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En busca de una vejez digna para las cicatrices del hormigón de Chillida

Vista del 'Elogio del Horizonte', una escultura instalada hace más de 30 años en Gijón

Peio H. Riaño

18 de agosto de 2022 22:47 h

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Luis Chillida y Lorenzo Fernández Ordóñez han quedado a los pies del Elogio del horizonte la primera semana de septiembre. El hijo del escultor y el del ingeniero vuelven a unir sus apellidos para encontrar un “envejecimiento digno” a la obra que sus padres, Eduardo y José Antonio, colocaron al borde del acantilado del cerro de Santa Catalina, en Gijón. Uno imaginaba y el otro le ponía solución a lo imaginado. Unidos por el hormigón, uno no podría haber sido sin el otro. El elogio ha pasado más de 30 años expuesto a unas condiciones insoportables incluso para un material que parecía inviolable y que descompone la niebla marina. “De todas las obras que mi padre hizo en hormigón, esta es la que más ha sufrido por su ubicación”, explica Luis Chillida, presidente de la Fundación Chillida-Belzunce.

El escultor murió hace ahora 20 años, el 19 de agosto de 2002, y su obra al aire libre envejece por una reacción química inevitable. Al Elogio lo atacan los cloruros del mar, que penetran en el hormigón enfermo. La carbonatación aumenta la porosidad del material y esto le abre las puertas al agua, que entra en contacto con la armadura de acero. Esta se oxida y al hacerlo aumenta su tamaño, y al crecer hace estallar el hormigón. De ahí esas grietas y pérdidas que sufre el Elogio del horizonte y en menor medida cinco piezas de hormigón que componen la serie de siete esculturas titulada Lugar de encuentros.

“No hay riesgo de desprendimiento o de seguridad. El Elogio no tiene un problema estructural. Primero eliminaremos los grafitis con un producto que nos ha costado encontrar, porque no es sencillo limpiarlo fácilmente sin agredir al material. Servirá contra las vandalizaciones que vengan y, a finales de octubre, entregaremos el proyecto de restauración al Ayuntamiento de Gijón”, aclara el arquitecto Lorenzo Fernández Ordóñez. Los técnicos en restauración del Museo del Prado han pasado por la obra para ayudar en el protocolo a seguir: primero empaparán trapos que deben aplicar en el muro para arrastrar las sales adheridas. Una vez desalada esta pieza clave del patrimonio del “hormigón histórico” procederán al hidrofugar la superficie, para revestirla de un producto que impide la absorción de nuevas sales. Creen que de esta manera mantendrán con vida la escultura una generación más, con la esperanza puesta en los avances técnicos para proteger el material que apenas tiene un siglo de vida.

Diagnóstico y cura

El proceso de deterioro se ralentizará, pero en ningún caso podrán revertirse los daños causados en el hormigón. “No por ahora. Siguen investigando el comportamiento del material”, explica Fernández Ordóñez. La intervención ha sido posible gracias a la inversión económica de la Unión Europea, incluida en el programa InnovaConcrete. Gracias a los fondos europeos ya hay un diagnóstico y una cura. Ahora solo queda ejecutarla. Es el momento más delicado porque los herederos han puntualizado que la pieza no debe rejuvenecer. Una vez se restituya el material, se pintará para buscar un color semejante al que tiene la pieza ahora, porque con el mortero nuevo es “imposible” hallar el mismo tono.

No ha sido un proceso, porque la integridad del legado era prioritario. La familia mantuvo una posición muy clara ante la intervención del anterior equipo de Gobierno (Foro Asturias), que pretendía incluso instalar iluminación en la zona. Eduardo Chillida quería que tuviese un envejecimiento natural y el contrato que firmó el escultor vasco con el consistorio, en agosto de 1988, especifica que “la integridad de la obra habrá de ser escrupulosamente respetada, quedando expresamente prohibida su transformación o mutilación”. Por eso Luis Chillida reclama un “envejecimiento digno”, que parece haber acordado con el actual Gobierno (PSOE).

Eduardo Chillida incorporaba el tiempo a sus esculturas, ya fuera en piedra, yeso, hierro, madera, acero, alabastro, granito u hormigón. Cómo revivir su obra sin alterarla. Esa es la cuestión. “Mi padre no quería que las obras civiles, en la calle, se desmoronasen. Pero tampoco podemos quitarles años y dejarlas como nuevas. Hay que restaurar sin rejuvenecer”, señala Luis Chillida. “Hemos decidido detener el tiempo del Elogio. Tal y como está ahora, que tiene un color dorado precioso”, indica el arquitecto.

La piel de hormigón de estas esculturas es mucho más sensible de lo que puede parecer y la limpieza tradicional de los grafitis erosiona la superficie y termina abriendo los poros a las sales que oxidan el hierro de la armadura. Hasta el momento no tenían un protocolo para actuar sobre el hormigón con el que Chillida y Fernández Ordóñez estuvieron experimentando en la fábrica del padre del segundo. “Se reían pensando en los restauradores del futuro, porque las mezclas que hacían para lograr tonos y texturas especiales no eran canónicas”, recuerda Lorenzo, que les vio trabajar juntos. La relación entre ingeniero y escultor arrancó en 1973 y perduró hasta el año 2000, cuando falleció José Antonio.

Reconquistar la calle

La primera vez que colaboraron fue bajo el puente que cruza la Castellana, que entonces todavía tenía un tramo llamado Avenida del Generalísimo, y que fue diseñado por el propio Fernández Ordóñez y Julio Martínez Calzón. Allí montaron un museo de escultura al aire libre y allí instalaron definitivamente en 1978, después de cinco años de censura donde solo estuvo colgada brevemente en su inauguración en 1972, un canto a la libertad sobre la marca del generalísimo. A pesar del entonces alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, se inauguró Lugar de encuentros III o La sirena varada. Fueron años mucho más duros que el hormigón y la obra se devolvió al emplazamiento para el que Chillida la había concebido antes de que el Congreso de los Diputados aprobara la Constitución española. Por primera vez se ideaba una escultura no impuesta por la voluntad de Franco y eso costó asumirlo.

Eduardo Chillida, que ya era un referente internacional, era un artista vasco y antifranquista en un país sin Franco y con problemas de libertad. Tuvieron que pasar tres alcaldes después de Arias Navarro para que la sirena volviera a suspenderse flotando sobre el suelo de la Castellana, ya con José Luis Álvarez (UCD). Francisco Umbral publicó una opinión en El País en la que cargó contra los alcaldes franquistas y lanzó un dardo irónico: “Sea como sea hay que exterminar esa mole que a lo mejor es un caballo de Troya de Euskadi y está por dentro lleno de etarras y abertzales”. Reconquistar el espacio público fue más difícil que buscar la piel perfecta para La sirena. Lorenzo Fernández Ordóñez recuerda cómo Chillida detestaba la apariencia a nuevo y a perfección. “Agarraba una barra de hierro y le quitaba las aristas a la forma que aparecía al retirar el encofrado. No podía quedar tan bien”, cuenta el arquitecto. La arruga también es bella en el hormigón y Chillida quería envejecer sin operaciones estéticas.

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