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Mónica Naranjo, la “choni hortera y agresiva” que no necesitó caer bien para triunfar

Mónica Naranjo en la gala del Día de la Región de Murcia en 1998

Laura García Higueras

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“Mónica Naranjo no provocó la liberación del colectivo gay, de las chonis o de la cultura de barrio en general. Mónica fue el resultado de las ganas que tenía toda esa gente de encontrar un referente”. Ese público logró su objetivo pese al prejuicio y rechazo de la crítica e industria discográfica española: convertir el disco Palabra de mujer en un fenómeno que encumbró a la cantante como la “gran diva” que le faltaba –y necesitaba– el país en 1997.

Analizar la forma en la que el álbum pop consiguió representar unos cambios que ya estaban ocurriendo es uno de los cuatro pilares de Apriétame más fuerte. El año en que Mónica Naranjo desató a un millón de chonis, maricas y marujas (Lengua de Trapo), el ensayo en el que el periodista Juan Sanguino desgrana cómo la catalana dio forma a un público nuevo que ningún ejecutivo de las grandes productoras supo vaticinar.

Ante todo, y así lo explica el autor de otros ensayos como Generación Titanic (2017) o Cómo hemos cambiado (2020) en su nuevo libro, “es un relato sobre el poder”: “El poder del colectivo gay que, en cuestión de años, pasó de estar desposeído a ostentar un capital socioeconómico, cultural y político sin precedentes”. Pero también el de las mujeres a las que llamaron “chonis” —en relación a su estética y a su clase social— de manera peyorativa. Un tipo de imagen que la cantante subvirtió al apropiarse de ella. “Al salir de sus barrios se encontraron con una sociedad obcecada en neutralizar, mediante la ridiculización, cualquier atisbo de autoridad que pretendieran alcanzar”, escribe el periodista sobre el prejuicio que Naranjo reventó.

Este relato de poder apela igualmente al de “la industria discográfica, las radios, la prensa y el de todos los que rodeaban a Mónica e intentaron utilizarla para sus intereses particulares”. Y, por encima de todo, el de un disco que “puso banda sonora a una revolución que estaba ocurriendo en los márgenes, porque la música de Mónica Naranjo ayudó a desatar una España harta de que la apretasen”. Para el libro, en el que sí ha contado con los testimonios de figuras como el que fuera el mánager de la protagonista, José Luis Gil –representante de otras bandas como Locomía– no aparecen declaraciones de Naranjo a la que, pese a que se le propuso colaborar, terminó declinando la propuesta.

El ensayo rasga las vestiduras de una estructura que dependía, como describe Sanguino a este periódico, de “señores que habían nacido en los años 30 y 40. Venían del franquismo y sus prácticas consistían en apretones de mano, aprovecharse de los artistas y no respetarles. Eran chanchulleros. Hombres que estaban en este negocio como podrían haber estado en el de la construcción de pelotazo urbanístico”. En este mar de tiburones, las trayectorias laborales consistían en “echarle morro” y llegar a lo más alto posible con la “colaboración silenciosa de las esposas, que no tenían más remedio que ejercer de arma de casa”.

La misoginia era la norma. Uno de los testimonios que lo atestiguan es el de Jennifer Ces, quien fuera directora artística de Sony, que recuerda que en una ocasión llegaron a pedirle que escribiera una carta a una cantante pidiéndole que adelgazase. Ella se negó porque le parecía “denigrante”: “El director del sello entró en mi despacho. Cerró la puerta, tiró la silla al suelo y me dijo que no valía ni para puta”.

Romper con una cultura acomplejada

Antes que a Mónica, se había intentado alzar a Marta Sánchez como la diva española, pero no cuajó. “Marta Sánchez quería que la respetasen, a Mónica le daba igual. Lo que ella quería era provocar cualquier reacción. Y esa falta de miedo es una parte muy importante de Palabra de mujer. La creamos entre todos. Es el resultado de que lo deseáramos con tanta fuerza. Nos la imaginamos tanto que se acabó haciendo realidad”, defiende Sanguino.

El camino no fue fácil. Antes del exitoso título, la cantante ya tenía un disco en el mercado que había sido un fracaso y que le llevó a buscarse la vida en México. Esto solo aumenta el mérito del segundo, tras su regreso por cómo “tuvo el poder de despertar a la gente y hacerles sentir que pertenecían a una comunidad. Que pudieran dejar de escuchar música a escondidas en su habitación”.

Lástima que esto no quiera decir que su sello, Sony Music, recurriera al público gay en una apuesta por la diversidad. “No lo hicieron porque creyeran que era lo correcto, fue por desesperación. Nadie cogía el teléfono a Mónica, todo el mundo consideraba que gritaba demasiado, que era una hortera, una choni, una mujer muy agresiva porque no entraba en los cánones de lo que era la cantante simpática, afable y un poco sumisa que se llevaba en la España de los noventa. Provocaba rechazo”, describe el experto en cultura pop. Sin embargo, en México había demostrado que dentro de este tipo de público, “en cuanto movía un dedo, para ellos era como estar viendo a la Virgen”.

