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La Bauhaus es centenaria pese al odio de los nazis a su “bolchevismo cultural”

El grupo 'The bauhauschapel' durante un concierto celebrado en Dessau en 1930

Aldo Mas

En 1932, el estudiante japonés Iwao Yamaki inmortalizó con un collage fotográfico el cierre de la Bauhaus en Dessau (al este de Alemania), la escuela fundada en 1919 por el arquitecto Walter Gropius. El ataque contra la Bauhaus, como se titula la imagen, representa a un grupo de nazis que caminan sobre la fachada del edificio obligado a clausurar. Sin embargo, no era la primera vez que la academia se veía forzada a cerrar sus puertas. 

Gropius fundó esta escuela de arquitectura, diseño, artesanía y arte hace cien años en Weimar, a unos cien kilómetros al sur de Dessau. Y, precisamente con motivo de su centenario, a partir del miércoles y hasta la última semana de este mes, Alemania se vuelca con un festival artístico multidisciplinar en su honor.

Celebrada en la actualidad, la Bauhaus fue en su día muy malquerida. De Weimar, la ciudad en la que nació, tuvo que marcharse en 1924. La escuela fue víctima de la persecución a la que la sometieron las autoridades locales. Y entonces los nazis no sumaban en las elecciones generales el millón de votos, pero el nacionalismo conservador ya perseguía en aquella época la literatura comunista, algo que los más reaccionarios en la entonces República de Weimar temían se cultivara en las aulas de Gropius y compañía. 

No en vano el propio Gropius, que dejó la dirección de la escuela en 1928, diría que pasó el “90%” de su tiempo defendiendo a la Bauhaus de sus enemigos. La escuela no pudo permanecer abierta ante la hostilidad que generaba entre los más conservadores de su época. En Dassau, los nazis, al poco de hacerse con el poder local, cerraron la escuela, inspirando el mencionado collage de Yamawaki. 

La institución recaló entonces en Berlín. Pero en abril de 1933, apenas tres meses después de que Adolf Hitler se hiciera canciller, la Gestapo entró en las instalaciones berlinesas de la Bauhaus para cerrarla definitivamente. El diario Anhalter Tageszeitung celebró la “desaparición del suelo alemán de uno de los lugares más prominentes entre las manifestaciones artísticas del arte judío y marxista”.

La Bauhaus estaba comprometida con la reforma social y la transformación de la vida moderna. Gropius, aunque nunca lo tuvo fácil para persuadir ni en su propia escuela, priorizaba el trabajo colectivo y en comunidad entre los creadores. 

Su sucesor al frente de la Bauhaus fue un “marxista científico” confeso, como era el urbanista y arquitecto suizo Hannes Meyer, quien también impartió cursos de arquitectura en la Bauhaus. A Meyer le sucedió, en 1930, el también arquitecto y diseñador industrial Ludwig Mies van der Rohe, alguien más elitista y dispuesto a ceder en algunos aspectos a las crecientemente populares ideas de orden y mano dura con los aprendices de la escuela. 

Sin embargo, la Bauhaus se había forjado una merecida reputación de adversaria entre nacionalsocialistas. Era “bolchevismo cultural”, decían los nazis. Así, Mies van der Rohe no evitó el cierre de la Bauhaus. Fueron más relevantes las ideas promovidas por Gropius y compañía que la impronta que él quiso dar a la escuela.

En el equipo docente de la Bauhaus hubo grandes figuras de lo que el III Reich consideró “arte degenerado”. A saber, genios como Paul Klee, Wassily Kandinsky o László Moholy-Nagy. Estos artistas se encuentran entre los creadores de vanguardia a los que Hitler persiguió. Muchos de los prominentes nombres de la Bauhaus acabaron en el exilio. 

En Estados Unidos concretamente, Gropius recalaría en la Escuela de Diseño de Harvard, una posición de prestigio desde la que siguió defendiendo su idea de lo que debía ser el arte. En su opinión, las artes debían estar al servicio de la modernidad e implicadas con su tiempo. Las suyas eran ideas racionalistas, enemigas del romanticismo cultivado por Hitler y el nacionalsocialismo. Que él y otros maestros de la Bauhaus siguieran dedicados a la promoción de sus enseñanzas fuera de Alemania explica también que su movimiento artístico sobreviviera al III Reich.

Artistas represaliados por Hitler

A diferencia de los más afortunados, como Gropius, Moholy-Nagy, quien también se haría docente en Estados Unidos - en el Instituto Tecnológico de Chicago -, o Mies van der Rohe - que hizo lo propio en el Instituto Tecnológico de Illinois -, muchos maestros de la Bauhaus terminaron siendo víctimas del nazismo. En el campo de exterminio de Auschwitz, perdieron la vida creadores asociados a la filosofía de Gropius como la húngara Otti Berger, la austriaca Friedl Dikcer-Brandeis o la alemana Lotte Mentzel, todas de confesión judía. 

Sus nombres figuran entre el más de medio centenar de estudiantes y profesores de la Bauhaus que fueron represaliados, asesinados, encarcelados o enviados a campos de concentración por el III Reich. Se les acusó de ser comunistas o judíos.

La Bauhaus, sin embargo, sobrevivió a los nazis. Y tanto. La historiadora del arte estadounidense Ariella Budick, crítica del diario británico Financial Times, apunta que “el espíritu de Bauhaus merodea”, sin ir más lejos, en los pasillos de IKEA, compañía sueca que ha democratizado hasta cierto punto esa idea de “diseño de lujo a precios populares” con la que se identifica a la centenaria escuela alemana.

Al margen del gigante sueco de los muebles, Alemania se vuelca ahora en su particular homenaje a la Bauhaus, que cumple 100 años reivindicando su vigencia. Lo hace, además, contando con el apoyo unánime del espectro político. La ministra alemana de cultura, la conservadora Monika Grütters, invita en el programa del festival con el que se celebra el siglo de la apertura de la Bauhaus a “recordar su historia, a enseñarla y a investigar lo que pueda tener que decirnos hoy día”. 

Hasta en el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) los hay dispuestos a defender el legado de la Bauhaus. “La Bauhaus es patrimonio cultural mundial. Alemania necesita la Bauhaus”, se ha escuchado decir a los responsables de esta formación en Dessau. Un siglo después de su apertura, las ideas de Gropius y compañía han terminado conquistando a reaccionarios como los que en su día les hicieron la vida imposible en Alemania.

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