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Treinta años de 'Testigo accidental' y el discreto encanto de los 'thrillers' ferroviarios

Miedo sobre raíles en 'Testigo Accidental'

Ignasi Franch

29 de agosto de 2020 22:27 h

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Testigo accidental se estrenó treinta años atrás, en 1990, en plena bisagra entre décadas. Dirigida por Peter Hyams, responsable de Atmósfera cero, la película trata de la angustiosa huida de una editora que ha contemplado un asesinato. La mujer decide huir del poderoso gángster responsable. La persecución comienza cuando un voluntarioso y algo faltón ayudante del fiscal del distrito, interpretado por Gene Hackman, llega al refugio de la mujer ubicado en las montañas canadienses. El acusador ha revelado involuntariamente el paradero de ella. Y la única opción para escapar de unos sicarios será subirse a un tren nocturno y sobrevivir la noche, escurriéndose por los pasillos y cambiando de compartimentos, hasta llegar a la metrópolis más cercana.

Los responsables del filme consiguieron un emocionante y tenso thriller, priorizando la intriga aunque también incrustasen alguna escena de acción espectacular. Por el camino, no faltan algunos alivios cómicos propios de una producción para un público masivo. También destaca una estética algo oscurantista y neblinosa, un poco a la moda de la época. Y Hyams aporta algún otro detalle en su faceta de director de fotografía: por ejemplo, acompaña con un bello juego de claroscuros el proceso de apertura de la protagonista femenina, el diálogo en el que explica su historia a ese héroe imperfecto que la había prejuzgado por ser la supuesta chica de un abogado de la mafia.

Ahora editada en alta definición y soporte Blu-ray, Testigo accidental fue un notable remake de una antigua película de serie B: The narrow margin. También fue un dignisimo exponente de thriller ferroviario que aprovecha los atractivos de localizar la acción en un espacio cerrado pero en permanente movimiento, del que se puede escapar solo en el momento específico de la parada. Antes y después del trabajo de Hyams, han habido otros exponentes más o menos ilustres de esta pequeña tradición.

Alarma en el expreso: anticipación paranoica de la pesadilla nazi

En los últimos años de su etapa británica, Alfred Hitchcock firmó este clásico del cine de intriga con tintes paranoicos, un antecedente del thriller internacional de espionaje: personajes de múltiples origenes intentan entenderse mediante diversos idiomas durante viajes transfronterizos. Quizá algunos espectadores contemporáneos puedan sentir cierta pereza en los minutos iniciales, en los que se establece el carácter de los protagonistas entre abundantes dosis de humor.

Cuando la acción llega al tren, las cosas se animan: la protagonista se duerme con una mujer delante que la ha ayudado; cuando despierta, la mujer ha desaparecido y el resto del vagón niega que haya estado nunca ahí. Este maravilloso thriller de desaparición o sustitución se centra en los intentos de la chica de localizar a esa casi desconocida compañera de viaje. La ayudará en su empeño un folklorista inusualmente polifacético.

Con toques añadidos de autoparodia del impasible escepticismo británico, el filme es un ejemplo de intriga sobre sabotajes, infiltraciones y demás conspiraciones basadas en un antagonismo entre países que derivaría en la II Guerra Mundial. La obra de Hitchcock se estrenó poco después de la publicación de la novela Asesinato en el Orient Express, y ambos éxitos quizá convencieron a otros creadores de las posibilidades de situar el grueso de una intriga en un ferrocarril: después vendrían Sleepers West, The narrow margin (ambas sobre el desplazamiento de testigos en peligro), The tall target...

Pánico en el Transiberiano: cuando viaja un intruso

El enigma de otro mundo ya nos había explicado los peligros de desenterrar fósiles del hielo, de la misma manera que lo haría posteriormente su posterior remake La cosa. En esta coproducción hispano-inglesa de reparto lujoso (lo encabezan nada menos que Peter Cushing y Christopher Lee) y ambientación postvictoriana, un científico traslada una momia mediante un tren de vapor. La momia resulta ser un poderoso ser en hibernación, dispuesto a matar para protegerse y capaz de poseer los cuerpos de las personas.

Los componentes de misterio clásico se entrelazan con elementos de ciencia ficción (¿en qué cuerpo estará ahora la consciencia del asesino?), porque los trenes también pueden ser espacios donde ubicar fantasías (véase la distopía futurista Snowpiercer).

