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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Mónica Zas Marcos

20 de febrero de 2022 22:45 h

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El piso de la protagonista de Madres paralelas ronda el millón de euros en todos los portales de vivienda. Está en pleno barrio de Conde Duque, en Madrid, tiene grandes ventanales, un patio, varias habitaciones y una decoración exquisita. Hasta ahí todo en orden. Una casa al estilo de Pedro Almodóvar. Pero Janis, el personaje interpretado por Penélope Cruz, es una fotógrafa freelance y madre soltera que en cierto momento de la película implora trabajo a su amiga para llegar a fin de mes. Es entonces cuando el envoltorio no encaja. Janis es una proletaria en un cascarón de oro con suelos hidráulicos y juegos de sillas Jeanneret a 1.300 euros la pieza.

Hace tiempo que la precariedad y la ficción española de alto presupuesto no coinciden. Y no solo ocurre en Madres paralelas. Las casas de las protagonistas treintañeras de Valeria, los alumnos del instituto público de Merlí, los profesores de la Galicia interior de El desorden que dejas o la de Abril Zamora en Todo lo otro chocan con lo que se encontrarían sus personajes en las tres dimensiones, sobre todo en ciudades superpobladas.

Un banco alemán ha publicado un estudio sobre cuánto costaría comprar las casas más famosas de la televisión. “¿Puede Valeria permitirse ese piso en el centro de Madrid?”, se preguntan. Han tasado este último en 300.000 euros por una habitación, mientras que un apartamento en la urbanización de La que se avecina y el domicilio de Aida, en Carabanchel, costarían ambos 170.000. Un precio más coherente con la trama de sus personajes y unas casas que hace años eran reconocibles en el mundo real. 

Pero los caminos de la ficción son múltiples y no hay guías maestras sobre la réplica de viviendas. Quienes se encargan son los directores artísticos o diseñadores de producción, pero siempre según las directrices del director o directora. Si este último quiere un retrato fiel de la pobreza y la escasez, el trabajo del departamento de arte es casi más complicado que el de inundar el interior de colores y opulencia. Si el presupuesto escasea, esa dificultad se multiplica. En cambio, sobre un lienzo y un cheque en blanco (o al menos boyante) las oportunidades son infinitas.

Casas ricas: acuerdos con marcas y decorados

“Lo chulo de la ficción es poner cosas que la gente no se atrevería a tener pero que le gusta ver”, piensa Mercedes Canales, directora artística de la serie Valeria. Los apartamentos que diseñó para la producción de Netflix son con los que sueña toda persona de 30 años: espacios para vivir sola, acompañada o hacer fiestas, céntricos, exteriores y con una decoración particular que no dependa de los artículos rebajados de Ikea. Sobre todo si esa persona no tiene trabajo o sobrevive a base de un adelanto editorial, como Valeria. “Es muy difícil dar con estas casas en el centro Madrid”, reconoce la creadora.

Alquilar un piso así en Malasaña alcanzaría los 1.000 euros al mes. Pero ¿quién nos dice que el personaje vive de alquiler? “Pensemos que la heredó de su abuela y que luego la decoró con papeles pintados y muebles muy normales”, propone Canales. De hecho, en su opinión lo que marca la diferencia no es el precio de la decoración, sino el atrevimiento. “Ahora las casas son todas iguales, están amuebladas de Ikea y en color blanco para no aburrirnos”, asegura. “A mí me gusta darle un plus que sea coherente con la realidad, pero que tenga algo de magia”, defiende la licenciada en Bellas Artes. No en vano su decorado fue reproducido a escala en la feria Casa Decor.

Canales ha trabajado en múltiples series y películas españolas durante décadas. Desde El secreto de Puente Viejo, Los protegidos, Hospital Central o La cocinera de Castamar. En el caso de Valeria la estética era una prioridad. Aunque se mencionan las penurias económicas de algunos personajes, no suponen el centro de la trama.

Por eso la casa de Lola, otra de las amigas de Valeria, hace las delicias de cualquier diseñador de interiores. “Me atrevo a darle una vueltecita a los personajes sin caer en lo absurdo. Por ejemplo, creo que Lola lleva toda la vida matándose a trabajar, ganando dinero y que en su piso nada está colocado de forma gratuita”. Ni la carpintería azul, ni el mobiliario de marca ni el papel pintado con hadas y plantas tropicales.

“No es tan caro tener una casa así, lo que cuesta es el soporte”, insiste Canales. De hecho, cuesta tanto encontrarla en Madrid que la tuvieron que construir desde cero en un estudio. Un procedimiento normal en las series y películas de alto presupuesto. “Lo más importante después del carácter del personaje es la arquitectura”, explica ella. También decidió que las estancias de Valeria fuesen abiertas y luminosas para dar juego al director y cobijar a las decenas de personas que forman parte del equipo de producción.

