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Entrevista
Escritora y filósofa

Elizabeth Duval: “Es difícil sostener discusiones serias sobre lo trans cuando no existen las condiciones para ese diálogo”

Elizabeth Duval. Foto: Hannah Waheed.

Clara Giménez Lorenzo

1 de marzo de 2021 21:59 h

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“He aquí un ensayo sobre necesidades, contingencias, errores en la delimitación, gilipolleces ajenas y propias... y un sentimiento generalizado de estar hasta el coño”. Así define Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) su último libro, el tercero publicado en un año. La carrera de esta escritora residente en Francia despegó en febrero de 2020 con Excepción (Letraversal), un poema largo sobre las calles ardientes de Barcelona publicado apenas unas semanas antes que Reina (Caballo de Troya), la novela que da cuenta de los primeros meses de Duval en París, donde continúa estudiando Filosofía y Filología Francesa en La Sorbona. 

“Yo creo que escribo porque nunca podré ser madre biológica”, afirma en los prolegómenos de Después de lo trans: sexo y género entre la izquierda y lo identitario (La Caja Books). Es una de las pocas concesiones sobre sí misma: en este ensayo de casi 300 páginas no hay interés por escribir desde la experiencia, por envolver las palabras con una identidad que, según remarca la propia autora, lleva años siendo capitalizada por los medios —ha sido una de las caras visibles de las infancias trans, pero no es activista, incide desde que publicó su primera obra—.  Después de lo trans posee una vocación mucho más académica que divulgativa, es el intento de establecer una panorámica sobre lo trans que no duda en cargar contra ciertos sectores del feminismo o en poner en cuestión algunos postulados de la teoría queer.

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Cita a Aixa de la Cruz y dice que en la escritura hay que abandonar la impostura de lo masculino y apela a una forma diferente y rigurosa de escribir ensayo. ¿Cómo se encarna esa forma diferente y rigurosa, según sus propias palabras, en Después de lo trans

Otra de las cosas que digo es que la escritura femenina no puede ceñirse a los marcos del feminismo de la diferencia, que hablan de lo femenino a través de las sustancias corporales o como una nebulosa, algo muy en la línea de la escritura del cuerpo que ha sido relevante los últimos años en editoriales como la La Bella Varsovia. Pero creo que la clave está en la división que se ha establecido a nivel mercadotécnico según la cual al ensayo escrito por hombres se asocia al rigor, no está contaminado por ninguna subjetividad, mientras que el ensayo femenino se asocia a una cosa más autobiográfica y autorreferencial, un poco en la línea de Los argonautas de Maggie Nelson o Expuesta de Olivia Sudjic.

Yo quiero intentar salir de esa especie de dicotomía. Tampoco creo que Después lo trans sea particularmente rompedor dentro de lo formal, pero no quiere estar categorizado dentro del ensayo femenino o intimista. Rehúye de esa apelación a la vivencia de lo personal: el ensayo no tiene casi nada de íntimo, aunque el tema lo sea. Esa frase, la de dejar de escribir con la impostura de lo masculino, expresa más un deseo que una realidad. Al fin y al cabo, en el ámbito de lo literario, por más que vayamos en contra de ello, la mayoría de los referentes vienen de un cierto canon masculino y es muy difícil escapar de esos términos. Hay muchas autoras que están referenciadas dentro del ensayo, pero salir de esas dicotomías es muy difícil. 

“Para existir como sujetos con voz dentro de la sociedad de libre mercado y del marco de las democracias liberales, las personas trans deben constantemente estar hablando de sí mismas y de su condición de ser trans, produciendo discurso sobre aquello que articula su identidad”. Concibe esta autorreferencialidad como una paradoja a la que usted misma se enfrenta al producir discurso en estos términos. Después de publicar un libro sobre lo trans, ¿cuáles son las posibilidades de trascender este lugar de enunciación?