El resultado puede parecer algo rígido y anticuado en su representación de la violencia y del terror, pero también es una entrañable mixtura que combina lo elegante con lo pulp para disfrute de muchos aficionados del género. No sería la única coproducción europea de los setenta cuya acción se centraba en un ferrocarril: en El puente de Cassandra, un reparto de estrellas y viejas glorias de alrededor del mundo (de Burt Lancaster a Sophia Loren, pasando por la bergmaniana Ingrid Thulin) poblaba la historia de un terrorista que introducía un virus mortal entre los pasajeros de un tren.

El tren del infierno: fatalidad y dramatismo en un tren desbocado

Algunos proyectos extraños llegan inesperadamente a buen puerto. El tren del infierno partía de un viejo guion de Akira Kurosawa, nunca realizado por el maestro japonés. El realizador soviético Andréi Konchalovski, responsable del monumental fresco histórico Siberiada, se interesó por esta hibridación de película carcelaria ochentera y thriller ferroviario. La financiación del filme fue a cargo de Cannon Films, hogar de las fantasías ultraderechistas de Chuck Norris y mil extravagancias más, cuya particular historia ha sido glosada en documentales de cinefilia freak como Electric bogaloo. El resultado fue un fracaso de taquilla y un éxito crítico que recibió tres nominaciones a los premios Oscar, dos de ellas para las intensísimas interpretaciones de Jon Voight y Eric Roberts.

La película trata de dos reclusos que consiguen escapar de una prisión de alta seguridad, pero huyen en un tren que alcanza una velocidad descontrolada y del que es imposible bajar. El antagonismo casi existencial entre presos y carceleros, los discursos deshumanizadores que rechazan completamente cualquier posibilidad de rehabilitación del convicto, sirven de telón de fondo de un filme repleto de fatalidades, vigorizado por monólogos y diálogos contundentes, por escenas de violencia y desesperación rotos mediante irrupciones de música de Vivaldi…

La tensión entre el rotundo espectáculo de acción, los personajes al límite y la solemnidad aportada por Konchalovski y Kurosawa genera momentos memorables en un clásico eighties quizá insuficientemente recordado.

El pasajero: entre el entretenimiento de serie B y el blockbuster

El realizador barcelonés Jaume Collet-Serra volvió a colaborar con su estrella Liam Neeson en este thriller que se basa en el desconcierto compartido por un protagonista superado y por la misma audiencia. Neeson interpreta a un antiguo policía que acaba de ser despedido de la aseguradora donde llevaba diez años trabajando. Durante su habitual viaje en tren de vuelta al hogar, el héroe recibe una oferta tan generosa como inquietante: detectar, a cambio de miles de dólares, a un pasajero que porta un objeto robado.

De nuevo, Collet-Serra y compañía rozan la frontera de lo irracional y lo absurdo, o quizá la superan, en aras del espectáculo juguetón que mantiene una relación muy abierta con la verosimilitud. Recubren todo ello de bastante acción: lo que podría haber sido un esbelto thriller en espacios limitados se acerca ocasionalmente a la atracción por las imágenes pretendidamente apabullantes del blockbuster digitalísimo.

Quizá lo más llamativo del resultado es que, a través de guiños de guion, El pasajero nos traslada a un mundo donde todavía permanecen vestigios de la solidaridad comunitaria y del resentimiento hacia el sector financiero que emergió en la sociedad estadounidense posterior a los atentados del 11-S de 2001 y al crack financiero de 2008.

Asesinato en el Orient Express: Hercules Poirot se va a Disney

Una de las historias más conocidas de Agatha Christie ya había sido llevada a la gran pantalla en los años setenta bajo dirección de Sidney Lumet, autor de obras como El prestamista o Serpico. Su éxito fijó un modelo: repartos corales repletos de rostros conocidos rodeaban al protagonista carismático de turno (fuese Hercules Poirot o, en otras ocasiones, Jane Marple), a menudo en escenarios llamativos o exóticos.

El punto fuerte de Asesinato en el Orient Express residía en la naturaleza del lugar donde se desarrollaba la investigación: un espacio itinerante e hiperpoblado de sospechosos a los que estudiar... y con un detective de fama mundial de testigo de un crimen.

Dirigida por Kenneth Branagh, la nueva versión de la novela proporcionaba un visionado agradable. Aún así, si se establecen comparaciones con la mirada más adulta de Lumet y compañía, puede entreverse una cierta disneyización general: más distensiones humorísticas, más interpretaciones pintorescas, una cierta caricaturización de la historia (realzada por el abuso de imágenes creadas por ordenador para conjurar una versión cartoon del mundo de entreguerras)… y la idea de construir un universo fílmico cuya siguiente pieza, Muerte en el Nilo, ya ha sido rodada y está pendiente de estreno, si la covid-19 lo permite.

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