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'Armados de locura' de Mary Butts, la enigmática novela de una olvidada contemporánea de Virginia Woolf

Mary Butts fue una escritora de vida agitada, entregada a la creación literaria y con convicciones feministas

Ignasi Franch

Mary Butts fue contemporánea de Virginia Woolf, la autora que reclamó un espacio para escribir (Una habitación propia) y dinero (Tres guineas) para garantizar una mínima soberanía de las mujeres. Tuvo una vida notablemente agitada en el plano sentimental, pero consideraba que la creación era una parte principal de su vida.

Por ello, consiguió producir una obra literaria y crítica considerablemente extensa que no siempre pudo publicar por las temáticas (como el amor lésbico) que abordaba. La herencia de su padre, que le facilitó una renta desde los 21 años, allanó parte de un camino difícil.

Para empezar, la escritora de Armados de locura era una mujer bisexual. Durante la I Guerra Mundial, sobre todo, se manifestó como socialista. También mostró su feminismo a lo largo de toda su vida. En sus diarios, destacó los nuevos y coyunturales espacios de libertad que la Gran Guerra proporcionó a las mujeres que habitaban la retaguardia, después de la masiva movilización de hombres. Ella apostó por el pacifismo y estaba casada con el escritor, editor, pacifista y objetor de conciencia John Rodker.

Las estancias de la autora en el París de los artistas facilitó que los aspectos más potencialmente polémicos de su vida no se convirtiese en el yugo que tuvieron y tienen que sufrir personas afincadas en otros entornos sociales y culturales. Compartió charlas y drogas con creadores como Jean Cocteau, el ilusionista de la poesía y las artes visuales, conoció al músico George Auric o a la bailarina Isadora Duncan. Formaría parte del ambiente creador de su época, como escritora, como interlocutora y también como crítica literaria. E incluso fue discípula de los magos Philip Heseltine y Aleister Crowley, de quienes se terminaría alejando.

Quizá la cercanía desde niña con los grabados del polifacético poeta maldito William Blake, de quien el abuelo de Butts había sido mecenas, inoculó en la autora unos intereses que abrazaban la mitología grecolatina, el material bíblico o los cultos más heterodoxos de Crowley y compañía. Finalmente, decidió que su magia sería la literatura, entendida como una creación libre de los corsés de las convenciones más estrechas. Años después, la escritora se convertiría al anglo-catolicismo.

Lo bello y lo inquietante

Incluso en su país de origen, la escritora fue cayendo en el olvido a medida que desaparecieron los artistas y críticos contemporáneos que apreciaron su obra. Su muerte prematura a los 47 años tampoco contribuyó a la preservación de su legado. Las reediciones fueron teniendo lugar ya en las últimas décadas del siglo XX, con espaldarazos como la inclusión de Armados de locura en la colección de clásicos modernos de la editorial Penguin. En España, en cambio, hemos tenido que esperar hasta ahora para ver publicada por Hermida Editores una traducción de esta misma novela.

Armados de locura trata de las vidas de un grupo de amigos y amantes que viven a caballo entre la cosmopolita Paris y su Inglaterra natal. El estadounidense Carston, un invitado procedente también de Francia, cumple una cierta función de álter ego del lector, al introducirse (e introducir a la audiencia) progresivamente en la poco convencional vida de los hermanos Taverner y sus invitados, en sus intrincadas redes de atracciones y frustraciones.

Cuando escribió Armados de locura, Butts ya había abandonado las liturgias mágicas de Crowley. Eso no quería decir que la autora renunciase a su cuota de sublimidad. Lo sublime, entendido a la manera romántica como algo bello e inquietante, sobrevuela el libro. Lo hace a través de la importancia del paisaje. Y también a través de la manera de afrontar los secretos de la psicología. Butts pudo beber de las teorías de Freud y Jung, pero no sintió la necesidad de encerrar a sus personajes en un arquetipo, en una cárcel diagnóstica. Los psicoanalistas se mostraban más deseosos de cerrar sus relatos que la narradora Butts, que deja más de un enigma en el aire.

Armados de locura suele considerarse la narración más vanguardista de su autora. No obstante, es una novela con una trama reconocible, aunque explicada de manera algo alusiva, no del todo clara, con las libertades propias del modernismo literario. Está fuertemente centrada, además, en los personajes y su mundo interior no del todo explicable ni comprensible. Es una sugerente novela y enigmática de cotidianidades enrarecidas con gotas de misterio. La expansión de la narración convencional llega a través de una prosa estetizante, libre, y de ese enfoque inhabitual de la representación de los personajes y de sus acciones.

No faltan diversos hilos de tensión romántica. Carston se siente atraído por su anfitriona, Scylla Taverner, a pesar de no entender la red de relaciones de los cinco amigos, y aunque conoce que ella se está acostando como mínimo con uno de ellos. Al menos, no conoce los rumores sobre orgías colectivas que revela un personaje secundario en este extraño, apaciblemente turbulento, drama de jóvenes diletantes a la búsqueda de algo trascendente, de algo que les rescate de la rutina y el tedio.

El elemento propulsor de la trama remite a los intereses de la autora por las culturas antiguas, y a su renovado interés por el cristianismo. Si las cosas no eran suficientemente extrañas en el hogar de los Taverner, tres amigos aparecen con un cáliz cuyas formas y cuya forma de hallarlo remite al Santo Grial de la última cena de Jesucristo y de las novelas artúricas. Los personajes reaccionan con una maraña de sentimientos encontrados: admiración, escepticismo, espíritu lúdico...

¿Puede haberse librado el misterio definitivo a estos chicos precisamente sedientos de que ocurra algo significativo en sus vidas? Todo ello forma parte del núcleo de la obra de Butts, aunque finalmente lo principal parece su interesantísima manera de dar una forma literaria libre a la descripción de las relaciones humanas. Porque el enigma, a veces (¿o siempre?) está en nuestro interior, en la impenetrabilidad de saber qué está pensando la persona que tenemos al lado mientras está haciendo algo. Y porqué lo hace.

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