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Una fosa común bajo el césped del jardín: el corto que narra la “indolencia” con las víctimas de Franco

Natalia Mateo y Javier Godino, Vero y Pedro en el cortometraje. |

Juan Miguel Baquero

Lo importante es el futuro. Y los relatos que caen con los calendarios caducos son una rémora. Porque “el pasado da acidez de estómago”, dice la protagonista del cortometraje El jardín de Vero. A no ser que tengas una fosa bajo el césped.

La cinta, “con la Memoria Histórica como eje principal”, sirve como “reflexión sobre la indolencia y la falta de empatía” de España con las víctimas del franquismo, en palabras de su director y guionista, Miguel Parra. Una mirada metafórica pero incisiva al papel de la sociedad –y el Estado, máximo responsable– ante una significativa cuestión de derechos humanos por resolver: las fosas comunes del franquismo.

Ya lo dijo Fernando Fernán-Gómez: “el pecado que más puede definir al común de los españoles es el del desprecio”. La conversación en La silla de Fernando enlaza con el tuétano del corto. “Porque es una cuestión solo de enterrarlos, [las familias] no están pidiendo venganza ni nada”, apunta Parra.

Como si ignorar a los desaparecidos forzados significara que nunca han existido. Ni los crímenes que borraron a tiros al menos 114.226 vidas. Pero olvidar el pasado condena a repetir errores. Y en ese espejo acaba mirándose la pareja cuya historia centra la película: Vero y Pedro, interpretados por Natalia Mateo y Javier Godino.

“No queremos asumir la historia”

La historia de El jardín de Vero está basada en un caso real. Ocurrió en un pueblo de Burgos, Espinoso de los Caballeros, en el que apareció una fosa de la Guerra Civil bajo el césped de una vivienda adosada. En el cortometraje –que se estrena el 13 de marzo en el Medina Film Festival–, una llamada de un concejal del pueblo avisa que en el lujoso patio con piscina hay enterradas decenas de víctimas del terror franquista.

Y Vero y Pedro deciden mirar a otro lado. “Es de lo que habla el corto, que realmente en España no queremos actualizarnos con nuestra historia, asumirla”, resume la actriz Natalia Mateo, que encarna a la protagonista. Es una suerte de miedo atávico “a las dos Españas”, traduce. Aquello de “tener la basura debajo de la alfombra”.

Por eso, Vero rechaza la historia que quiere colarse en su jardín. Prepara una “gran fiesta” para empresarios chinos con el objetivo de relanzar su carrera profesional… ¿A qué le vienen con fosas del franquismo? Ella no quiere saber. O no quiere recordar.

Pero el pasado está vivo. Y “en todas las fiestas se cuela alguien”. En este caso, con nombre y apellidos. Entre los cientos de cuerpos está el de Félix Castaño, cuya familia quiere exhumar para dar un entierro digno.

Empatía con los desaparecidos

“¿Por qué nos callamos? Porque conviene”, refiere Javier Godino. El actor da vida a Pedro, un argentino –ya interpretó en este acento en El secreto de sus ojos, Oscar a la mejor película de habla no inglesa– con vocación de artista que vive al cobijo de su mujer a la espera de encontrar un golpe de suerte.

La empatía con el dolor por los desaparecidos está más cercana. Incluso en el plano generacional. “Mi personaje lleva una camiseta de Boca Juniors y también tiene un familiar que fue asesinado por los militares”, apunta Godino. Como Mauricio Macri, el presidente de Argentina, “que no habla de eso, no quiere recordar las cosas del pasado”.

Como Vero. Que sentencia: “el pasado da acidez de estómago”. Una frase que retrata “lo más rancio de nuestra sociedad”, define Natalia Mateo. Un veredicto, entiende la actriz, que es “pura ficción”. Que “ni el más rancio español actual se atrevería a decir algo así” aunque “el Estado está armado con recovecos para conseguir que no se levanten estas fosas y seguir haciendo sufrir a mucha gente”.

La fosa “real” en un jardín

La historia de El jardín de Vero “me surgió de esa noticia que vi en varios medios, una fosa que apareció en Burgos, en un jardín”, relata el periodista y cineasta Miguel Parra en conversación con eldiario.es. Aquella tumba se abrió. Y exhumaron los huesos de los asesinados.

De ahí, la idea, del pecado definitorio que aludía Fernán-Gómez: el desprecio. “¿Qué pasa si esto ocurre en una casa de alguien que no está muy a favor del tema?”, plantea Parra con el cortometraje. ¿Qué hay más allá de “los cuatro tópicos” usados como lugares comunes “por la gente de derechas” para negar la historia que yace oculta bajo tierra?

Al final, reduce, que el país siga sembrado de fosas comunes “es una cuestión de media España despreciando a la otra”. Por eso “el conflicto al que se enfrentan los personajes del corto es un conflicto ético”, matiza Natalia Mateo. Y “es necesario leer las páginas del pasado”, interviene Javier Godino, “porque hablamos de dolor, que queda enquistado, y el dolor se tiene que curar”.

El jardín de Vero es, al cabo, “una metáfora de cómo está el país, de esa actitud de dar de lado a esta cuestión por si la cosa se va pasando, se olvida o se mueren las víctimas y dejan de pedir una solución”, advierte Miguel Parra. Una cinta que desde la “colorida” escenografía de contraste que pinta “una especie de alegría de 'qué bien va el país' mientras por debajo de este césped tan bonito quedan los vestigios de dramas sin solucionar”.

Un corto, además, “dedicado a Remedios Garrido, que falleció sin encontrar a su hermano y cuñado, desaparecidos en El Real de San Antonio”. Un trabajo que habla de Memoria Histórica “desde una visión diferente pero sin dejar de ser incisiva”, dice Parra. Y que culmina con la pincelada de la cantautora Bambikina y su tema 'Serranita de la vera' –adaptado para la ocasión– para firmar “la metáfora de la crueldad de aquella guerra que vivió nuestro país, de cualquier guerra”.

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