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'La casa torcida': oligarcas psicópatas para consolidar el retorno de Agatha Christie a los cines

Glenn Close en 'La casa torcida', una de las ficciones más malévolas que concibió la creadora de Hercules Poirot

Ignasi Franch

Sus novelas de misterio han sido una iniciación a la lectura adulta para multitud de lectores de varias generaciones. Agatha Christie nos habló de envenenamientos, apuñalamientos y todo tipo de muertes. Y colocó a dos de sus creaciones, Hércules Poirot y Jane Marple, en el panteón de los detectives de ficción más populares del mundo, junto con el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o el Jules Maigret de Georges Simenon.

Christie es, además, una de las escritoras más traducidas del mundo. Las cifras que rodean su legado llegan a resultar mareantes. Se calcula que se han venido más de 1.000 millones de ejemplares de sus títulos. En España, las reediciones de su obra son periódicas y llegan por oleadas a librerías o quioscos. Sus creaciones literarias han sido trasladadas más de un centenar de veces al cine y la televisión.

La autora ha vivido dos épocas de especial presencia en el medio fílmico. En los años 60, la actriz británica Margaret Rutherford encabezó cuatro películas centradas en investigaciones de la señorita Marple. En 1974, los productores británicos John Brabourne y Richard Goodwin abrieron un camino exitoso con Asesinato en el Orient Express, y perseveraron con tres películas más (Muerte en el Nilo, El espejo roto y Muerte bajo el Sol).

En los últimos tiempos, los personajes de Christie acostumbraban a cobrar vida en la pequeña pantalla. Quizá ahora contemplamos una nuevo auge de la reina del crimen en las salas cinematográficas. Al éxito de la nueva Asesinato en el Orient Express, de la que ya se ha anunciado una secuela, se añade ahora el estreno de La casa torcida. Ambos filmes muestran, además, dos maneras bastante diferentes de acercarse a la narrativa de misterio.

Un posible universo Christie

Fox partió del modelo fijado por los mencionados Brabourne y Goodwin para explorar la creación de una especie de universo Christie, iniciado con la reciente Asesinato en el Orient Express. De momento, ya está anunciada una visita a Egipto con Muerte en el Nilo. Y se mantiene abierta la posibilidad de más aventuras de Hercules Poirot, del retorno a la gran pantalla de miss Marple... o, quizá, un crossover de ambos personajes.

Dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh (Hamlet), Asesinato en el Orient Express partía del modelo fijado por Brabourne y Goodwin, con el consabido reparto coral repleto de rostros conocidos (Willem Dafoe, Judi Dench, Michelle Pfeiffer) y la confianza en el carisma y la popularidad de uno de los dos detectives más famosos de Christie. Esta vez, eso sí, aparecían unas cuantas imágenes generadas por ordenador que reforzaban el aire anacrónico, retro y a la vez muy actual, del proyecto.

Poirot aparecía representado como un detective obsesivo y brillante, susceptible de generar situaciones cómicas en momentos dramáticamente poco comprometidos (básicamente, el prólogo y el epílogo del filme). Por otra parte, Branagh y compañía ensayaban una disneyización de la historia con minúsculas (el despliegue de la trama incluye varios gags y algunos trabajos actorales más bien histriónicos) y con mayúsculas. Porque el mundo de entreguerras que empieza a vislumbrar la II Guerra Mundial se convertía en algo pintoresco y caricaturizado. Este simulacro del pasado tenía su correspondencia en el paripé de un personaje que finge ser nazi.

En paralelo, se incluían algunas pinceladas interesantes sobre la estrecha noción de normalidad que maneja Poirot, su búsqueda de las desviaciones de la norma. La idea resultaba interesante al situarse el relato en pleno auge de los totalitarismos, de la persecución del otro (por su ascendencia étnica, condición sexual, pensamiento político...) por parte del régimen nazi, pero quedaba enterrado bajo el entretenimiento light que buscaban los responsables del filme.

Ricos que (se) matan

Tras esta producción de Fox, ambiciosa sin llegar a la categoría de superproducción, llega a nuestras pantallas una propuesta británica más sobria, con menos caricatura, más veneno (en más de un sentido) y menos presupuesto: La casa torcida. Siguen compareciendo varios actores conocidos, pero no se juega la carta del protagonista carismático. El director, Gilles Paquet-Brenner (La llave de Sarah), cuenta con un detective más gris que el genial y prepotente Poirot. Eso permite un enfoque más coral, menos rendido al carisma del personaje principal.

Visualmente, Paquet-Brenner, Glenn Close y compañía aportan una pátina de vistosidad a la película. Y ofrecen una colección de planos atractivos aunque quizá no del todo bien engarzados, a menudo con el cine negro clásico en el retrovisor. El núcleo dramático del filme, con su detective correctísimo que cree en el sistema y su investigación criminal en una mansión, tiene más que ver con las historias de misterio y con unas tendencias conservadoras opuestas al talante crítico de algunos gigantes del noir.

Eso sí, nos encontramos ante una obra de misterio en su versión más cáustica. Se trata de una inmersión, quizá algo rutinaria pero potencialmente entretenida, en la cruel cotidianidad de la familia de un millonario. La sospechosa muerte de Aristide Leonides agita un avispero de pretendientes a la herencia: fracasados intentos de empresario, actrices decadentes, jóvenes malcriados... La nieta del magnate, Sophia, contrata a un detective privado para investigar ese probable asesinato cuyo responsable sería alguno de los parientes de Leonides.

La narración toma la forma de juego cruel. Entre cenas incómodas, discusiones y silencios tensos, se producirá otro crimen. El detective, investigador-intruso, se sorprende por la atmósfera tóxica de la casa pero no la dota de dimensión política. La joven viuda de Leonides, una segunda esposa mal vista por el entorno familiar, se muestra más confrontativa al vincular la petulancia de los Leonides con su fortuna (“ellos nacieron ricos y creen que nadie está a su altura”, afirma).

Al final, aparece la constatación: entre los oropeles de la mansión se esconden monstruos de alta cuna. Ante las inercias clasistas y anglocéntricas de Christie, la audiencia puede plantearse si parte del problema puede ser la mezcla matrimonial de una aristócrata británica y un arribista venido de Grecia. Sea como sea, la preservación del sistema social es lo principal para Christie, sean quienes sean los elementos disruptores. Aunque esto suponga, en La casa torcida o en la misma Asesinato en el Orient Express, tomarse algunas libertades respecto a la ley. Paradojas del conservadurismo.

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