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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Mi hijo tiene amigos imaginarios, ¿puede ser un problema?

Foto: Pxhere

Cristian Vázquez

El niño habla y juega con alguien a quien nadie más ve y que en realidad no está ahí. Sus padres u otras personas pueden llegar a preocuparse o asustarse. ¿Le pasa algo, tiene algún problema, ve fantasmas? Nada de eso: el niño está interactuando con un amigo imaginario, alguien inventado por su propia fantasía. Alrededor del 30 % de los pequeños tiene un amigo imaginario en la etapa del desarrollo del juego simbólico, que comienza hacia los 2 años de edad y finaliza hacia los 7. 

El juego simbólico, explican los expertos de la Asociación Española de Pediatría (AEP), es “la capacidad de realizar representaciones mentales y jugar con ellas, como por ejemplo coger el teléfono e imitar que se está hablando con alguien”. Pues bien, del mismo modo que pueden “creer” que hablan por teléfono cuando no lo hacen, “creen” en la presencia de alguien que en realidad no existe.

Un amigo imaginario es “un personaje invisible, nombrado y referido en conversaciones con otras personas, con el cual el niño juega directamente por lo menos durante algunos meses, que tiene un aire de realidad para el niño, pero no tiene aparentemente ninguna base objetiva”. Esa es la definición clásica, acuñada por la investigadora estadounidense Margaret Svendsen en un artículo de 1934 y que tiene consenso todavía en nuestros días.

Los amigos imaginarios, ¿deben ser motivo de preocupación?

Pese a lo común de que los niños tengan amigos imaginarios, muchos adultos se inquietan cuando sus hijos empiezan a hablarles de ellos. ¿Acaso se inventan un compañero invisible para satisfacer alguna carencia? Desde la AEP explican que no: la mayoría de los niños que los crean cuentan con “un desarrollo normal de la fantasía y de la imaginación infantil”.

Si se ha relacionado este tema con las carencias afectivas fue por dos motivos. En primer lugar, porque los primeros estudios al respecto se realizaron con niños institucionalizados. En segundo, por una simple cuestión estadística: dado que un tercio de la población infantil tiene amigos imaginarios, hay dentro de ese grupo niños con carencias afectivas. Pero no es esta la causa.

¿Hay algún riesgo de que el amigo imaginario del niño sea en realidad producto de un delirio o una alucinación? Ese es otro de los temores recurrentes por parte de los padres. Y, en efecto, algunos elementos podrían plantear una similitud entre ambos tipos de casos, asegura Jacqueline Benavides Delgado, magíster en protección infantil por la Universidad del País Vasco.

Sin embargo, existe una diferencia fundamental: “La capacidad que tiene el niño de crear los amigos imaginarios, de darles la función que desea, siempre bajo su control”, explica Benavides. Y añade que estos seres invisibles “no son síntomas de procesos anormales ni de disociaciones perceptivas”, ya que, “a diferencia de las alucinaciones, no son intrusivos”. 

 

¿Por qué algunos niños inventan amigos imaginarios?

La creación de un amigo imaginario por parte de un niño responde a varios motivos. Uno de los principales es que les permite granjearse un compañero ideal: no discute, no quiere sus juguetes, no lo amenaza, cede ante todos sus deseos. Debido a ello, “no cabe duda de que estos niños están encantados con inventarse un amigo que se aleje de los padres dominantes o de los amiguitos que, algunas veces, pueden ser incómodos”, escribió el pediatra Ernesto Sáez Pérez en su libro ¿Qué le pasa a mi hijo? (EDAF, 2012). 

Además, ese amigo invisible es un alter ego del niño, apunta Sáez Pérez, un “otro yo” que cumple varias funciones: es una válvula de escape (el pequeño lo culpa de sus propias faltas y le posibilita comprobar los límites de sus padres), le sirve como conciencia (lo ayuda a “mantenerse en su sitio”) y para expresar emociones intensas que no puede manifestar otro modo (celos, ansiedad, miedo).

En ocasiones, el amigo imaginario resulta también un modo en que el pequeño se siente protegido. Su amigo lo “acompaña” cuando se acerca a un perro en la calle, cuando se queda en la oscuridad de su cuarto o en otras situaciones que le generan temor. Por eso también muchas veces el amigo posee poderes especiales: vuela, ve en la oscuridad, permanece despierto y ve televisión toda la noche, u otras hazañas que el niño pueda concebir.

Los amigos invisibles, una señal positiva

Los amigos imaginarios no solo no son síntomas de ningún problema, sino que, por el contrario, pueden ser una señal positiva para el desarrollo. De acuerdo con la AEP, el niño que crea un amigo imaginario “tiene mayor capacidad de comprender las emociones y las creencias de los demás. Es decir, tienen mayor capacidad de empatía, lo que le va a facilitar su interacción social”. Por otra parte, “va a desarrollar más su lenguaje interior, lo que favorece un mejor desarrollo de sus capacidades lingüísticas y narrativas”.

Un estudio realizado hace algunos años en Nueva Zelanda comprobó que un grupo de niños con amigos imaginarios crearon narraciones más ricas y elaboradas, tanto cuando se basaron en un libro de dibujos como cuando tuvieron que contar experiencias propias, que los niños que carecían de amigos inventados. 

Elaine Reese, una de las responsables del trabajo, declaró que esto podría deber a la “práctica extra en contar historias” con la que contaban los niños del primer grupo, los cuales cuentan primero sus relatos a sus amigos imaginarios y luego a los adultos que quieran escucharlos. “La habilidad del pequeño para contar historias mejora la capacidad para leer”, añadió la especialista, por lo cual los amigos imaginarios podrían también ayudar al rendimiento académico del niño.

La actitud de los adultos ante los amigos imaginarios de los niños

¿Cuál debe ser entonces la actitud de los padres ante la interacción del niño con su amigo imaginario? Básicamente, aceptarlo con tranquilidad, sin pretender prohibírselo ni tampoco tomarlo demasiado en serio. Deben asumir que “los amigos imaginarios enriquecen la vida del niño” y “son indicio de la presencia de un desarrollo emocional y congnoscitivo saludable”, como señala el clásico manual ‘Su hijo’, del pediatra estadounidense T. Berry Brazelton.

Si el niño le echa la culpa de lo que ha hecho (por ejemplo, dejar su ropa o sus juguetes tirados en el suelo), Sáez Pérez sugiere no discutírselo. “Convéncelo de que debe ayudar a su amigo a recoger”. ¿Qué pasa si no lo hace? Pues entonces el adulto debe ponerse serio y exigirle que cumpla con su deber.

La AEP, por su parte, recomienda no hacer nada “siempre y cuando vean que su hijo es feliz jugando con él”. Pero añade que “si observan que el amigo imaginario le produce malestar e inquietud, deben consultar con su pediatra”. Y también hay que consultar con el médico, explica Sáez Pérez, si el pequeño está por completo ensimismado con su amigo y depende exclusivamente de él, si no juega con otros niños o si parece que no es feliz a causa de la “existencia” de ese amigo invisible.

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