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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Aperitivos de grillos y otros crujientes sabores por fin legales

Foto: Jonah Klose

Marta Chavarrías

El 1 de enero entró en vigor el Reglamento 2215/2283 de la Unión Europea que reconoce los insectos como alimentos, en concreto, como nuevos alimentos. La definición de alimentos nuevos incluye, entre otros, productos hechos con insectos, hongos, algas y microorganismos, una normativa que la Unión Europea lleva regulando desde 1997.

Ahora, y bajo este paraguas normativo, algunos mercados y supermercados españoles ofrecen (otros vuelven a ofrecer, porque ya habían comercializado antes) insectos como alimentos. Por tanto, las barreras al consumo de este tipo de producto a partir de este momento ya dejan de ser legales y pasan a ser fundamentalmente culturales. Porqué en la UE es común comer artrópodos como langostas o camarones, pero no escarabajos, por ejemplo.

Una fuente alternativa de proteínas

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) lleva años apostando para introducir los insectos en las dietas. Según el organismo, la producción de carne supone una amenaza para el planeta: alimentar a los 9.000 millones de personas obligará a aumentar en un 70% la producción de alimentos para el 2050.

En el caso de la producción de carne, supondrá un declive de los recursos. Por tanto, uno de los argumentos por los que podría sustentarse uno de los argumentos a favor del consumo de insectos. Según la FAO, los insectos pueden, por término medio, ser más eficaces que el ganado, pues son capaces de convertir dos kilos de alimento en un kilo de masa de insecto, mientras que el ganado requiere ocho kilos de alimento para producir un kilo de peso corporal. 

 

Grillos en la sartén

Barritas de harina de grillo, manzana y caramelo; gusanos de la harina con ajo y finas hierbas; grillos a la barbacoa son algunos de los productos que ofrecen algunos supermercados entre 388 y 500 euros el kilo (o 7 euros el paquete grande y 2 euros la barra). Tostados, en bolsas y de distintas variedades, en la mayoría de los casos son insectos criados en el extranjero e importados porque en España todavía no se crían para el consumo.

Muchos son crujientes, similares a la fruta seca o a las palomitas de maíz. La mayoría se comercializan en forma de barritas energéticas, snacks, aperitivos, pasta y granolas que incluyen gusanos búfalo con chili picante, gusanos molitor con ajo y finas hierbas o grillos con cebolla ahumada y salsa barbacoa.

El consumo de insectos como alimentación es común en países como Japón y Méjico. Según un estudio de la FAO, de las 1.900 especies de insectos aptas para el consumo humano, los más habituales son los escarabajos (31%), las orugas (18%), abejas, avispas y hormigas (14%) y saltamontes, langostas y grillos (13%), cigarras, cochinillas y chinches (10%), termitas (3%), libélulas (3%), moscas (2%).

El valor nutritivo de los insectos es importante, sobre todo de proteínas, que son las que forman la mayor parte de su cuerpo y que, en general, se califican de buena calidad. La mayoría proporcionan energía, proteínas, aminoácidos y ácidos grasos, y son ricos en hierro, fósforo o zinc. También abundan las grasas, especialmente en las fases larvarias. Los insectos en general además contienen sales minerales, algunos son muy ricos en calcio, y otros aportan una importante cantidad de magnesio. 

 

El aporte nutritivo podría ser el segundo argumento a favor del consumo de insectos. No obstante, estos bichos no se ingieren tal cual. Cada uno de ellos se proceso y se cultiva para conseguir un alimento nutritivo. Por tanto, deben cumplir con una serie de requisitos que lo conviertan en un ingrediente sabroso, además de disponer de unas garantías de seguridad para el consumidor. Algunos problemas del consumo de insectos se relacionan con la aparición de alergias o intoxicaciones.

¿Qué ocurre con la seguridad alimentaria?

No deben consumirse insectos sin antes asegurarse de que son comestibles (como ocurriría con cualquier otro alimento, como las setas). Pese a los avances normativos que benefician el consumo de insectos, todavía debe conocerse el potencial de los insectos como alimentos y piensos. Hasta ahora, se han analizado los riesgos microbiológicos y químicos, incluyendo alérgenos, de los insectos.

En la mayoría de los casos, los riesgos dependen de las especies, las condiciones de cría (alimentación y medio ambiente) y el procesamiento. Un estudio realizado por el Comité Científico de la Agencia Federal Belga para la Seguridad de la Cadena Alimentaria (AFSCA), destaca que es importante prestar atención a los riesgos bacteriológicos y químicos de insectos alimentados con estiércol y residuos orgánicos.

Hay pocos estudios científicos sobre la seguridad microbiológica de los insectos, pero los que hay sugieren que pueden contener un elevado número de gérmenes. Según los expertos belgas, gusanos, orugas y grillos contienen Staphylococcus spp. y enterobacterias, entre otras. Otros insectos como moscas o escarabajos son portadores de Salmonella y Campylobacter para el ganado. Pese a todo, se reconoce un riesgo de infecciones zoonóticas “bajo”.

En 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) concluía que los peligros biológicos y químicos dependen de los métodos de producción, de su alimentación, de la etapa del ciclo de vida en el que se crían, de las especies y de los métodos usados para su procesamiento. ¿Cómo puede reducirse este riesgo? Como en otros alimentos, tratamientos como el horneado o el escaldado reducen de manera significativa el número de bacterias aerobias. 

Y también, como el resto de alimentos como la carne, debe tenerse en cuenta que el consumo de insectos crudos también conlleva un mayor riesgo de enfermedades. Por otro lado, la alergenicidad de los insectos se compara a la que pueden producir los crustáceos, de ahí que se recomienda que las personas con alergia a este marisco no consuman tampoco insectos.

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