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La basura es cultura: cuando los desechos cuentan quiénes somos a través del arte

Fotografía de Filomena Cruz, alter ego de la profesora Maite Zubiaurre, autora de 'Basura. Usos culturales de los desechos'

Rocío Niebla

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Todo lo que el ser humano fabrica lleva, por definición, el sello de la cultura. Y si algo produce en exceso el ser humano es basura. Los desechos son el retrato de una sociedad que se desembaraza de ellos. A día de hoy, si miramos al suelo, las aceras están repletas de mascarillas y de botes de gel desinfectante: los objetos de nuestro tiempo. La basura se convierte en un espejo de lo que acontece en una sociedad que la pisotea.

Maite Zubiaurre ocupa la cátedra en el Departamento de Lenguas Europeas y Estudios Transculturales de la Universidad de California y acaba de publicar Basura. Usos culturales de los desechos (Cátedra, 2021): “Los desechos no solo son testigo de lo que consumimos y de lo que no consumimos y por tanto desechamos, también narran la historia del gusto y de las preferencias, cuentan lo que no queremos contar, nuestros miedos, nuestras fobias, nuestras inhibiciones, tanto como ente colectivo y social, como individuos”. 

Maite Zubiaurre considera que la basura es mucho más que un atentado contra el medio ambiente: “Es, en efecto, cultura, y como tal se vuelve termómetro del temperamento e inclinaciones de una sociedad y de su temperatura moral. En todos los órdenes, y se mire como se mire, basura rima con cultura”.

Basurarte contra una sociedad consumista

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Nuestros contenedores retratan una sociedad hiperconsumista, con plásticos y cartones que envuelven frutas y verduras de la otra punta del planeta, con nuevas obsesiones como la comida bio o eco, con enfermedades mentales en auge en basuras llenas de blísters de ansiolíticos y antidepresivos. La basura nos narra y nos retrata. Zubiaurre cuenta que desde niña le intrigó profundamente la basura, “ese espacio donde ocurre y se despliega lo inesperado, donde las cosas rompen los límites de sus categorías, donde una cáscara de naranja se enrosca en un zapato viejo, un peine con los dientes rotos se refleja ad infinitum en las lentejuelas de un disfraz desgarrado, una caja de herramientas roñosa deja la huella de su herrumbre sobre un colchón tirado en la acera”. Los desperdicios también son combustible para la imaginación. 

Maite nos habla de la rubbish theory (teoría de los desechos), que es la vertiente analítica e interdisciplinaria que se aplica al estudio de los desechos, en la que cada vez más académicos y artistas ponen su foco de atención: “A partir del Renacimiento, la cultura occidental ha favorecido y se ha beneficiado de la mirada ampliamente panorámica. Pero lo que trato en el libro es adoptar una postura diametralmente opuesta. En vez de erguirse y dirigir la mirada al frente, invito a agachar y clavar los ojos en el pavimento”.

Maite Zubiaurre tiene un alter ego llamado Filomena Cruz. Filomena es la encargada de fotografiar restos de basura que a la profesora le servirá para desarrollar su teoría. “Filomena Cruz me ha ayudado a liberarme de las restricciones del pensar académico, y me ha permitido añadir  la creatividad. En otras palabras, me ha permitido jugar con la basura y sus infinitas posibilidades. Jugar también con el estilo, darle a éste la maleabilidad y poder sugestivo del lenguaje poético”, nos cuenta Maite Zubiaurre.

Para la profesora la basura crea conjuntos caprichosos con las cosas. Es algo irreverente, no entiende de lógica o de normas. Hace lo que le da la gana con lo que a la gente no le da la gana conservar. “Además, los objetos descartados están preñados de historia, han vivido, y a esa trascendencia vital de los objetos le sabe sacar todo el jugo por ejemplo la fotografía”. Su libro está cargado de artísticas fotografías firmadas por Filomena Cruz. El poder del cambio de enfoque es impactante. ¿Cómo podemos pasar de sentir repugnancia por lo que habita en los contenedores a encontrarlo sumamente interesante, incluso bello?

