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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El auge del porno trascendente

Stoya, fan de la ficción especulativa.

Lucía Lijtmaer

Tiene el cutis de porcelana, unos ojos seductores que encandilan y la risa cristalina como un arroyo. Su películas favoritas son Una mujer bajo la influencia de John Cassavetes, Pierrot le Fou de Jean-Luc Godard, y Stroszek de Werner Herzog. Solía tener un grupo de música industrial. ¿Es la chica de tus sueños? A lo mejor. Y además, es una estrella del porno.

Ya sabíamos que el porno había trascendido al mainstream hace tiempo, pero ahora parece haberse sofisticado. El porno es para listos. Para culturetas. Para gente molona. Y ya sea como causa o consecuencia, sus estrellas también. Los gustos de la chica del primer párrafo son de Sasha Grey, quizás la más evidente de las estrellas que han hecho una transición del gueto del porno a la cultura popular para todos los públicos.

Grey escribe libros inspirados en personajes del Marqués de Sade y hace películas con Nacho Vigalondo. También está Stoya, la diosa de la belleza que escribe para el New York Times y Vice, se declara fan de la ficción especulativa y lee Necrophilia Variations de Supervert en Hysterical Literature, un sugerente proyecto audiovisual que incluye orgasmos y lecturas. Y ahora, en España, tenemos a Amarna Miller, que dirige su propio material, es licenciada en Bellas Artes y es fan de Araki.

No se trata únicamente de que las estrellas estudien, escriban o tengan gustos refinados –anteriormente, ya existían Nina Hartley o Susannah Breslin quizás las más evidentes precursoras de esta generación-. ¿Por qué iban a ser incultas las pornstars de otras eras? La novedad, quizás, es que estos gustos se expliciten ahora como un reclamo para un giro contemporáneo: ahora el porno puede gustarte porque puede aspirar a ser trascendente.

Así, no se trata únicamente de sus protagonistas. La industria, además de ofrecer una ya clásica variedad en el consumo, se ha sofisticado en sus propuestas. Además de píldoras para fans de la literatura como Hysterical Literature, está el nuevo porno con argumento -llamado narrative porn-, dónde pasan cosas más allá del mete-saca, con películas como The submission of Emma Marx, una versión explícita con trama, argumento y ritmo de 50 sombras de Grey.

Hay blogs con crítica concienzuda sobre porno como Porno Gafapasta, dónde se examina la industria y sus personajes, e incluso se ha inaugurado una publicación académica exclusivamente dedicada al porno, nada más y nada menos que en la prestigiosa editorial Routledge, en la que se publica “la primera revista internacional -revisada por expertos académicos- dedicada a explorar críticamente los productos y servicios culturales designados como pornográficos”.

Revisando códigos éticos: la polémica

El porno como material sofisticado y que debe ser tomado en serio ha traído consigo una revisión de sus estándares y códigos éticos. Uno de los casos más significativos en la industria ha sido el de Axel Braun, uno de los más exitosos directores y productores del denominado porn valley -algo así como la meca del cine porno de Los Ángeles-. Braun comenzó a vetar a los actores menores de 21 años en sus rodajes, y declaró: “Después de 23 años en el negocio he llegado a creer firmemente que alguien de 18 años de edad, recién salido de la escuela secundaria, tiene una perspectiva completamente diferente de la vida de la que tendrá tres años más tarde, y yo sólo quiero darles tiempo suficiente para que tomen una decisión madura. Quizá no sea una decisión popular, pero es una decisión personal y es lo que mi conciencia me dice que haga. Simplemente no me siento cómodo grabando a menores de 21”.

También la anteriormente citada Stoya formó parte de un comité para la regulación del porno y un código de buenas prácticas, que incluía educación sexual pormenorizada y guías para que se tratara en todo momento de sexo consentido, entre otros temas. Pero Stoya y otras actrices han estado envueltas en polémicas, precisamente, cuando han expresado sus puntos de vista con respecto a su trabajo. La estadounidense tuvo que aclarar en Vice su objeción al uso obligatorio del preservativo en los rodajes que promueve la ley de sexo seguro en la industria del entretenimiento adulto del municipio de Los Angeles. El resumen: si es mi cuerpo, yo decido. Además, argumentaba que esos planes son un lavado de cara que nunca se implementan.

Más recientemente, Amarna Miller, que ha denunciado en muchas ocasiones las pésimas condiciones de trabajo en algunas ciudades del porno europeo, intentó establecer -con poca fortuna- la diferencia entre una actriz porno y una prostituta, ante lo que ella declaró “los peligros de ser considerada una prostituta”. La escritora feminista y exprostituta Leticia Roig rebatió en su blog los argumentos de la actriz, ya que, independientemente de las diferencias entre ambas profesiones, aclaraba, “(las trabajadoras sexuales) vivimos bajo el mismo estigma y luchamos por los mismos derechos.”

Pese al renovado interés por la discusión con respecto a la pornografía, el trabajo sexual y los gustos de sus intérpretes, es necesario aclarar que este sigue siendo algo minoritario. Las palabras más buscadas en relación al porno online en EE UU son “MILF” y “adolescente”. Cuando sea “porno + Proust” quizás podamos hablar de cambio de tendencia.

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