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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Lo que encubre y lo que muestra el protagonismo mediático del Derecho Penal

El rapero Valtonyc, durante una actuación

Jesús C. Aguerri

Últimamente parece que el Derecho Penal está en todas partes. Sobrevuela a cada programa informativo la supuesta necesidad de encerrar de por vida a ciertos sujetos. El exGovern catalán –junto con otros líderes independentistas– está en prisión acusado de graves delitos. Los jóvenes de Altsasu llevan centenares de días en prisión provisional. Varios raperos están a punto de entrar en la cárcel por cantar. Algunos de los encausados en las “Operaciones Araña” ya aguardan en prisión y otros quizás se les sumen pronto. Y, verbigracia de una tremenda desgracia (así se dice cuando se muere un pobre), nos hemos enterado de que los manteros también son delincuentes que atentan contra la propiedad intelectual e industrial. De repente, todo se ha vuelto violencia, sobre nosotros parecen cernirse cientos de amenazas ante las cuales solo podemos responder con todo el peso del Derecho.

Todo parece girar en torno al Derecho Penal, parece ser el último recurso que nos queda antes de sucumbir al caos. A través de las pantallas nos susurran que las amenazas están en todas partes, que los manifestantes, antes sonrientes, ahora amenazan con quemarnos y que nuestra paz está en serio peligro por culpa de lo que alguien dijo en twitter. Ante esto, el Derecho Penal, esa herramienta creada para protegernos de las más graves formas de agresión contra los bienes jurídicos más importantes, parece que debe volverse hiperactiva. Cada día ocupa unos segundos más en nuestros “mejores” magazines. Ante esta situación, es normal preguntarse ¿Qué está pasando? ¿Por qué esta necesidad repentina de encarcelar?

Algunos les dirán que no pasa absolutamente nada, que todo va bien. Que la ley está para cumplirse y que deberíamos regocijarnos ante lo bien que funcionan nuestras instituciones. Deberíamos alegrarnos de que se encarcele a raperos porque, si aquí cada uno se pone a cantar lo que quiera, montaríamos tal “sin Dios” que sucumbiríamos a la barbarie. Desde esta perspectiva, no hay leyes ilegítimas y no caben las interpretaciones absurdas de éstas. Convocar manifestaciones es violencia equiparable a repartir fusiles entre los afiliados, porque así lo ha dictado el santo magistrado, supremo intérprete de la palabra revelada por el legislador.

No obstante, otros les diremos precisamente lo contrario, que todo va mal y que durante las últimas décadas el Derecho Penal está sumergido en unas dinámicas que amenazan con destruir cualquier resquicio de lo que en teoría debe ser el Derecho en una sociedad democrática. A esto que asalta sus televisores pueden llamarlo Derecho Penal del Enemigo –si hubo una vez en la que el Derecho fue otra cosa– o, como voy a hacer yo, Derecho Penal Moderno –para evitar distraerse discutiendo sobre cuál es la verdadera naturaleza del Derecho Penal.

Siguiendo al catedrático Winfried Hassemer podemos afirmar que el Derecho Penal Moderno tiene tres características principales:

-Tiende a expandirse, a ocupar cada vez más terreno, a criminalizar nuevas conductas. Para justificar esta expansión se abusa del “peligro abstracto” que suponen ciertas acciones y a la necesidad de proteger bienes jurídicos colectivos y supraindividuales. Estos dos recursos permiten, por ejemplo, encarcelar a raperos cuyas letras ponen en peligro –de alguna forma que no es necesario probar, por eso es un “peligro abstracto”- nuestra seguridad.

- Es un instrumento de política interior destinado a contener problemas sociales, para lo cual olvida el principio de taxatividad y torna sus conceptos flexibles y amplios. El ejemplo más claro de esto es la gestión penal de la crisis catalana y, concretamente, la interpretación por parte del juez Llanera del concepto de violencia que exige el delito de Rebelión

-Y, por último, implica una reducción del Derecho Penal a sus funciones simbólicas, quedando reducido a una forma utilizada por el legislador para “dar respuesta”. ¿Soluciona algo la prisión permanente revisable? ¿Haber convertido en delincuentes a los manteros les ha permitido acceder a empleos dignamente remunerados en la economía legal?

Viendo lo bien que encaja nuestro Derecho Penal con las características del Derecho Penal Moderno, cabe preguntarse ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué la actualidad política está preñada de Derecho Penal?

La expansión y glorificación del ala penal del Estado

En primer lugar, hay que señalar que este afán de protagonismo del Derecho Penal no es una singularidad de la política española y tampoco es cosa precisamente reciente. Desde los 70, todos los estados occidentales se han encontrado en varias ocasiones con una agenda política protagonizada por “los delincuentes” y por las formas de protegerse de esas personas amenazantes. Curiosamente estos momentos coinciden en el tiempo con la existencia de graves problemas económicos y sociales de los que el Estado no tiene voluntad de hacerse cargo –estos problemas, a menudo, han sido causados por la propia actividad desreguladora del Estado.

Cuando el Estado se retira para dejar paso a los intereses de los mercados y abandona sus funciones sociales, corre el riesgo de que se ponga en cuestión su legitimidad. Para evitar ser cuestionado, el Estado recurre a lo que el sociólogo Loïc Wacquant denomina “expansión y glorificación del ala penal del Estado”. Este recurso permite al Estado colocar la seguridad y la existencia de graves peligros en el centro del debate, y así salvar su inacción en lo social apelando a su papel como garante del orden.

Emerge así el populismo punitivo, la exhibición orgullosa de la expansión del Derecho Penal. Más conductas consideradas delictivas, desaparición de las garantías procesales, más encierro, más prisión, regímenes más duros de cumplimiento de las penas y solución penal para los conflictos políticos todo esto se ha puesto encima de la mesa durante las últimas semanas. Por supuesto, detrás de esta expansión no hay una voluntad de solucionar ningún problema real que ataña a la población, tan solo es marketing político hecho a costa de nuestros derechos y del propio Derecho.

Este Derecho Penal Moderno del que hace gala nuestro Estado encubre el abandono de sus responsabilidades. Este uso del Derecho Penal como herramienta predilecta para la gestión de las problemáticas sociales y políticas nos sitúa en medio de debates penales en los que debemos mirar hacia el futuro y luchar porque se respeten unas mínimas garantías y una mínima razón. De este modo, se nos impide mirar más allá de una agenda que nos viene impuesta y, sobre todo, se nos impide mirar hacia atrás, hacia el origen de los problemas. Si lo hiciéramos, veríamos la auténtica violencia, descubriríamos un Estado que ha abandonado cualquier responsabilidad política o social y solo ofrece como respuestas prisión e indiferencia.

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