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La acuicultura, ¿más sostenible que la agricultura y la ganadería?

Piscifactoría. Foto: Tolga Aslantürk Pexels 13693969

Darío Pescador

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Nuestros antepasados homínidos eran cazadores recolectores, omnívoros oportunistas que se habían comido, literalmente, todo lo que se les ponía por delante, durante millones de años.

Una pequeña glaciación que casi nos extingue hace unos 12.000 años lo cambió todo y empezamos a criar plantas y animales para asegurarnos el sustento. Sin embargo, hasta hace muy, muy poco, en el mar seguíamos siendo los mismos cazadores y recolectores de siempre.

Hoy en día, los mamíferos salvajes, incluyendo todos los elefantes, ballenas, leones, osos y cualquier otra especie, solo suman un 4% de los mamíferos totales del planeta.

Del resto, un 62% es ganado y un 34% son humanos. En el caso de los pájaros, quedan un 29% de animales salvajes frente a un 71% de pollos, gallinas y otras especies domesticadas. El futuro en los mares y océanos parece seguir el mismo camino que en la tierra firme: la domesticación. 

Hay índicos de que en China, hacia el 2000 a.e.c., ya se criaban carpas en los campos de arroz y de que en el imperio romano se utilizaban embalses llamados “piscinae” para criar anguilas y lisas.

Las primeras granjas de truchas aparecieron a mitad del siglo XIX en Alemania y Francia, y solo a partir de los años 60 empezaron a aparecer piscifactorías de salmones, gambas y otras especies a gran escala.

El Banco Mundial predijo hace diez años que para 2030, dos tercios del pescado para consumo humano procederá de la acuicultura. Todo indica que llegaremos a esos niveles mucho antes.

Según un informe de la FAO, la producción mundial total de animales acuáticos y algas suma 214 millones de toneladas. La pesca de captura marina y fluvial suma 90 millones de toneladas y la producción de la acuicultura animal ha alcanzado un récord de 85,5 millones de toneladas, un 60% más que en los años 90. Además se producen 35 millones de toneladas de algas y 700 toneladas de bivalvos por sus conchas y perlas. 

Justo a tiempo, ya que, según el mismo informe, las pesquerías biológicamente sostenibles pasaron de un 90% en 1974 a un 65% en 2019, mientras que la explotación no sostenible de estas pesquerías, que puede llevar a su desaparición, pasó del 10% al 35% en el mismo periodo.

Junto con el cambio climático, la sobreexplotación puede acabar con todos los peces salvajes y una gran parte de la vida marina en 2048, según un estudio publicado en la prestigiosa revista Science.

Algo que podría ser dramático para los más de 3.000 millones de personas en el mundo que dependen del pescado salvaje para su supervivencia

El objetivo de la FAO es una transformación azul en la que una acuicultura sostenible permita salvar a los peces en su medio natural y alimentar a la población mundial. ¿Es esto posible?

Los estudios indican que cuando hay más pescado de granja disponible, los indicadores de conservación de las pesquerías salvajes aumentan en un 50%. Además, la acuicultura bien planificada también puede ayudar a preservar los ecosistemas marinos, según un reciente estudio.

Esto, según los autores, implica mejorar también la sostenibilidad de la energía, el transporte, los insumos y el tratamiento de los residuos implicados en la explotación de las piscifactorías.  

Para María Arana, ingeniera agrónoma del Estado en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, “el objetivo de la acuicultura es evitar la sobreexplotación de los caladeros naturales y garantizar un consumo sostenible y razonable de pescado a largo plazo”, explica.

“Pero la acuicultura por sí sola no puede evitar la sobreexplotación, hay que hacerlo dentro del marco de la política pesquera común y perseguir la pesca ilegal para garantizar que los caladeros no se agotan”, puntualiza.

Granja de peces, granja de pollos 

Habitualmente se sostiene que la acuicultura es más sostenible que la ganadería y que incluso ciertas especies agrícolas por su menor uso de recursos, menos emisiones de gases de efecto invernadero, y un mayor rendimiento de las explotaciones. Sin embargo, el diablo está en los detalles, ya que hay distintas medidas de esta eficiencia.

La medida más común es la conversión alimenticia, el ratio entre el peso de la comida del animal a lo largo de su vida y el peso de la carne aprovechable del animal. Estos valores suelen ser de 6-10 para la ternera, de 2,7-5 para el cerdo, de 1,7-2 para el pollo y de 1-2,4 para los peces y gambas de piscifactoría.

Más bajo es más eficiente, es decir, el animal necesita menos kilos de comida para producir un kilo de carne, y aquí la acuicultura de media (depende de la especie) gana a los animales de granja terrestres. 

