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Un centenar de expertos se opone a la reconstrucción de la torre ausente de Saint-Denis

La parisina basílica de Saint-Denis con sus dos torres originales (a la izquierda, con la 'flecha' compuesta por la torre y la aguja) y a la derecha, en su estado en 2016

José María Sadia

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En el año 1845 un tornado la emprendió con Saint-Denis, la basílica francesa que los expertos consideran el catecismo del arte gótico. Los daños ocasionados por el vendaval obligaron al desmontaje de una de sus dos torres, cuyas piedras quedarían almacenadas junto al templo a la espera de una futura reconstrucción que se ha prolongado dos siglos para cobrar visos de realidad. En los años setenta, el alcalde del distrito parisino donde está ubicada (a 30 minutos del centro) solicitó al Gobierno la recuperación de la flecha del templo, el malogrado conjunto de la torre y la aguja que elevaban la envergadura de Saint-Denis hasta los 86 metros. La idea cayó entonces en saco roto, pero en el último lustro ha ido dando pasos tan serios que las obras están llamadas a iniciarse este mismo otoño. En el ámbito del patrimonio, la polémica estaba servida: ¿resulta legítimo recomponer una parte de un monumento histórico de primer orden amputado por los avatares de la historia doscientos años atrás?

Un importante grupo de expertos cree que no. A través de un manifiesto que han difundido en los medios franceses, 128 historiadores y universitarios exponen por qué el proyecto va en contra de la preservación del patrimonio. Primero, porque las obras podrían dañar un espacio extraordinariamente simbólico para el país: la cámara funeraria destinada a dar sepultura a la realeza francesa, donde descansan los restos de Pipino el Breve, padre del emperador Carlomagno. En segundo lugar, porque la reconstrucción había nacido con vocación de “autofinanciarse” y ha terminado por implicar la inversión de más de 22 millones de fondos públicos. El documento ataca, por último, uno de los grandes argumentos a favor de la restauración. Sostienen los detractores que, de las 300 piedras almacenadas en los exteriores del templo, la cantidad de elementos medievales no llegaría siquiera al 3%, según el último estudio llevado a cabo por la región de Île de France. La mayor parte de la reconstrucción se llevaría a cabo, pues, con materiales modernos.

Desde la publicación del documento y lejos de apaciguarse, la polémica no ha parado de crecer. Entre otras cosas, porque el caso concierne a criterios básicos de restauración del patrimonio en el siglo XXI —cuándo intervenir y cuándo no— y porque su hipotético éxito podría abrir la caja de pandora: obras en las catedrales de aquí y allá con la recomposición de miembros amputados por el tiempo como una mera excusa. De ahí que los apoyos al manifiesto hayan trascendido las fronteras francesas. Expertos de Alemania, Suiza, Rusia e incluso de Estados Unidos no tardaron en sumarse a la causa, para posicionarse “en contra de la flecha” de Saint-Denis.

España, un país tan privilegiado como castigado por su vasto patrimonio, también tenía que pronunciarse. El historiador Eduardo Carrero Santamaría —uno de los dos firmantes españoles, el otro es el profesor Gerardo Boto— participó de lleno en la concepción del documento, al que no dudó en adherirse. “¿Tiene alguna lógica volver a poner precisamente ahora unas piedras que la Historia situó fuera de ese lugar dos siglos atrás? La respuesta es que no, que el proyecto responde más bien al capricho de unas personas del siglo XXI”, reflexiona Carrero, quien asume la polémica como una discusión intelectual, huyendo de posiciones extremas. No obstante, el experto es claro sobre las posibles consecuencias. “Una intervención de estas características en un edificio histórico que ha ido cambiando con los siglos no es como jugar con un mecano, hay que protegerlo para evitar que sufra”, advierte.

La temperatura de la controversia se ha elevado, sin llegar a trastocar el futuro de un proyecto que ya se ha tenido que enfrentar a serios reveses. Incluso desde el principio, cuando el Ejecutivo de François Hollande presentó las obras en 2017, tuvo que lidiar con el informe desfavorable de la Comisión de Monumentos Históricos. En 2020, con Macron en el Elíseo, la ministra de Cultura comprometió dinero público para las obras, reconociendo la debilidad de la baza inicial de la autofinanciación. El proyecto, que quería copiar el modelo de la Sagrada Familia —cuyos trabajos se costean íntegramente con la recaudación de las visitas y las donaciones privadas—, estaba llamado finalmente a sobrevivir con el dinero inicialmente consignado para rescatar Notre Dame de los efectos del devastador fuego de 2019.

