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“Doy las gracias por casos como el de la censura en TVE porque al final he vendido más”

Ibáñez posa con su 'Bárcenas' particular, protagonista de su historieta 'El Tesorero'

José Antonio Luna

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Burricalvo, berzotas o cachiporra son palabras suficientes para invocar a toda una leyenda viva del tebeo en España. Francisco Ibáñez no necesita presentación, como tampoco la necesitan las cientos de historias hoy impregnadas con tinta permanente en cada uno sus lectores, desde el que luce canas hasta el que apenas sabe leer y probablemente aprenda gracias esas viñetas. Mortadelo y Filemón cumplen 60 años, y a su autor, de 82, todavía le quedan más lápices por gastar.

Los míticos agentes de la T.I.A. comenzaron sus desastrosas andaduras en 1958, el mismo año en el que Ibáñez, probablemente ya calvo, llamaba a las puertas de Editorial Bruguera. Desde entonces, han sobrevivido al franquismo, a pleitos, a la caída de su sello original e incluso a “la competencia desleal” que, según su creador, le hacen los políticos. Pero, si algo hace bien Mortadelo, es cambiar de disfraz cuando la ocasión lo requiere. No solo dejaron de ser una parodia de Watson y Sherlock Holmes para adquirir su propia identidad, sino para escribir lo que, al final, se ha convertido en el reflejo de un país.

Safari callejero, Los inventos del profesor Bacterio o El profeta Jeremías son únicamente tres de los 210 números que componen una colección para la que ya se necesita más de una estantería. ¿Cómo les han sentado las arrugas a los agentes? Para saberlo, descolgamos el zapatófono y al otro lado encontramos a un Ibáñez risueño, que responde entre risas y gags que parecen sacados de sus tebeos. Consciente, quizá, de que son los mismos que han marcado a tres generaciones.

60 años de Mortadelo y Filemón y 82 de su autor. ¿A quién le pesa más la edad?

Eso es tremendo, sí. La gente lo comenta: '¿Cómo aguantan estos tíos con 60 años?'. Entonces es cuando se paran a pensar y, ostras, si los personajes tienen 60… ¿Cuántos tiene el autor ya? [risas]. Los personajes no son superhombres, son como el autor. También tienen todas esas cositas de las hemorroides y la prostatitis.

El sulfato atómico fue la primera historia extensa de Mortadelo y Filemón. ¿Qué cambió desde entonces?

Fue cuando la editorial Bruguera se puso a ver lo que se publicaba fuera del país y pensaron que había que hacer algo parecido a lo que hacían los franceses o los belgas. Me dieron una cantidad de material para que yo lo mirara, repasara e imitara. De hecho, los volúmenes tenían todos 44 páginas, pero era una recopilación de varios episodios que salían semanalmente.

Si Mortadelo y Filemón hubieran pasado toda la vida igual, al final la gente se hubiera hartado de rollos. Había que variarlos continuamente para que no fueran siempre lo mismo. Por eso le metimos cosas de absoluta actualidad, para que al coger la revista también pudieras ver lo mismo que aparece por la tele, se lee en los periódicos o se escucha por la radio. Empecé con las Olimpiadas, hace ya la tira de años, y desde entonces vuelvo a ellas cada cuatro años. Luego se añadió también lo del fútbol, el dichoso fútbol. Cada cuatro años hago un extraordinario del Mundial y nadie sabe que en mi vida habré ido a verlo dos veces.

De los diferentes nombres propuestos, como Ocarino y Pernales o Lentejo y Fideíno, ¿por qué al final se quedó con Mortadelo y Filemón?

Me preguntaban si me volví loco para encontrar ese nombre, y yo les decía que me pasé semanas, meses, borrando y pintando. Qué va, todo mentira. A última hora es el personaje el que hace al nombre y no el nombre al personaje. En aquella época estaban de moda los títulos de las historietas con una especie de versito: Mortadelo y Filemón, agencia de información; Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio... Recordaban un poco a aquellas cosas que se hacían en la tele, en el llamado celuloide rancio.

Manuel Vázquez Gallego indicó en una entrevista que la idea de Mortadelo y Filemón y de que uno se pudiera disfrazar fue suya. ¿Es cierto?

No lo recuerdo en absoluto. Fue un detalle que se le puso a este personaje al principio para darle un poco más de vistosidad y variedad. Para hacer algún gag más en la historieta. No recuerdo que Vázquez interviniera en esto. Él suficiente trabajo tenía con hacer sus historietas, que tenían mucha coña. Para mí Vázquez ha sido uno de los historietistas con más gracia de este país, lástima que no quería trabajar. Hacía siete páginas y desaparecía siete meses, pero las que hacía de verdad eran un verdadero prodigio.

¿Por qué abandonó Bruguera?

No era solo el problema mío con Bruguera, sino el de todos los colaboradores con Bruguera. Decían que los personajes eran una especie de herramientas que prestaban a los dibujantes para que trabajaran, pero que las herramientas eran suyas. Nunca se llegó a un acuerdo, y al final cuando yo marché de Bruguera ya estaban de capa caída.

¿Llegó a trabajar 24 horas al día?

No solo 24 horas. A las 12 tenía que poner el reloj en la hora de Canarias para así tener más tiempo y trabajar hasta la hora 25 [risas]. Era un disparate.

Y por eso llegaron los autores apócrifos. ¿Qué piensa de los tebeos de aquella etapa?

En Bruguera todo se vendía y solo había producción, producción y producción. Uno hacía las cosas a lápiz, otro lo pasaba a tinta, otro hacía el color... El resultado era desastroso, porque cuando hay tantas manos al final es un caos puro. Quizá esa producción masiva de máquina también influyó en la caída de aquel gigante editorial.

