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'Estafadoras de Wall Street': las strippers toman el control del sistema patriarcal

Ellas son 'Las estafadoras de Wall Street'

Laura García Higueras

La crisis del 2007 nos dejó desnudos y despojados. Algunos lo notaron en forma de rotos en sus cuentas bancarias o en los beneficios de sus negocios. Otros fueron echados de sus trabajos e incluso de sus casas. A los protagonistas masculinos de Estafadoras de Wall Street se les acabó el chollo de poder soltar billetes a diestro y siniestro en clubes de striptease; y a ellas, las auténticas reinas de la película, los hombres a los que desplumar cada noche con sus coreografías.

Dirigida por Lorene Scafaria y liderada por una poderosa Jennifer López, el largometraje ha aterrizado en las salas de cine españolas dispuesto a repartir cerca de dos horas de puro entretenimiento. Y lo hace contando cómo el sueño americano no solo lo ansían los que tienen más dinero en sus carteras, sino que aliena también a los menos favorecidos. En este caso, las strippers, que han tenido que soportar una vida en la que solo se les ha valorado su belleza. ¿Qué pasa cuando son ellas quienes amarran la codicia y el poder para darle la vuelta a las tornas? ¿Qué pasa cuando se hartan de estar el servicio de personajes que no les gustan, y optan por ser ellas quiénes deciden a quién interpretar?

Basada en el artículo publicado en 2015 en el New York Magazine The Hustlers at Scores, de Jessica Pressler, el filme cuenta la historia de Destiny (Constance Wu), la “nueva” en un club nocturno donde conoce a Ramona (López), la auténtica líder de la función. La segunda se convierte en la maestra de la primera, y deciden trabajar juntas para sacar más renta de sus clientes y pasárselo mejor.

Junto a ellas están Mercedes (Keke Palmer), Annabelle (Lili Reinhart) y Diamond (Cardi B). Su ascenso es narrado con la velocidad, frenesí y ritmo a base de fiesta, pole dance y tarjetas de crédito. Las chicas se hacen ricas pero, cuando llega la crisis, los magnates comienzan a no poder permitirse sus habituales desembolsos y a ellas se les arruina el plan y su venganza.

Si con el desastre económico, lejos de asumir culpa y hacer autocrítica sus responsables, se trató de convencer a la ciudadanía con frases como “tienes que reinventarte” o “querer es poder”; ellas también lo intentan, y se inventan su propia artimaña para seguir viviendo su particular sueño americano. Un cóctel de pastillas con el que asegurarles una buena resaca de amnesia a sus víctimas, mientras se hacen con el control de sus cuentas. Pero más allá del dinero, Estafadoras de Wall Street es la historia de amistad y sororidad entre estas mujeres, supervivientes de un sistema roto en el que optan por ser quienes estafan, antes que esperar a ser ellas las estafadas.

Adiós carnaza y objetos de deseo

Más allá de la premisa de la película, uno de sus grandes valores es cómo desde la dirección el relato no discurre de manera convencional. Para ello, se ayuda de saltos temporales con fragmentos de las entrevistas que la periodista (Julia Stiles) realizó a las strippers para escribir su artículo, y que van desvelando cómo el cuento “de hadas” no tuvo el final esperado -como ninguno lo tiene llevado a la vida real-, manteniendo el interés por saber qué fue de estas chicas. Y qué les llevó a terminar, o no, separándose. Con sus giros consigue que la empatía con cada una de ellas sea aún mayor, humanizando una profesión que a menudo se desprecia.

Además, inmersa en un mundo de seducción, baile y desnudos, podría haberse rodado a base de carnaza, cosificación de sus protagonistas y haber sido, una vez más, retratadas para una mirada masculina que sexualiza el cuerpo de la mujer. Y no. Claro que hay striptease y cuerpos sin ropa, pero la cámara los retrata sin gratuidad y sin estar concebidos para el deleite del hombre.

A nosotras también nos gusta ver a mujeres que se sienten a gusto consigo mismas, y que respondan a cánones distintos. La sensualidad, al igual que otras tantas características y talentos, no responden a una única talla o color de pelo. Seguramente que su equipo técnico directora, guionista, productora (aunque no todas), montadora, diseñadora de producción y de vestuario hayan sido mujeres -que debería de ser algo reseñable, pero que todavía merece destacarlo- haya podido tener que ver.

¿Estafado por una mujer?

Las protagonistas pertenecen a un sistema que les ha dejado en lo más bajo de una sociedad patriarcal, desigual y machista, pero encuentran la fórmula para establecer nuevas relaciones con sus clientes. Al principio del filme son ellos tienen el poder, como se aprecia en una escena donde un hombre menosprecia a una chica diciéndole que su vida es muy triste, que solo debe callarse y ponerse a bailar. Sin embargo, bajo los efectos de la pócima de las estafadoras son ellos los vulnerables, los que no tienen poder de decisión y acatan órdenes, como revelar el número secreto de sus tarjetas de crédito.

El humor con el que esta vuelta de tuerca está contado amplía el gozo de quien asiste al largometraje. Después de la larga lista de películas sobre estafadores hombres, que acuden con pistolas, amenazas y guantes, aquí las reinas del show visten tacones y emborrachan a sus víctimas con destreza.

Y también son madres. “La maternidad es una enfermedad mental”, le dice Ramona a Destiny cuando conoce a su hija, que también acabará teniendo la suya. Como no podía ser de otra forma -y es una pena-, la maternidad acaba por pesarles en los acontecimientos posteriores, especialmente cuando la policía entra en juego. Da rabia ver cómo sus retoñas se convierten en sus puntos débiles. Claro que, al estar contándose una historia que sucedió en realidad, tampoco se puede achacar esto al guion. Es un retrato de una realidad que sigue pesando para la mujer, una carga sobre la que queda por avanzar.

Eso sí, que prime la diversión y el ritmo de una película que, desde que fuera presentada en el pasado Festival de Toronto, muchos auguran que podría hacer que López acabe llevándose la nominación al Óscar. Ella no lo sabemos, pero la frase de su personaje con la que explica cómo lo que ocurre en su mundo es extrapolable a la realidad, sí que merece ser reconocida: “Este país es un enorme club de striptease. Tienes gente arrojando dinero y gente bailando a su ritmo”.

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