Ni un paso atrás. El Gobierno había visto en la espectacularidad de las obras todo un gancho para invertir en un barrio tradicionalmente desfavorecido. Dos hitos de primer nivel ayudarían a multiplicar los turistas de Saint-Denis, cuyas 140.000 visitas anuales quedan lejos de Notre Dame, con un tirón diez veces mayor. Dos hitos pondrían el foco en los trabajos de la basílica. El más próximo, los Juegos Olímpicos de 2024 en París. El siguiente en el calendario, la aspiración de convertir el distrito en capital cultural europea en 2028, precisamente el año previsto para terminar el remontaje de la flecha.

A este respecto, Eduardo Carrero se pregunta “si realmente esto es lo que más preocupa en la sociedad en la que vivimos” o “no se trata más que de otro programa político para desviar la atención de cuestiones primordiales”. Pero llegados a este punto, cabe cuestionar al profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona por qué Notre Dame sí puede recuperar su aspecto anterior al incendio, flecha incluida, y Saint-Denis, no. “No me atrevo a hacer comparaciones con Notre Dame, un monumento solo equiparable a las pirámides de Egipto. En todo caso, Saint-Denis perdió su torre hace doscientos años y acaba de someterse a una extraordinaria restauración sobre la que ahora quiere volverse a intervenir”, reflexiona.

El peligro de hacer casi cualquier cosa

Ante la batería de argumentos ofrecidos por los escépticos, cabe pensar que solo han existido dos posiciones. La favorable de las instituciones y la contraria, de los teóricos. Pero lo sorprendente es que no ha sido así. Mathieu Lours —erudito francés de las catedrales en época moderna— se descolgó de la versión crítica con una tribuna en la que devolvía la pregunta a los detractores: “¿Por qué Saint-Denis no tiene derecho a su flecha?”. El investigador enumeraba una serie de argumentos estimables, como el drama experimentado en el siglo XIX por el barrio parisino, que vivió la desaparición de la torre norte “como una verdadera amputación” de algo que les pertenecía. Asimismo, Lours justificaba que los constructores medievales nunca renunciaban a reconstruir la parte dañada de un templo cuando era posible.

Pero, sin duda, el argumento de más calado —y al mismo tiempo, el más polémico— apuntaba a la necesidad de poner un monumento histórico al servicio de la sociedad de su tiempo. Es decir, que la restauración con materiales como el hormigón o el acero estaba plenamente justificada si con ellos podía “resucitarse” un edificio condenado a la ruina. Dicho de otro modo, si la prioridad era respetar los acontecimientos de la Historia, buena parte de nuestros monumentos habrían llegado al presente hechos añicos, víctima, por ejemplo, de los bombardeos bélicos.

Aunque respeta “profundamente” la figura del erudito francés, Carrero Santamaría cree que “la consideración de nuestros templos como ”fábricas abiertas“ da un poco de miedo”. Y se explica. “Querer mantener vivos los edificios históricos como se hacía en el pasado puede conducir a un juego peligroso, porque abriría la puerta a hacer casi cualquier cosa en un monumento”. El profesor apunta a un hecho capital: “En el presente tenemos una concepción de la conservación muy diferente a la de nuestros antepasados”.

Sobre el tablero y jugando en casa, el historiador cita el caso de la capilla del Santísimo en la catedral de Mallorca. Allí, los preparativos para la instalación de un mural cerámico creado por el artista Miquel Barceló permitió sacar a la luz hace más de una década uno de los escasos ejemplos de pintura mural medieval de la isla. “Sin embargo, solo conocemos esas pinturas por fotografías, dado que han quedado atrapadas bajo la obra de Barceló”, expone Carrero. Para complicar aún más las cosas, la atractiva intervención del artista balear logró multiplicar las visitas a la catedral, dejando en segundo plano el valioso hallazgo arqueológico.

Y en el lado más extremo, un caso español contemporáneo ampliamente contestado por el sector cultural que echaría por tierra los argumentos de Mathieu Lours. La polémica colocación de las nuevas puertas en la catedral de Burgos demuestra —atendiendo al criterio de Carrero— que no se puede hacer casi cualquier cosa en un edificio histórico. Máxime, cuando la intervención en una obra maestra que ha cumplido estos días ocho siglos de vida, si finalmente se aprueba, podría incluso poner en peligro la declaración de patrimonio mundial de la Unesco del icono gótico.

De cualquier modo, unos y otros, contrarios y deudores de la recuperación de la torre norte de Saint-Denis, se toman la contienda deportivamente, sin dogmatismos. Los críticos llaman, entre otras cosas, a respetar el espacio funerario de los reyes franceses. Para los defensores, “reparar una injusticia patrimonial de 176 años en un edificio que forma parte fundamental de la Historia de Francia” es, precisamente, una de las razones de mayor peso. Nada es blanco o negro en cuestiones de patrimonio.

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