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El despertar de los Goya: de la complacencia a la reivindicación en siete discursos

Alberto San Juan y Guillermo Toledo dijeron No a la guerra en 2003.

Mónica Zas Marcos

La polémica en los Goya tiene tanta historia como la de la propia ceremonia. Los trajes de Pilar Miró pagados con dinero público en el 89; el ninguneo a la prensa en la gala del 91; las solapas con los lazos rojos en apoyo a los enfermos de sida en el 93; la supuesta compra de votos de José Luis Garci para El abuelo en el 99; o la crítica a Amenábar por emplear a actores de Hollywood en Los otros en el 2000. Aquellos eran hechos aislados que provocaban revuelo en las butacas y salas de prensa, pero no en el escenario. La gala era una especie de Noche de fiesta con mucha elegancia y más ovaciones.

No sería hasta 1998 cuando José Luis Borau eligió el blanco para pintar sus manos y los manifestantes desplegaron pancartas antiterroristas en el exterior, cuando la crítica se hizo Goya. Un efecto parecido ocurrió en la llamada gala del “NO a la guerra” en 2003. Desde entonces es el germen de la entrega de los premios, el argumento de los discursos y la razón de las espantadas ministeriales. ¿Sería aguantable sin los monólogos copados de bofetones políticos? Por el bien del cine español, supongamos que sí.

Las manos blancas

En 1998 la improvisación se personificó en José Luis Borau, por entonces presidente de la Academia de Cine. “Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna ideología ni creencia, puede matar a un hombre”, sentenció el cineasta alzando sus manos blancas. Era un alegato directo contra el terrorismo de ETA, que acababa de eliminar las vidas de Miguel Ángel Blanco, Alberto Jiménez Becerril y de su esposa. En el exterior del Palacio de Congresos, las pancartas y las velas envolvían el recinto.

El cine dice NO a la guerra

‘La guerra de los Goya por la paz’ fue la de 2003. Las chapas de los participantes, los sketch y la platea entera mostraban una clara repulsa a la invasión de Irak. El presidente de la FAPAE, Eduardo Campoy, llegó a pedir la dimisión de la presidenta de la Academia, Marisa Paredes, por “consentir una gala antiGobierno”. Días después tuvo que retractarse.

El Opus Dei recibe

En 2009 la película Camino, basada en la enfermedad de una niña creyente y criada en el seno del Opus Dei, ganó el gran Goya. Su director, Javier Fesser, dijo al recoger el premio que el Opus es “una institución erróneamente llamada obra de Dios”. Y la arremetida prosiguió con el discurso del productor Jaume Roures. “Para amargarnos nos casamos, tenemos hijos adolescentes… y tenemos al Opus Dei”, continuó el presidente de Mediapro.

Guy Fawkes contra la ley Sinde

La relación entre el internet y la taquilla es la representación del mayor debate moral del cine español. El conflicto aún colea, pero en 2010 tuvo consecuencias impresionantes. Esa lucha tuvo en aquella gala de los Goya sus dos respectivos estandartes: la ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, y el presidente de la Academia, Álex de la Iglesia.

El cineasta, que consideró internet como el “presente y salvación de nuestro cine”, dimitió al día siguiente de la gala como muestra de rechazo. Durante la noche, las máscaras de Anonymous escenificaron su protesta contra la ley Sinde.

Los Goya escuchan a Garzón

En 2012, Isabel Coixet se hizo con el premio al mejor documental por su Escuchando al juez Garzón. Como no podía ser de otra forma, en su discurso declaró su apoyo incondicional al magistrado, recién condenado por el Tribunal Supremo por prevaricación en su investigación de la corrupción de la Gürtel.

“Hubiera preferido no tener que hacer un film como este y que las víctimas pudieran seguir encontrándose a jueces como Garzón. Preferiría que no hubiera paz para los malvados, pero para algunos sí la hay”.

Recortes, paro y peticiones de trabajo

El año pasado, Candela Peña ganó el Goya a Mejor Actriz de Reparto por su papel en Una pistola en cada mano. Conmocionó al auditorio cuando en su discurso pidió trabajo, sin medias tintas, y denunció las deplorables condiciones en las que había fallecido su padre en un hospital público. “No había mantas para taparlo y le teníamos que llevar el agua”, acusó la intérprete.

Aborto y 'Wertgüenza'

En esta última edición, la ausencia del ministro de Cultura sólo ha hecho más evidente su presencia en los discursos. Se sucedieron alusiones de todo tipo en forma de chistes o declaraciones muy serias. Otro de los momentos reivindicativos lo protagonizó la joven Natalia de Molina, cuando clara y contundente proclamó “no quiero que nadie decida por mí”.

La actriz, que interpreta a una adolescente embarazada en Vivir es fácil con los ojos cerrados, se posicionó contra la reforma de la Ley del aborto. Marian Álvarez recogió su testigo y dedicó unas sucintas palabras de crítica a la reforma del ministro Gallardón.

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