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La “ruta Beyoncé” llega al Louvre, ¿quién necesita más a quién?

Fotograma de 'Apeshit', el videoclip en el Louvre de Beyoncé y Jay-Z

Mónica Zas Marcos

Muchos creyeron que Beyoncé y el rapero Jay-Z habían alquilado el Louvre para grabar su videoclip Apeshit, y en realidad era el museo el que había comprado la imagen de los Carter. Es imposible saber quién ha ganado más en este intercambio, pero desde luego la pinacoteca francesa acudió a la reunión con los deberes hechos.

No solo cobró las decenas de miles de euros que cuesta reservar sus salas para una grabación -y que ya hicieron en su día Wonder Woman, 50 sombras de Grey o El código Da Vinci-, sino que acaban de diseñar un tour a medida de la pareja más poderosa a ambas orillas del Atlántico. El recorrido consiste en una hora y media a través de las diecisiete esculturas y pinturas que los cantantes tuvieron a bien enseñar en su vídeo, y que de momento solo estará disponible en francés.

El Museo del Louvre encabeza la lista de centros con más visitantes del mundo, casi nueve millones, por lo que a priori no parece que necesiten ningún truco mediático. Sin embargo, después de los atentados de 2015, confesaron haber perdido un 13% de visitantes, así que este rodaje forma parte de un nuevo plan de diversificación de ingresos que pasa por venderse al mejor postor cuando cae la noche.

Beyoncé y su esposo aflojaron un poco la soga con su Apeshit, y nadie duda de que con este tour su aportación será aún mayor. Todo lo que tocan los Carter se convierte en arte, incluso el propio arte. Quizá no les sea necesario indicar qué es la Mona Lisa y quién la pintó, pero los reyes del showbusiness han conseguido acercar obras de arte mucho menos conocidas al público en general y a los estadounidenses en particular.

La historia del arte se vuelve 'mainstream'

Las obras que aparecen en Apeshit abarcan tres siglos de arte y todas ellas se centran en la proyección del poder, la regulación de la belleza femenina y la representación del sufrimiento. En ocasiones se regodean en cada exquisito detalle, y en otras ofrecen un primer plano misterioso que deja al espectador sediento de sabiduría cultural.

La Gran Esfinge de Tanis, la Venus de Milo, La consagración de Napoleón de Jacques-Louis David y la Victoria alada de Samotracia se suceden espléndidas en pantalla mientras que el séquito de bailarines de los Carter reproduce tímidamente alguna escena. No demasiado a menudo, la letra de Apeshit se funde con las pinturas, como cuando la diva de ébano entona “Doy sorbos al mejor alcohol/ me encendió tanto que necesito Tylenol” y al fondo se vierten generosas cantidades de vino en Las bodas de Caná.

Lo que sí guarda más relación es el discurso de soberbia superación con los cuadros que representan el escalonamiento de dolor y la perseverancia, como La balsa de la medusa de Gericault, la Piedad de Rosso Fiorentino y Los fantasmas de Francesca y de Paolo se presentan ante Dante y Virgilio.

La pareja mira a la cámara desafiante mientras luce sus trajes llamativos como si quisiera eclipsar a la misma Mona Lisa. “No puedo creer que lo hayamos logrado”, canta ella. “He dicho que no a la Super Bowl: tú me necesitas, yo a ti no”, replica su marido.

Jay-Z es ese “chico de un mal barrio que se cría en una vivienda pública, que supera las malas influencias de la calle, que nunca deja escapar su sueño, que llega a lo más alto y que desde ahí sigue avanzando”, como escribió el alcalde de Nueva York en su perfil de hombre influyente de la revista Time. El imperio del que presume el rapero es admirado y criticado por muchos. Por eso el activismo mainstream de Beyoncé le ha reconciliado con las capas más bajas de la sociedad.

La cantante lleva años enfrentándose a acusaciones de demagogia interesada, tanto por parte de la comunidad afroamericana como de las mujeres en general. Pero lo cierto es que su comprometido disco Lemonade dejó un poso político que se repite en el proyecto conjunto de Everything is Love y que le proporciona algo más que épica colorista y superficial.

La esclava negra del Louvre

No por casualidad, el tour de Beyoncé y Jay-Z en el Louvre terminará en la obra Retrato de una negra, de Marie-Guillemine Benoist. El cuadro fue pintado en 1800, después de la abolición de la esclavitud en Francia, pero justo cuando Napoleón trataba de reinstalarla en sus colonias.

Algunos historiadores del museo reconocen en la postura resuelta de la modelo, en su pecho al descubierto y en la mirada desafiante, un símbolo empoderador. Otros, en cambio, piensan que es la enésima utilización del cuerpo de una esclava con fines lúdicos y sin un permiso previo.

En ambos casos, no extraña esta elección por parte de Beyoncé, que desde hace años se ha mostrado comprometida con el feminismo y su inherente estigma racial. Tras el lanzamiento de Lemonade, la artista dejó de lado el artificio de la industria para dar paso en sus videoclips a los testimonios de verdad. A madres que lloran con la fotografía de sus hijos en las manos, a la receta ancestral de una limonada con raíces afroamericanas, o a las atletas y artistas que han tenido que reivindicar su talento sobre un color de piel.

Con la integración como bandera, Beyoncé se recorrió buena parte de la diáspora artística de África para reservarles un hueco en su proyecto, tanto a nivel musical y visual. Eran nombres talentosos, pero injustamente reconocidos, y ahora sus trabajos llegan a los titulares de todo el mundo gracias a la diva del RnB.

El caso de los artistas que se exhiben en el Louvre es algo más delicado, porque su relevancia histórica prevalece por encima de cualquier fenómeno de masas. Ellos le han proporcionado 70 millones de visitas en YouTube y un impacto mediático a la altura de la Super Bowl que tanto desdeña su marido. A cambio, la pareja ofrece una breve lección de historia del arte a algunos fans de su música que no querrían ver un Gericault ni en pintura.

Un vídeo de seis minutos no va a salvar la decadencia cultural de la humanidad, pero nunca está de más tener a los Carter echándose un baile a tu lado.

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