El apartamento de Madres paralelas también es un decorado. Antxón Gómez es director artístico de muchas de las películas de Almodóvar y toda una eminencia del sector. “Lo primero que te planteas en el caso de una vivienda es encontrarla, sobre todo si la película es modesta. Es una gran opción porque los sitios reales también te hablan, te sugieren y te inspiran”, reconoce. Pero también tiene dos grandes desventajas: que las paredes no se pueden mover y que hay que lidiar con los vecinos, que quizá no acepten las jornadas maratonianas del cine.

En el lado contrario, un decorado tiene el beneficio de que es desmontable y hecho al gusto y la necesidad de la película. Lo malo es que es demasiado perfecto. “Las huellas del tiempo solo se notan en un sitio real y si es una construcción muy cartesiana, te olvidas de los pequeños errores”, reconoce Gómez. 

Aunque levantar todo un escenario es costoso, alquilar una casa por varios meses a veces también puede engullirse el presupuesto. “Para Todo sobre mi madre cogimos un piso de alquiler porque queríamos que se notase una herencia y los restos de los otros inquilinos”, compara.

Los interiores del cine de Almodóvar han ido evolucionando junto a su director. “Cuando trabajas con Pedro todo tiene un punto del universo almodovariano que está por encima de la media. Todo tiene una pincelada de saturación en el color y de diseño en los muebles. Es el sello. Él es guionista, director y productor, y toda la narrativa corresponde a su universo”, explica su director artístico. De ahí que hayan encontrado una justificación para encajar a Yanis en el piso de Madres paralelas que Almodóvar quería.

“Nos imaginamos que esa casa es el patrimonio de un cierto momento de esplendor laboral”, concede Gómez. Algunas obras de diseño que la decoran ya se vieron en Dolor y gloria, su anterior cinta, o de pasada en otras películas. “Pedro es un coleccionista de arte empedernido y muchas de las piezas están sugeridas por él”, reconoce su mano derecha artística. En cuanto al presupuesto, cuenta que la productora El Deseo es “más laxa y relativa” que otras.

El monto que ha llegado a manejar Antxón Gómez en su departamento –sin especificar con quién ni en qué cinta– ha variado desde los 300.000 hasta el millón de euros. “Hay que tener en cuenta que nosotros también nos encargamos de las localizaciones exteriores y de los alquileres que haya que pagar, además de las transformaciones”, expresa. Lo que queda en la hucha, va a parar a los detalles.

Para encontrar el mobiliario y la decoración hacen una “búsqueda interdisciplinar”. Esta va desde hojear revistas de decoración hasta pasearse por tiendas de segunda mano o incluso importar piezas del extranjero. “Mucho es alquilado, otro es cedido y lo demás es guardado en los almacenes de El Deseo”, explica Gómez. Otra importante aportación la hace el propio director desde sus casas. “A veces rehacemos decorados que él tiene en su piso o en su villa”, continúa. Su labor es que siempre vaya en concordancia con lo que expresa la película y con sus “lenguajes subliminales”. 

La casa de Comendadoras de Madres paralelas esta llena de marcas reconocibles: vajillas de Sargadelos, sillas de Pierre Jeanneret, mesas de Carlo Molino, electrodomésticos Smeg, lámparas de Santa & Cole y porcelanas de Vista Alegre. “Todo el mundo está interesado en poner su mobiliario en una película de Almodóvar”, resume. Por eso hacen acuerdos y tienen sus lugares de preferencia. “Siempre recurrimos a Santa & Cole, Sancal, Capellini o Cassina”, enumera el director artístico. Y si no lo encuentran, lo fabrican ellos mismos. Por ejemplo, la enorme alfombra de La piel que habito la diseñó Antxón Gómez y la mandó a hacer específicamente para la cinta. 

Mercedes Canales dice no tener marcas predilectas: usa tanto Ikea y Maisons du Monde como piezas exclusivas sacadas de Architectural Digest o de estudios de diseño. “También tengo ayudantes de decoración y regidores con los que busco en tiendas de segunda mano”. En su caso, su principal escudero es un infografista que le recrea cuadros, láminas o decoraciones.

“Dentro del realismo y del feísmo podemos jugar. Hay gente que tiene buen gusto y coordina bien los colores en todos los barrios. No tienes por qué vivir en una casa fea aunque seas humilde”, opina la directora artística de Valeria. Antxón Gómez insiste, por su parte, en el poder de engaño del cine. Piensa que el espectador puede percibir una vivienda opulenta donde en realidad hay solo un espacio ficticio y réplicas. “Si nuestro trabajo se notara más, sería un mal trabajo”, resume.

