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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El estado lo llama entrega digna

Acción de Amnistía Internacional sobre desapariciones en Colombia en Barcelona © LLUIS GENE/AFP/Getty Images

Helena Uran Bidegain

Hace unos días volví de una visita a Colombia. Fui para atender lo que la Fiscalía General de la Nación llama “entrega digna”.

“Entrega digna”, en este caso, de un cuerpo que fue víctima de un crimen de Estado. Entrega de los restos óseos de quien antes de ser ejecutado también fue torturado por miembros del Estado colombiano.

¿Cómo no quedarse tropezando en el hecho de que precisamente la institución que después de más de 30 años no ha sabido responder ante nuestro derecho a la justicia y la verdad, use sin sonrojarse la palabra “digna”, la expresión “entrega digna”? ¿Qué hay acaso de digno en todo esto?

¡Qué hueca resulta de repente la palabra “digna”! La “dignidad” viniendo de parte de esta institución que al igual que el instituto de medicina legal, ha sido cómplice de la violación y engaños cometidos a partir de noviembre del 85 y nunca ha tenido la dignidad de reconocer complicidad alguna ante lo sucedido.

¿Un cuerpo por tercera vez entregado a sus familiares por las autoridades y dos veces exhumado?¿De qué se trata en realidad?

¿Hacer borrón y cuenta nueva de todo lo que detrás y antes de esta entrega ha sido indigno, hiriente, agresivo y violento? ¿Quizás buscando hacerlo esta vez mejor? ¡Puede ser!

¿Pretenden acaso que la llamada “entrega digna” sea el punto final de una historia de abusos y mentiras? ¿Pero cómo? ¿Sin verdad?

Inevitable pensar que detrás esté la maniobra de los últimos 30 años de dilatar y dilatar el proceso judicial, perpetuando la impunidad.

¿Un cuerpo tres veces entregado a sus familiares por las autoridades y dos veces exhumado? ¿Para qué?

Esta es mi historia, la de mi familia, pero lamentablemente también la de miles más en Colombia. La nuestra empezó con la toma por parte de la guerrilla del M-19 en 1985 al Palacio de Justicia y la retoma por parte de las Fuerzas Armadas colombianas, quienes alegando defender la democracia de la subversión, destrozaron el edificio de la justicia a punta de cohetes, tanques de guerra y fuego, para después ejecutar y hacer desaparecer a varias personas que habían logrado salir vivas de ese infierno.

En esta visita a Colombia conocí las instalaciones de medicina legal. Ese lugar donde se va sólo cuando el que no es médico o funcionario se encuentra de repente y sin buscarlo con una historia de violencia en su vida. Un lugar frío y con necesidad de ser restaurado, reparado. Pero allí y con la idea de repararnos a nosotras se hizo el informe sobre la exhumación solicitada por la fiscalía y que se supone termina con la “entrega digna”.

Según ellos para confirmar y reconfirmar lo que su propia institución hizo antes. Sobre el hecho de que después de más de 30 años no haya completa claridad y verdad, no hubo mención, tampoco sobre errores de parte de los distintos entes comprometidos. Pero sí se habló de “entregas dignas”.

De esa Colombia llegué hace unos días. La Colombia de las historias de desaparecidos, desplazados, ejecutados, torturados, violentados. De la Colombia de la guerra, la del conflicto, de la Colombia que necesita de un referendo para saber si quieren vivir en paz y en la que después gana la guerra, de la que hace una consulta popular anticorrupción para poder exigir mayor transparencia, respeto y pulcritud a sus representantes para con el país, porque sencillamente allá nadie puede partir ya de esta base. De la Colombia donde lo irreal es la cotidianidad. De la Colombia donde un cuerpo puede ser entregado en tres ocasiones por las autoridades y ser dos veces exhumado, como quien saca y mete un objeto de un cajón y los familiares se convierten en meros espectadores. De la Colombia donde la ficción más atroz es real.

No, la paz y el respeto son algo que para muchos en Colombia no necesariamente se entiende como un valor, menos como un derecho de todos. De esa Colombia llegue hace unos días, de esa aún incomprensible para mí, de esa con tanto potencial derrochado, de esa tan explotada, abusada y dolida, de esa Colombia a donde mi padre alguna vez me llevó con la ilusión de que la construiríamos y de donde después tuve que salir.

Salí hastiada y asustada pero no desesperanzada y hoy estoy convencida de que Colombia puede ser algún día mejor. Y aunque en este texto hable concretamente de Colombia las consecuencias son para toda la humanidad y la lucha debe ser de parte de todos los que creemos en un mundo mejor. Porque el país lo merece y puede hacerlo.

Aunque no sean pocas las veces que sobresale la cara racista, la clasista, la homofóbica, y machista también sigue presente y muy viva la cara que han querido acabar, enterrar y desaparecer una y otra vez, la que está en cunetas y fosas comunes por su lucha por la paz, la de los líderes sociales, la de los defensores de DDHH, la de los que siguen levantando su voz porque creen en una democracia con derechos para todos, la de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos, las de las familias que piden verdad y la del país que no quiere ser doblegado y no aceptara más impunidad e injusticia.

Me fui, sí, pero no me desprendí y por eso al igual que muchos otros seguiremos reivindicando y dignificando muestras historias, a nuestros seres perdidos y construyendo un futuro para todos.

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