Parte de esta diferencia es biológica. Los animales acuáticos flotan y tienden a ser de sangre fría, lo que hace que no necesiten consumir tanta energía a lo largo de su vida.

Pero recientemente un grupo de científicos reevaluó la forma en la que se mide la eficiencia teniendo en cuenta otros factores. Por ejemplo, a lo largo de su vida desde el destete, la comida de una vaca consiste en aproximadamente un 80% de pasto. Solo en los últimos meses antes del sacrificio se alimentan con grano para su engorde. 

La hierba es esencialmente comida gratis: los pastizales son campos no aptos para el cultivo, por lo que, mientras comen hierba, las vacas no compiten con los humanos por tierras para cultivos de consumo humano como grano u hortalizas.

Además, la hierba es un alimento nutricionalmente poco denso, con pocas calorías y pocas proteínas, por lo que una vaca necesita comer grandes cantidades de hierba para crecer.

Sin embargo, los peces necesitan alimentos más densos en nutrientes, en particular otros peces, que es necesario pescar o criar. Esto hace que el peso del alimento sea una medida inadecuada para medir la eficiencia.

En comparación con el grano, los “piensos” con los que se alimenta a los peces en las piscifactorías tienen un alto contenido de otras especies de peces más pequeños, lo que hace que contengan alrededor de un 40% de proteínas. El resto son productos vegetales como soja, aceite de girasol o colza, o maíz.

Las proteínas son el nutriente imprescindible para la vida (también para los humanos) y el más caro, tanto metabólicamente como en términos económicos. Por eso el estudio propone la eficiencia proteica como una medida más adecuada: cuántas proteínas consume el animal frente a cuántas proteínas contiene su carne. Aquí las cosas no están tan claras. 

Mientras que el ratio de retención de proteínas de una vaca está alrededor del 10% (por cada 100 g de proteínas a lo largo de su vida que come produce 10 gramos de carne), los langostinos tigre y las carpas de piscifactoría no están muy lejos, con un 14 y un 15% respectivamente.

De media, la eficiencia proteica de la acuicultura es del 19%, no muy lejos de los cerdos, con un 15%. ¿Quién gana en producción de proteínas? Son los pollos, con un 34%, por encima del salmón atlántico de granja, que tiene un 28%.  

La otra medida que los investigadores proponen para medir la sostenibilidad es el ratio de eficiencia de calorías, es decir, la relación entre las calorías que el animal consume durante su vida y las que produce. Aquí vuelven a ganar los pollos y el salmón de piscifactoría, con un 25% de eficiencia. En comparación, los cerdos tienen un 11% y las vacas un 5%. 

La acuicultura, las emisiones y la contaminación

Otro de los factores de la sostenibilidad son las emisiones de efecto invernadero, en los que la acuicultura puede presentar múltiples ventajas. Según un estudio publicado en Nature, la acuicultura representó aproximadamente el 0,49% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero en 2017.

Una magnitud similar a las emisiones de la producción de ovejas en todo el mundo. Sin embargo, no todas las especies producen las mismas emisiones, con enormes variaciones entre 4 y 540 kilos de CO2 por kilo de proteínas.

Mientras que el salmón de granja está en tan solo 1,6 kg, los langostinos de granja producen 16 kilos, no muy lejos de la carne de vaca, que está entre 18 y 25 kilos, todo esto incluyendo las emisiones de los cultivos (como el arroz y la soja) necesarios para la acuicultura. 

La agricultura y la ganadería industrial son actualmente la mayor fuente de contaminación por nitrógeno y fósforo en las aguas, que producen el fenómeno de la eutrofización de ríos y mares y la muerte de sus ecosistemas, como ha ocurrido en el Mar Menor.

En el caso de la acuicultura no son los fertilizantes ni el estiércol, sino los restos de la comida de estos animales y sus heces, ricos en nitrógeno y fósforo. Se calcula que entre el 60 y el 80% del nitrógeno de la acuicultura y el 90% del fósforo se vierte en el mar. 

Aun así, persisten otros posibles riesgos, como la destrucción de hábitats naturales, como ha ocurrido con los manglares, en desaparición por el desarrollo de las granjas de gambas o la extensión de enfermedades de los peces debidas al hacinamiento.

De nuevo, para que la acuicultura sea sostenible es necesario generar sistemas de depuración de aguas y reutilización de estos elementos, por ejemplo, con producciones combinadas de peces y algas. 

La acuicultura tiene el potencial de convertirse en una fuente de alimentos de alta calidad nutricional para la humanidad con un impacto mucho menor que las actuales prácticas agrícolas y ganaderas, pero a condición de que la regulación internacional evite que se convierta en un sistema de explotación y degradación del medio ambiente.

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