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Bolsas de ensalada: claves para reconocer si están en condiciones óptimas para un consumo seguro

Bolsas de ensalada.

Marta Chavarrías

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Espinacas, rúcula, lechuga, canónigos, o incluso la mezcla de todo ello, se venden en bolsas, ya limpias, cortadas y envasadas, listas para su consumo. Estos productos de IV gama nos pueden salvar en más de una ocasión si lo que queremos es rapidez a la hora de elaborar un plato saludable. Las podemos usar como opción principal o como guarnición y pueden llegar a ser una de las opciones más recurrente en nuestra nevera. 

En casa, si respetamos la cadena de frío y la fecha de caducidad que indica el envase, el riesgo es mínimo, aunque, como todo en alimentación, el riesgo cero no existe. Debemos tener en cuenta que se trata de un producto muy fresco y frágil que necesita que le demos unos cuidados muy concretos para que llegue en condiciones óptimas al plato. 

Aunque estamos hablando de un producto sometido a unas regularizaciones estrictas y a procesos de higienización y controles máximos desde que se recolectan hasta que llegan al supermercado, han sido noticia en alguna ocasión bajo la advertencia sobre bacterias y otros contaminantes que podrían estar sellados en ellos. Entonces, ¿qué precauciones debemos tener en cuenta con este producto?

Ensaladas de bolsa: particularidades y precauciones a tomar

No hace falta ser muy observador para apreciar que las bolsas de ensalada parecen estar infladas con aire. Se trata de vegetales que se clasifican, se cortan, se lavan previamente y después se sumergen en un baño antiséptico compuesto de productos clorados. Además de para amortiguar el interior, el envasado en atmósfera modificada usa una mezcla de gases, en la mayoría de los casos dióxido de carbono mezclado con nitrógeno en una proporción que varía en función de la intensidad respiratoria de los vegetales. Este envasado está diseñado para retardar la respiración natural de las hojas y los procesos de envejecimiento, lo que ayuda a que se mantengan frescas durante más tiempo. 

Sin embargo, las ensaladas de bolsa poseen unas características que explicarían, en buena parte, los resultados de algunos estudios cuyas conclusiones mostraremos más adelante. Son alimentos frescos que no cocinaremos, por tanto, no los sometemos a ningún tratamiento térmico que pueda eliminar posibles patógenos, y los envases contienen humedad, nutrientes y microorganismos, un cóctel ideal para la formación de estos. 

Es precisamente el envase el que tiene mayor potencial para empeorar las cosas porque el jugo de las hojas cortadas tiene muchas más probabilidades de estimular el crecimiento de bacterias. 

En esta línea, algunas investigaciones determinan que las ensaladas envasadas forman parte de los productos de alto riesgo de contaminación con bacterias nocivas. En concreto, los expertos concluyen que un 6% de las muestras analizadas contiene Salmonella, Listeria o Escherichia coli. Algo que estos asocian al hecho de que, cuando se cortan, liberan sustancias que sirven a los vegetales para nutrirse, gracias sobre todo a la humedad alta que tienen dentro del envase. Por todo ello, los expertos recomiendan guardar las ensaladas envasadas a no más de 4ºC y no demorar demasiado su consumo. 

En otro estudio, publicado en Applied and Environmental Microbiology, los expertos concluyen que la exposición al jugo de las hojas de ensalada en las bolsas puede ayudar a la persistencia de Salmonella en las propias hojas, incluso cuando están refrigeradas. Es más, la investigación revela también que las células de Salmonella se adhieren a las hojas de ensalada con tal fuerza que ni el lavado logra eliminarlas. 

Esto no significa ni mucho menos que tengamos que prescindir de estos productos, solo que no debemos pasar por alto algunas consideraciones clave a la hora de manipularlos y consumirlos.

Consejos para consumir ensaladas de bolsa

El primer paso debemos llevarlo a cabo en el momento de la compra, donde es fundamental fijarnos en aspectos como si el envase está dañado, si está caliente, si hay mucha condensación visible en el interior o si las hojas se ven marchitas o viscosas: todas ellas son señales de que algo va mal. Sin olvidar tampoco la fecha de caducidad; cuanto más lejos estemos de esta fecha, mejor. La vida útil promedio de estos productos varía de cinco a siete días, aunque una vez abiertos no deben almacenarse más de dos días a temperaturas de refrigeración. 

Muchas veces los problemas que podemos tener con un alimento se explican porque, en casa, no los hemos manipulado ni conservado de forma adecuada. Uno de los errores que solemos cometer es lavar los vegetales que vienen envasados ya que la mayoría, si así lo indica el productor en el envase con mensajes como “lavada” o “lista para su consumo”, ya están, en efecto, lavados y listos para consumir.

Por tanto, es recomendable no someterlos a ningún otro tipo de manipulación porque, en realidad, corremos el riesgo de contaminación cruzada, un problema muy común en las cocinas domésticas del que no somos muy conscientes. Su consumo es mucho más fácil: basta con abrir el envase, dejarlo en un plato, aliñar al gusto y consumir. 

Tampoco es recomendable cambiar los vegetales de envase, ni siquiera cuando nos ha quedado un poco de comida en la bolsa que no nos hemos acabado. En este caso, lo más recomendable es dejarlo en el mismo envase donde venían, cerrarlo con una pinza y volver a refrigerar. 

Sabremos que se han echado a perder si observamos signos como marchitez, viscosidad, mal olor o cambio de color. En algunos casos también aparece en el fondo de la bolsa un líquido descolorido que no es más que un signo de que las hojas se han estropeado y deteriorado, es materia vegetal en descomposición. No solo resulta desagradable, además no es seguro comerlo: las bacterias que causan enfermedades, como E.coli, prosperan en el material en descomposición, así que es mejor desechar estas verduras que han empezado a volverse viscosas o a oler mal. 

De la misma manera que decimos que una manzana podrida puede estropear el resto del cesto, con las ensaladas de bolsa ocurre lo mismo: la humedad y las bacterias de unas pocas hojas rotas o magulladas se pueden propagar al resto de la bolsa con rapidez. Por tanto, si detectamos hojas marchitas es mejor deshacernos de ellas pronto.

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