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Sonsoles Aranguren, la inolvidable niña de 'El sur' que ahora crea los efectos digitales para cineastas como Bayona

Sonsoles Aranguren en la redacción de elDiario.es

Javier Zurro

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Hay siempre, en el cine de Víctor Erice, al menos una mirada que atraviesa al espectador y le deja tocado para siempre. Por supuesto la de Ana Torrent hacia una pantalla de cine, fascinada ante el misterio de la proyección en un pueblo de la posguerra española; pero también la de Sonsoles Aranguren, la inolvidable Estrella de El sur, esa obra maestra partida por la mitad. Los ojos de aquella niña brillaban en la oscuridad igual que los de Ana, y descubrían, poco a poco, el misterio de aquel padre zahorí, emigrado del sur, y marcado también por la historia de España. Es imposible no caer rendido a la magia de Erice en la escena de la Comunión, cuando aquella niña ve entrar a su padre en la iglesia que se había negado a pisar y piensa: “Lo ha hecho por mí”.

Lo que no sabía Erice es que aquellas niñas también quedaban inoculadas con el virus del cine de por vida. Ana Torrent se mantendría como los ojos más misteriosos del cine español, y aunque nadie pueda encontrar a Sonsoles Aranguren delante de una cámara, su labor ha marcado varias de las películas más importantes del cine español reciente. Lo ha hecho desde otro sitio, el de los efectos digitales. Aquella niña de El sur ahora se encarga del trabajo invisible, fino y preciso que hace en películas como Lo imposible, de Juan Antonio Bayona, Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, o Relatos salvajes, una de sus favoritas. Ha trabajado puliendo el trabajo de los mejores, el de Amenábar, Iñárritu, Médem o Monzón; y hay algo que une su profesión actual con aquella experiencia que rodó cuando tenía solo 10 años.

La mirada de la Sonsoles Aranguren de 2024 es la misma que la de aquella niña que intentaba desentrañar el mundo de los adultos en El sur, y se ilumina recordando cómo llegó a protagonizar el clásico de Erice: “Yo iba al mismo cole que Ana Torrent, y creo que Víctor Erice debía ser amigo del director. Un día vino, vio a varias niñas, nos hizo fotos, y me llamaron a mí para ver si quería hacer unas pruebas. Me dieron una separata de una escena que yo creo que ni sale en la película y ya me dijo que si la quería hacer yo. Hay una anécdota divertida, que es que Icíar Bollaín [que interpreta su papel años después] me dijo que inicialmente no me habían elegido a mí, sino a otra niña a la que su abuela no le dejó hacerlo, pero no sé si me lo dijo por hacerme rabiar”.

Era el año 82, tenía 10 años, y de repente se encontró en el chalet de la productora de Elías Querejeta. Fueron los nombres de Erice y el famoso productor los que convencieron a sus padres para dejarle hacerla, ya que “al principio no les volvía locos la idea”. “Luego me dijeron que no podía hacer nada más. Me propusieron más cosas y ellos dijeron que no les hacía mucha gracia lo de la niña actriz, pero yo creo que en este caso les encandiló este hombre, con esta inteligencia, esta dulzura y este talento”.

La relación que se forjó entre Sonsoles y el director fue parecida a la que Estrella, su personaje, tenía con su padre en el filme. Aquella niña se vio fascinada por el zahorí Erice. “Tenía ese don esperanzador, parecía que yo podía acceder a su sabiduría y formar parte de todo aquello. Tiene una forma de dirigir a los niños que es maravillosa. Nos lleva a una esquina, nos cuenta unas historias y te mete en el papel. Te da cosas muy concretas que luego llegas al rodaje y realmente estás pensando en una historia diferente que él te ha contado, y cuando lo he visto de mayor he dicho, ’ah, claro, es que yo ahí estoy contando esto, pero entonces no lo sabía’. Era como si me contara cada día un capítulo más de un cuento, como si fueran Las mil y una noches”.

Víctor Erice tenía ese don esperanzador, parecía que yo podía acceder a su sabiduría y formar parte de todo aquello. Tiene una forma de dirigir a los niños que es maravillosa

Sonsoles Aranguren

Protagonizar una película tan icónica, en un papel tan emblemático, la convirtió en ‘la niña del sur’. Algo que ha llevado “con subidas y bajadas”. “Yo creo que los niños no deberían trabajar en cine. Es una industria que piensa en la industria, que no los cuida todo lo que los tendría que cuidar. Tu personalidad se está desarrollando, te encuentras en una situación muy especial. Yo fui al Festival de Cannes con 10 años y me monté en un ascensor con Orson Welles, y luego tienes que volver a la vida real”, apunta sobre el eterno debate de los menores en el cine: “No solo son las galas y los premios, es también verse en cine, es también ganar dinero, es pensar que es una carrera muy golosa y te quitan totalmente la idea de hacer otra cosa. Hay muchísimos niños que luego se han fastidiado la vida por haber trabajado en cine y yo lo entiendo”.