Creo que es muy complicado. Recuerdo, por ejemplo, una entrevista para un medio catalán en relación a Excepción, que además es un libro que trata sobre las revueltas después del procés en Cataluña, y que ese medio titulara con “el género no se abolirá”. Otra de las motivaciones para escribir Después de trans también era poder dejar de hablar sobre lo trans: que me dejaran tranquila. Ha llegado en buen momento, pero yo no podía preverlo, no tenía información privilegiada de que la Ley Trans iba a empezar su trámite. Intentar salirse del microgueto es a veces contraproducente para quien lo hace, porque el espacio reservado para ti es ese. Es decir, aunque te indigne, es mucho más fácil, por ejemplo, si eres mujer y escritora, aceptar actos en el 8M o si eres LGTBI alrededor del Orgullo, porque es cuando te dan un poco de espacio y, claro está, de dinero. Mi aspiración es poder decir no sabe, no contesta, dentro de seis meses. 

Su ensayo surge “de un sentimiento generalizado de estar hasta el coño”. Desde diciembre, cuando lo terminó, la situación se ha tensado aún más en el feminismo a raíz de la Ley Trans. Usted misma lo vive constantemente en redes sociales o al participar en programas como PlayZ. ¿En qué punto del debate nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos? 

Ahora, con el proyecto de la Ley Trans, la situación está más enconada y más tensa que nunca. Un libro sobre lo trans nunca va a vender tanto como ahora, claro, pero para lo que plantea, que es un análisis un poco más sosegado o reposado, realmente es el peor momento: es muy difícil ahora mismo sostener diálogos o discusiones serias sobre lo trans cuando no existen las condiciones para que realmente se de ese diálogo. Lo máximo que se puede hacer en la actualidad es dialogar con las personas que tengan dudas o reticencias, pero que no se acerquen a ello desde posturas consumidas por el miedo o el odio. Creo que las habrá, aunque no sea la gente más visible en las redes sociales. Lo que más funciona en redes es lo más virulento, he visto campañas de ataques muy sostenidos durante muchos días. Sí que creo que eventualmente eso cesará.

“Lo he dicho ya en algunas ocasiones: el colectivo trans no existe”. Una de las tesis desarrolladas en su libro es la incongruencia de lo trans. ¿Cómo cree que va a ser recibida esta formulación dentro del activismo y la academia? Si el colectivo trans no existe, ¿cómo nombrar y definir ciertas luchas y problemáticas? 

De igual manera que, incluso dentro del feminismo filosófico, hay un momento en el cual se habla de una identidad estratégica mujer. Creo que puede existir tal cosa como una identidad estratégica trans a nivel político aunque la coalición que la forme o lo que son las personas trans sea incongruente, no se sostenga a nivel conceptual o sociológico; al fin y al cabo, nuestra definición más corriente de lo trans es hacer una inquisición hipócrita sobre lo que cada persona tiene entre sus piernas. A nivel político puede funcionar. Creo que la mía es una tesis que puede ser interpretada desde lo queer, no está en esto tan alejada de posicionamientos como los de Paul B. Preciado, en cuanto a que lo queer no es una identidad sino un cuestionamiento de la congruencia y de los fundamentos de las identidades. A nivel activista o político no cambia mucho, pero desde lo teórico se puede hacer una taxonomía de las distintas realidades que nombra lo trans. Creo que esas categorizaciones son interesantes para un momento posterior a la Ley Trans en el que se puedan debatir las elaboraciones más puramente teóricas. 

Dice que nadie escribe para hacer amigos y ciertamente no los hace, como evidencia su intercambio de emails con Paul B. Preciado. Es muy interesante su puntualización sobre la falta de mujeres trans en la teoría queer española, en la que destacan nombres como Lucas Platero o Miquel Missé, a lo que Preciado le responde que es diferente en otros países. ¿Opina que esta ausencia ha influido a nivel de producción teórica en la academia española?

Creo que se debe a coordenadas sociológicas que hacen también que muchas mujeres trans, sobre todo mayores, se hayan visto más vinculadas, por ejemplo, al activismo relacionado con la prostitución en lugar de al activismo trans. No sé qué huecos deja eso dentro de las elaboraciones teóricas de lo trans. Muchas veces se diferencia entre trans studies y teoría queer, porque lo queer mayoritariamente no se ha ocupado de las personas trans; muchos libros de teoría queer no mencionan a las personas trans. Esto me parece una de las cosas más locas del debate actual: se habla de lo queer como vinculado inexorablemente a lo trans cuando lo queer no habla de lo trans. Pese a lo que haga Paul B. Preciado, cuya producción es más francesa, o Miquel Missé, España tampoco ha sido nunca un país puntero en elaboraciones teóricas de lo trans.