Sin embargo, luego recuperó los derechos Mortadelo y Filemón. ¿Qué supuso para usted volver a aquellos personajes que le lanzaron a la fama?

Sí, llegué a tener un pleito con la antigua editorial. Al cabo de tres años, los del Grupo Z decidieron que había que dejarse de pleitos, de puñetas y tal, y me dijeron que fuera con ellos, que me devolverían a los personajes originales para trabajar tranquilamente. Después de tantos años de tira y afloja, todo terminó con un abrazo y diciendo: venga, vamos a trabajar. Luego Ediciones B fue adquirida por Penguin Random House y de momento aquí seguimos, hasta lo que dure.

En cuanto al público de Mortadelo y Filemón, ¿cree que tiene fecha de caducidad?

Ahora los críos se fabrican sus propias historias con todos los cacharritos que hay, las tabletas y teclitas para mover a sus personajes. Yo lo entiendo, es normal que esto ocurra, así se evitan tener que luchar contra esos bichitos pequeños y negros que son las letras. Actualmente no tienen que leer nada, lo que están diciendo los personajes lo oyen. De momento los críos van por ese camino. ¿Qué ocurrirá mañana? Pues no lo sé, no tengo ni idea. Igual saldrán historietas en el aire o en una columna de humo, vaya usted a saber.

Afirma que no toca el chiste político, ¿por qué?

No, yo cuando saco un personaje no es para hacer crítica social. Para eso ya están los chisteros de los periódicos, que son un montón y la mayoría magníficos. Ellos lo pueden publicar en consonancia con la actualidad, pero yo tardaría meses en meter cualquier político y cuando saliera la gente diría: 'Pero esto qué es, de qué habla este tío, si esto ocurrió ya en la edad de piedra'.

Pero sí que hemos visto caricaturas de algunos personajes, como Rajoy o Trump. ¿No hay ya cierta crítica en el hecho de dibujarlos y convertirlos en un chiste?

Se puede coger cualquier detalle que más o menos piense que va a durar. No una cosa determinada, sino en líneas generales. Como cuando salió el aumento del precio de la gasolina, que con eso no tenemos para meses, tenemos para años y años. O hablando del paro, que también va para largo. Pero las cosas puntuales de un día para otro son imposibles.

¿De qué se disfrazó Mortadelo para esquivar la censura franquista?

Hay quien siempre tuvo los censores encima y quien incluso pasó hasta temporaditas entre rejas. Pero claro, yo estaba con el papel delante, con un ojo puesto en lo que iba a dibujar y con otro en la oficina de censura para evitar que esa página pudiera venir devuelta con el espantoso lápiz rojo que te indicaba lo que tenías que modificar.  

En 13, Rue del Percebe había un Dr. Frankestein que se dedicaba a fabricar muertos, hasta que un día se les ocurrió a los de censura decir que eso no lo podría utilizar, que no podía ser porque el autor estaba ahí poniendo un personaje que fabricaba seres vivos y esto tan solo es posible para el “sumo hacedor”.

También experimentó otra situación de censura, en este caso más actual: cuando el Telediario de TVE se negó a cubrir el lanzamiento de El tesorero para no hablar de Bárcenas. ¿Estamos dando pasos atrás en lo que a libertad de expresión se refiere?

Creo que se retiró la publicidad con El Tesorero y tal. Pero mira, cuando se hace una cosa de estas, el resultado es todo lo contrario a lo que se pretendía. Cuando la censura se mete de por medio, lo único que consigue es que el público se lance más a comprar lo que sea. O sea, que hasta doy las gracias por casos como el de esta censura porque al final he vendido más.

¿La censura no ha sido eficaz ni con el libro Fariña?

Esas cosas me parecen tonterías, por lo que te decía antes. Al autor le habrán jorobado durante cierto tiempo al prohibirlo, pero ahora al volverlo a sacar le han hecho un favor, porque va vender muchísimo más. Esto para quien lo aplica es un arma de doble filo. Un arma que no tendría que aplicarse jamás, pero bueno, qué le vamos a hacer.

Imagine que Mortadelo y Filemón nacieran en 2018. ¿Añadiría o quitaría algo?

No, no, yo no les añadiría ni quitaría nada. Lo único que cambiaría de toda mi producción es el 13, Rue del Percebe. Aquella casa hoy no tendría sentido tal y como estaba hecha, habría actualizarla un poco. Hoy en vez de mercadito tendría que poner un supercentro, en lugar de un alquilado un okupa, y en vez de deudores sería el hacedor del banco. Una cosa se cambia cuando es un desastre, cuando no se vende y tal, pero cuando llega 2018 y estoy firmando 200 o 300 ejemplares por feria, cambiarlo sería una estupidez.

Han aparecido artículos y campañas de Change.org pidiendo el premio Princesa de Asturias para Ibáñez. ¿Qué supondría para usted dicho galardón?

Para mí el premio de verdad es cuando veo a aquel niño que viene a que le firme el librito, que me está mirando encantado con los ojos como platos pensando que está como con una especie de héroe y la madre le dice: 'Pero Pepito, ¿no querías decirle algo al señor Ibáñez?'. Pero Pepito no dice nada, está con aquellos ojos abiertos y se lleva el libro firmado como si fuera el tesoro más grande del mundo. Los premios oficiales o los certificados… yo tengo aquí un certificado que dice: 'Francisco Ibáñez está vacunado contra la viruela', ese es el único certificado que vale [risas].

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