Ella decidió ir por otro lado. Aunque también estudió arte dramático, pronto se dio cuenta de que para esa carrera hacía “falta tener una madera especial y una confianza en uno mismo” que ella no creía tener. Por eso estudió también marketing y acabó en Londres trabajando en Recursos Humanos. Allí vivió una de esas experiencias en las que El sur vuelve a reaparecer en su vida. “Viví allí una época, y había unos cines que me encantaban. Ponían ciclos de Kurosawa, de Herzog… y de repente pusieron uno de Erice y les dije a mi trabajo, ‘hay una película en donde salgo, si queréis id a verla en el National Theatre’. Al día siguiente todos decían 'pero cómo que una película, esto es una maravilla’”.

El virus del cine

Algo dejó Víctor Erice en ella para que, después de trabajar en Recursos Humanos, acabara recayendo de nuevo en el cine, en el sector de los efectos digitales. “Quería hacer algo más creativo, y cuando me hablaron de esto dije, ‘¡espera, explícame más!’, y fue algo inmediato”, recuerda de aquel punto de inflexión que se une con dos de sus pasiones de pequeña: las manualidades y el cine. “Ya desde antes de hacer El sur me gustaba mucho. Alquilábamos hasta tres películas seguidas en el videoclub. Era muy peliculera. Me sabía los nombres de los actores, de los directores… Al final si no entraba por un lado, sería por otro”.  Finalmente fue retocando, haciendo visible lo que en rodaje no se ve. Creando efectos visuales, desde los más delicados hasta lo más evidente. Desde el humo de una taza en una película de Almodóvar a un tsunami en Lo imposible de Bayona.

El haber conocido el cine desde los dos lados también le ha servido para valorar cuando un director cuida el fotograma en rodaje y cuando no lo hace y suelta la frase más temida por los responsables de efectos digitales: “Esto lo arreglamos en pospo”. “A veces piensan que podemos arreglarlo todo, que hacemos milagros, pero luego están los profesionales como Almodóvar que no dejan nada a la improvisación, que han trabajado en celuloide y tienen una forma de trabajo, preparan cada plano y eso me gusta mucho”. Cuando Sonsoles Aranguren empezó a hacer efectos el director que estaba de moda era Michel Gondry, y ella quiso apostar por “ese tipo de efectos, utilizarlos de forma poética”.

Han sido años en los que toda la industria ha cambiado, y se han formado “profesionales muy buenos que salieron de sitios muy potentes como Weta, que es de Peter Jackson, o ILM, que es de George Lucas y han vuelto y han traído una forma de hacer las cosas”. Fruto de ello es El Ranchito, la empresa que ha hecho los efectos especiales de La sociedad de la nieve o Lo imposible, en la que Aranguren trabajó. Un trabajo “muy perfeccionista y exigente” que “marcó mucho” y supuso “pegar un salto enorme” en la industria. 

A veces he tratado de imaginarme cómo hubiese sido 'El Sur' completa. Si eso no hubiera hecho que Víctor Erice coger carrerilla e hiciera más películas

Sonsoles Aranguren

“Cambió todo y fue muy importante. De repente veías que ya no estabas cambiando un jersey por motivo de raccord o borrando un aire acondicionado porque era una peli de época, sino que eran efectos con mayúsculas, de los que sueñas cuando estás estudiando. Sueñas con hacer una ola gigante destrozando todo. A partir de ahí en El Ranchito se hizo Juego de tronos, y eso fue precioso. Éramos una empresa muy pequeñita y estábamos emocionados. Luego vinieron varias, pero esta fue la más bestial”, dice aunque también destaca la magia de proyectos más pequeños como Viaje a alguna parte, el documental sobre Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen realizado por la nieta de ambos, Helena de Llanos.

Regreso al sur

Este año le ha tocado regresar a El sur. El estreno de Cerrar los ojos, la nueva película de Víctor Erice la ha reconectado con aquel filme, ya que, de alguna forma, el cineasta cierra en este filme las heridas de aquellas películas que no pudo rodar. Está su proyecto maldito de El embrujo de Shanghái, pero también esa parte de El sur que nadie vio y que llevaba a la protagonista a ese sur que daba nombre al filme. 

“No podía dejar de emocionarme, porque veía todo lo que no pudo ser”, dice y añade otro sentimiento más imprevisto: “También me hizo daño. Sí, porque me da mucha pena que alguien como Erice no haya podido hacer más películas. Que se haya quedado tan tocado con El sur, que nos decía que para él era como una hija coja, que la quería muchísimo pero que no... Aunque muchos espectadores le digan que la entienden sin estar completa, él no entiende que la entiendan”. 

De alguna forma es el mismo sentimiento que tiene cuando vuelve a ver El sur, otra película que le “duele”. “Creo que hubiese sido una película increíble. Me duele porque creo que le hizo mucho daño a Erice, y a veces he tratado de imaginarme cómo hubiese sido completa. Si eso no le hubiera hecho coger carrerilla y hacer más. Además lo que hay es una película muy triste, y creo que hubiese remontado cuando ella va al sur, pero se queda en un momento muy triste, con estas dos personas con una relación tan bonita”, dice y no puede evitar emocionarse. Como todos los que vimos El sur por primera vez, pero también como todos los que fuimos arrasados por una ola creada por la misma persona que nos había hechizado con su mirada 30 años antes.

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