En cuanto a la constitución de un sujeto no binario, subraya la escisión de un tiempo presente y un tiempo futuro —una utopía a la que el sujeto no llega— . Afirma, contraria a Preciado o Butler, que no cree en un futuro donde el género se convierta en una lengua muerta. En este sentido, Después de lo trans puede interpretarse como un libro pesimista en lo relativo a la construcción de las identidades no binarias. 

Muchas veces se habla del género masculino y femenino como si todos los roles y comportamientos fueran en un bloque monolítico. Yo creo que la androginización de las sociedades posibilita la existencia de las personas trans y que la construcción de la identidad de los individuos se toma de una forma mucho más maleable, estos roles son maneras de percibirse y ser percibidos. Si categorizamos que el género es una manera de hacernos inteligibles para el otro, es una serie de sujeciones que además son heredadas por la historia, me parece difícil concebir su desaparición absoluta. 

Los roles de género han variado a lo largo del tiempo: podrá desaparecer su componente opresivo, pero no se podrá abolir el recuerdo de las categorías o de toda división binaria. Paul B. Preciado dice que en diez o veinte años va a desaparecer la epistemología binaria del género: a mí me parece una cosa muy fantasiosa, y más si en el caso español uno de los partidos con más apoyo entre los jóvenes es Vox. No toda la juventud quiere que desaparezcan todas las etiquetas: esa aspiración ya la hemos visto en generaciones anteriores y no ha sucedido. Creo que seguirá ese proceso de adaptación o elasticidad, pero sin que lleguemos a una sociedad posgénero. 

Por último, en el epílogo-político moral da cuenta de su pensamiento político, y hace un llamamiento a la izquierda: la izquierda en la que cree debe combatir la bastardización de los términos material y materialista, luchar por los afectos y los vínculos. Dice que no tiene por qué llevar el nombre de izquierda, pero es necesario que quienes sean interpelados por ella puedan reconocerla desde fuera como tal. En el momento político actual y ante un futuro donde, como dice, se extiende la sombra del fascismo, ¿cómo sería posible esa reformulación? 

Muchas veces, a pesar de las buenas intenciones, las realidades políticas son otras, y en ese sentido también soy pesimista. Una de las cuestiones centrales para que no acabe sucediendo ese auge de la extrema derecha tiene que ver con los sentimientos de lealtad compartidos: la noción de la justicia como lealtad mayor que extraigo de Richard Rorty. Una de las críticas más evidentes de la actualidad es que mientras estemos ocupados en arrancarnos las cabezas no pueden forjarse esas lealtades compartidas. Una de las consecuencias de la evolución de formaciones políticas como Podemos ha sido precisamente el ir dejando atrás a mucha gente, también a intelectuales que formaban parte de ese espacio, y quedarse con una posibilidad electoral mucho menor de lo que pudo haber sido. Eso implica una fatiga, lidiar con un desencanto y una decepción que lo hace todo mucho más complicado. 

En términos de intentar reformular la izquierda estamos mucho peor ahora que hace cinco años. Lo que yo exhibo dentro de eso son algunas formulaciones, aunque también me rehúso a postular que si la izquierda siguiera lo que digo en el epílogo sería victoriosa. La clase trabajadora no necesariamente, porque se haga apelación a ella, va a votar a la izquierda o no se vota meramente en función de los intereses. Debe haber maneras de recoser estos espacios que ahora se encuentran tan divididos. Pienso en Daniel Bernabé con aquella cantinela de que la izquierda se equivoca porque no apela a la clase obrera: todo es mucho más complicado que eso, aunque admita y postule el rol fundamental de la dominación capitalista en relación a las otras dominaciones. Pero difiero radicalmente en las respuestas. El enésimo libro de Bernabé no va a resolver la cuestión de la izquierda, el mío tampoco va a hacerlo, y no creo que sea la labor del análisis teórico. Ahora estoy en una fase muy hippie (risas), porque creo que es el amor, el otro, los afectos, lo que nos salva. 

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