un problema “legal” o constitucional, es un hecho “real” al que hay que dar respuestas desde la política. Pero como ha podido comprobar Feijóo, si quiere volver al poder el PP tendrá que flirtear con la intolerancia, la involución y el anatema. Mal asunto.
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