Muchos artistas contemplan la basura en sus diferentes fases de desarrollo y movimiento, y la convierten en la materia prima e inspiración de su obra. La profesora clasifica a estos creadores en tres grupos: “Algunos se apoderan artísticamente de los desechos cuando registran todavía dimensiones reducidas, son discernibles en su individualidad y apenas han viajado”. En este grupo estaría el colectivo berlinés Bosso Fataka, que envuelve contenedores de basura en film transparente (los que se emplean para conservar alimentos) y emulan tanques militares para ironizar sobre ellos con ánimo crítico y pacifista.

“Otros artistas en cambio se aproximan a la basura cuando ha alcanzado su último destino y ha adquirido dimensiones monumentales, cuando se ha convertido en otra geología”, prosigue Maite. Sería el caso del artista visual Chris Jordan que retrata grandes vertederos o cementerios de coches. Así es como describe lo que ve: “Me horrorizan esos escenarios, pero a la vez siento por ellos reverencia y fascinación. La dimensión de nuestro consumo puede parecer desoladora, macabra, extrañamente risible e irónica, y hasta sombríamente bella”. 

La profesora Zubiaurre establecería además una tercera categoría de artistas obsesionados con la basura: “Son los que insisten en dar expresión creativa al espíritu nómada de la basura, a su naturaleza inquieta”. Según ella, esta última pertenece el alemán HA Schult “con su impresionante obra Trash People o Ejército Chatarra, compuesta por miles de soldados robóticos que recorren el mundo y toman por asalto las más famosas atracciones turísticas”. El ejército está creado a base de latas y chatarra. Leemos declaraciones de HA Schult: “Los Trash People están construidos a nuestra imagen y semejanza. Producimos basura y nos convertiremos en basura. La lata de Coca-Cola de hoy será la del hallazgo arqueológico de mañana”, afirma HA Schult en el libro.

La política del arte de la basura

El trasfondo político está siempre presente en el arte, sea basuril o no, sea de forma implícita o explícita. “Claramente, una serie de artistas revelan abiertamente su agenda política en defensa del medio ambiente o en contra del consumismo desaforado del tardocapitalismo, pero otros rizan el rizo, y dirigen su mirada crítica y lacerante a la desigualdad social”, sostiene Zubiaurre.

Es el caso de Francisco de Pájaro, conocido como el 'Diógenes de Sínope extremeño' que desafía el decoro a propósito y con genialidad, y que con el pincel y la cinta aislante hace que la basura insulte a los que marginan, desahucian, arrinconan a los ninguneados. “El arte es basura” es su firma y crítica desde que empezó a trabajar en las calles de Barcelona en 2009.

El libro de Zubiaurre recoge sus declaraciones antielitistas: “Yo comencé a pintar en las calles porque las galerías de Barcelona me cerraban las puertas; era muy difícil evolucionar como artista con recursos financieros limitados. Expresarme con la basura me proporciona infinitos elementos. No hay nada comparable a pintar en la calle cuando lo que se busca es libertad de expresión”.

De Pájaro es un artivista con proyección internacional y cuenta que “el hecho de estar hambriento te transforma como persona. Soy un ejemplo de esto, de cómo llegar a los límites; económicamente, energéticamente y materialmente. No podía ni pagarme un pincel”. 

Basura. Usos culturales de los desechos cuenta con un capítulo sobre los desechos fronterizos entre México y Estados Unidos. Zubiaurre señala: “La border trash o la basura fronteriza o migrante, como ha dado en llamarla la xenofobia al uso, es espejo exacto y sobrecogedor de la crisis humanitaria en la frontera y, por extensión, reflejo de uno de los temas fundamentales de nuestro tiempo, el de las grandes migraciones”.

A través de los objetos personales que los migrantes, que por diversas razones dejan atrás en el desierto de Arizona, conocemos, no solo el dolor de la tragedia personal, sino también las gravísimas repercusiones de un fenómeno social (el de la migración provocada por la pobreza, la violencia y la marginación) al que los gobiernos hacen oídos sordos. Distintos artistas autóctonos están trabajando con esos objetos-basura para darle un sentido político a su arte, mediante el cual ejercen una crítica política sobre la deshumanizada situación en la frontera.

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