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A favor y en contra de Eurovisión: ¿oda a la diversidad o dinero perdido?

A favor y en contra de Eurovisión

Mónica Zas Marcos / Cristina Armunia Berges

Tuvo que llegar Spotify a decir lo que muchos españoles no confesarían en voz alta. La plataforma de música ha anunciado que nuestro país es el más obsesionado con Eurovisión según sus datos de escucha. No sorprende que el festival del Viejo continente sea visto como un placer culpable. Hace tiempo que la calidad musical no es el móvil que congrega a millones de personas alrededor de un televisor, al menos en España.

Superada la fiebre triunfita, la selección de los concursantes no es más que un proceso anodino y carente de interés. Sin amores escondidos ni cantantes capaces de representar el orgullo patrio al son de Europe's living a celebration, se acabaron los preliminares. Ahora la audiencia española se sienta solo el día de autos para descubrir al freak del año y beberse un chupito cada vez que José María Íñigo dice “estos tampoco nos dan nada”.

El barcelonés Manel Navarro es nuestra última apuesta para intentar superar el batacazo del año pasado. Muchas camisas hawaianas y “buen rollo”, como dice el joven cantante, que explotarán el fenómeno boyband en el escenario de Kiev. Su canción Do it for your lover es una “oda a la Nada”, en palabras de unos colegas, pero al menos sus rizos rubios recuerdan a los buenos tiempos de Eurovisión. Resumido el panorama, ¿eres Eurofan o Euroescéptico?

De vez en cuando podríamos dejar de ser entes puramente críticos y darnos un poco de espacio para la contradicción. El Festival de Eurovisión representa para muchos de nosotros una de esas grandes contradicciones. Cuando una persona adulta reconoce ante sus congéneres que está deseando que llegue el sábado porque ha quedado con amigos para ver Eurovisión, puede ser un momento verdaderamente vergonzoso o el inicio de una nueva amistad eurovisiva.

La gala reunirá a cientos de grupos de amigos y de familias alrededor de una televisión y esto es algo que muy pocos contenidos son capaces de lograr hoy en día. Eurovisión tiene un factor social, muy parecido al del fútbol, que te aleja del aislamiento de la multipantalla para que vuelvas a interaccionar con la gente que tienes cerca.

Además de conservar este factor social, Eurovisión se ha ido haciendo más divertida gracias a las redes sociales, que permiten que todo un continente tuitee la gala al unísono y también descubrir la faceta eurofan de personas que jamás imaginarías. Incluso políticos y presentadores se suman a comentar la gala, ¿por qué nos íbamos a avergonzar nosotros?

Eurovisión es una ocasión perfecta para disfrutar del folclore de los países del Viejo continente. Vestuarios imposibles, puestas en escena de lo más bizarras, curiosos instrumentos o la fusión de músicas tradicionales con el autotune más actual son algunas de las razones por las que merece la pena ver el certamen. Arte por arte, ¿qué importa que los países del Este se voten entre ellos si puedes ver a una banda de heavy metal aterrando a todo un continente?

En ningún otro concurso (por llamarlo de alguna manera, disculpen los puretas) un grupo de abuelas rusas podría aparecer en el escenario para cantar una extraña canción cuya coreografía consta de dos movimientos básicos: ellas balanceándose de un lado a otro y ellas haciendo pan. Maravilloso.

Otra de las cosas por las que merece ver Eurovisión e incluso defenderlo es porque, desde hace años, es una plataforma europea desde la que se defienden los derechos del colectivo LGTB. Aparte de ser una fiesta de luces y colores, la gala dio voz a mujeres trans como Dana International, que se llevó el concurso en los 90 en un hito impensable hasta ese momento.

Eurovisión también combate la ideología ultraconservadora de Rusia, que en esta edición no participa por sus conflictos con Ucrania. El año pasado, el cantante gay Sergey Lazarev hizo temblar a Putin y a sus leyes homófobas ya que estuvo a punto de ganar Eurovisión. Si esto hubiera pasado, la gala de este año tendría que haberse celebrado en territorio ruso.

Y, por último, una oda a los frikis. “El chiki-chiki mola mogollón, lo bailan en la China y también en Alcorcón”. Esto es poesía para los oídos del eurofanático común. En el momento en el que arranca la noche todo vale y eso también tiene su gracia. Que Rodolfo Chikilicuatre consiguiese los votos suficientes para participar en este certamen fue uno de esos momentos mágicos que solo es capaz de lograr un formato como este. ¡Todos somos contingentes pero el frikismo es necesario!

Eurovisión ha degenerado en un esperpento del que no desean formar parte ni nuestros cantantes más conocidos. Es normal que buena parte de los españoles tampoco quieran contribuir con dinero público.

No ayuda que la suma invertida sea un misterio que RTVE se niega a revelar. Ni siquiera con la justicia de nuestro país apretándole los grilletes. Por eso, cuando la corporación pública dice que “la gala cuesta diez veces menos que muchos programas de ficción”, al ciudadano medio le entra la risa. Lo único que se conoce es que España paga una cuota de 356.000€ solo por participar en el festival. Un buen pico que muchos preferirían que no fuesen invertidos en dar vergüenza ajena.

He aquí la gran paradoja del concurso. Sobre el papel sirve para unir a toda Europa en un solo latido rítmico y dar conocimiento del folclore de cada país. Precioso. Pero Eurovisión hace años que no responde al oído musical ni a la apertura cultural.

Le han crecido los enanos en forma de frikis, que estaría estupendo si todos los países hiciesen un pacto para mandar al rarito más simpático. Pero hay quienes todavía se lo toman en serio. Así que Eurovisión se ha quedado en una tierra de nadie entre la horterada y los que buscan sacar el próximo hit del verano.

Reconocemos que eso puede tener tirón. Que, en el sentido recreativo de la palabra, es un producto rápido (salvo por ciertos momentos eternos de la gala) y de fácil digestión. Pero tampoco parece un argumento de peso cuando la audiencia ha caído en picado en la última década. 4.300.000 personas siguieron la gala del año anterior y, aunque no parece una mala cifra, queda lejos de la media europea. De hecho, mientras que la cita goza de buena salud en todo el continente, solo pierde eurofans en España. Este puede ser un dato de tu interés, RTVE.

A estas alturas ya podemos pensar que Eurovisión es un placer culpable demasiado caro para que lo disfruten cuatro millones de personas. Este desinterés se nota en nuestras puestas en escena, en los artistas enviados y en los escasos preliminares. Una posible razón por la que España encabeza la cola del ránking año tras año. La otra es el “voto político”, pero ese es un debate diferente.

La conclusión es que nuestro país podría permitirse abandonar el festival sin ninguna repercusión. Las reuniones de colegas no necesitan tres horas de desfile de los horrores y humillación pública. Al menos no en España, donde podemos tomarnos unas cervezas con amigos sin que RTVE nos meta la mano hasta el fondo del bolsillo.

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