Casas pobres: préstamos de ONG y cubículos

Pero hay veces que con engañar no es suficiente. Hay que representar realidades crudas y poco armónicas. “En Techo y comida buscamos una estética feísta porque cuando no te puedes preocupar ni por el bienestar de tu familia, la ropa no conjunta y el ambiente es más desapacible”, explica Amanda Román, directora artística y encargada del diseño de la cinta de Juan Miguel Castillo

Ella también es licenciada en Bellas Artes y, para ese trabajo, bebió de fuentes como la pintura y el grabado: “Cogí de referencia Las pinturas azules de Picasso, donde también representa la pobreza con la delgadez de los personajes y los colores fríos”. Para recrear el piso donde viven la joven Rocío (Natalia de Molina) y su hijo, alquilaron uno en Jerez de la Frontera y, en base a las casas de familias humildes que Román pudo visitar, lo transformaron completamente. “Quitamos muebles nuevos de la cocina y pusimos otros viejos, los platos estaban rotos, las sartenes negras y los vasos eran de modelos diferentes”, relata.

Según avanza el personaje hacia el caos y la degradación, la diseñadora hacía lo propio con la vivienda: “Había más suciedad, más desorden, más pelusas. Le cortan el agua y eso se tiene que notar. Parece que hay poco trabajo de arte porque es deslucido, pero es casi más complejo que recrear un piso bonito”. También la dirección es un reto puesto que hay que encajar a todo el equipo en apenas 50 metros cuadrados.

Román colaboró con las organizaciones sin ánimo de lucro Madre coraje y Proyecto Hombre por abaratar costes y porque encajaba con el relato. “Juegas con una estética que no es nada preciosista. No es bonita. Pero lo bonito es trabajar en equipo y por una idea”, asegura. Algo parecido hizo Leonor Díaz con Espíritu sagrado. “Buscábamos casas obreras normales donde no hubiera llegado toda esta locura de Ikea, Airbnb y los millones de apliques absurdos”, cuenta la directora de arte de esta ciencia ficción kitsch.

La película se rodó y se ambientó en Elche, Alicante, y en viviendas tradicionales “con recuerdos de Benidorm, fotos de comuniones y figuritas de porcelana”. En Espíritu sagrado pudieron alquilar un piso que acababa de quedarse vacío por el fallecimiento de su dueño y estaba todavía lleno de sus recuerdos. “A mí me gusta que la casa haya vivido y que haya cosas en los cajones”, dice en contraste con la estética Instagram llena de luces de Navidad y de cuadros de Nueva York.

“Tuvimos que recrear el piso de una aparadora con la máquina de coser en el salón. Es una chica que trabaja 20 horas, cobra en negro y no tiene libros en la estantería, pero sí acetona o quitacallos”, dice Díaz sobre los detalles, a los que les presta una enorme atención. No critica que haya producciones que decidan reproducir casas grandes o nuevas, pero sí le “chirría” que las hagan pasar por viviendas de obreros.

“Te terminas haciendo preguntas que no deberías mientras ves la película”, comparte Manuel Bartual, historietista y director de la película de 2014 Todos tus secretos. “Yo personalmente prefiero ese tipo de cine, me resulta más fácil entrar”, dice sobre aquel que reproduce la realidad del día a día, sobre todo la que tiene que ver con la clase media o trabajadora.

Todos tus secretos es una película de bajo presupuesto y no podíamos acceder a grandes palacios. La idea era reflejar dónde vivía la gente de una generación de treintañeros, que era la mía”, explica Bartual. A modo casi premonitorio, se desarrolla emulando una videollamada coral a través de nueve webcams. Los personajes muestran un rincón de su casa que, como ha ocurrido en la pandemia, ayuda a hacerse a la idea de cómo vive cada uno.

Aunque parezca sencillo, el equipo tuvo que trabajar en cada una de las estancias para que encajase con el guion. Desde la casa del que tiene más poder adquisitivo, hasta el que no sale de la oficina o el que está en apuros económicos. “Algunas las dejamos como estaban cuando las alquilamos, básicas con un sofá y una estantería de Ikea. Hay que pensar que han pasado casi diez años, aunque no creo que la vivienda haya cambiado mucho en Madrid, en todo caso ha ido a peor”, asume.

También comprende que “las películas que tienen un presupuesto mayor necesitan meter a más equipo”. Pero “con Friends no podías parar de pensar: ¿cómo puede vivir esa gente en esos pisos? Porque acercar mucho la ficción a tu mundo real, te genera más preguntas”, añade. La magia del cine también tiene ese peligro. Por eso Bartual prefiere aquellas que, aunque sean feístas, “están en consonancia con la realidad”.

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