A nivel discográfico, todo jugaba en su contra. Sanguino achaca el problema a lo “vergonzosa y pudorosa” que es España y lo “acomplejadas” que estaban la industria y la cultura mainstream en los noventa: “No somos vergonzosos ni pudorosos como individuos, pero sí como sociedad y cultura”, lamenta el autor, “hay una razón por la que en España hasta hace cinco minutos no hacía películas de acción: no te lo creías. Veías a Carmelo Gómez o Antonio Resines empuñando una pistola y saltando por los aires de un helicóptero y te entraba la risa. No había comedias románticas porque se consideraba una americanada”.

“En la música pasaba igual”, suma, “en los 80 los artistas buscaban provocar y escandalizar por una cuestión de transgresión política. Pero en cuanto la cosa se calmó un poquito, lo que querían era caer bien, gustar, no molestar y por eso tenemos el pop rock. Un híbrido que no llega a ser tan artificial como el pop ni tan crudo como el rock. Una especie de mezcla inofensiva que nos ha dado grandes artistas y temazos, pero que generaba prejuicio contra Mónica porque ella era puro artificio”. Para Sanguino, lo que marcó la diferencia y permitió su salto fue que ella no quiso imitar a Madonna ni a Mariah Carey. “Tenía claros sus referentes pero todo pasaba por lo español, la copla, el folclore, la tonadilla, el melodrama. Es lo primero que espantó a las radios y a la prensa generalista, pero que luego conquistó el público”, comenta.

En esa época, el grupo Prisa ostentaba una influencia sin precedentes sobre el mercado musical, al aglomerar a las cuatro emisoras más populares: Cadena Dial, Radiolé, M80 y Los 40 Principales. Sobre la última, Sanguino escribe que “no era más que una maquinaria registradora, un escaparate que dependía de las grandes compañías. Pero eso no significaba que el dinero lo comprase todo. A Mónica Naranjo no la querían ni pagando. No le debían nada ni tenían ninguna necesidad de arriesgarse a perturbar al oyente o incluso empujarle a cambiar de emisora. La música de Palabra de mujer buscaba precisamente eso: perturbar, alterar, hacer saltar por los aires el sistema nervioso”. Y lo consiguió.

20 años después del lanzamiento del disco, cabría preguntarse si los prejuicios a lo que ella y el resto de artistas del país han tenido que enfrentarse, se mantienen actualmente. El escritor opina que sí: “Se ha visto con Rosalía, que es la mayor estrella del pop que ha surgido a nivel internacional desde Julio Iglesias y, aun así, nos costó abrazar el fenómeno”. Se mantienen los prejuicios, pero aumenta el respeto, sobre todo hacia las estrellas femeninas.

“Rosalía es muy famosa, pero no tanto como lo fueron Mónica, Marta Sánchez o Alejandro Sanz”. Su disco Más es el más vendido de la historia de España, y además duplica al segundo, Corazón Latino de David Bisbal. “Era otro tipo de sociedad monocultural en la que todos los españoles veíamos, consumíamos y hablábamos de lo mismo a la vez. El ejemplo perfecto es Manuel Carrasco. Un tío que ha dado el concierto más multitudinario de la historia en España, dos veces, y que va a volver a hacerlo el 2 y 3 de junio en La Cartuja de Sevilla. Sin embargo, hay millones de españoles a los que si les preguntas, no serían capaces de tararearte una canción suya. Hace 30 años, alguien de este calibre como podían ser Miguel Bosé o Mecano, todo el mundo sabía quiénes eran”, valora.

Los 'magos de Oz' de la industria musical

“Siempre se ha considerado a las mujeres artistas como fenómenos de la naturaleza. Se decía, como a Marisol, el 'esta niña ha nacido con una voz de oro'. Pero ahora: 'Déjanos a los hombres trabajar. Coger tu voz, moldear tu imagen, tu música, tus letras'”, expone Sanguino, que sostiene que el arquetipo de mujer rodeada de hombres ha estado “siempre ahí”. Le pasó a Barbra Streisand, a Whitney Houston, a Marta Sánchez. “Hasta a las folclóricas, que por mucho que fueran mujeres fuertes, con unos discursos transgresores y muy rupturistas”, apunta.

También se decía que “Madonna se sabe rodear muy bien” o “Björk ha encontrado al productor perfecto”. “Siempre hay un 'mago de Oz' detrás de todas las cortinas de las artistas femeninas. Todo el mundo habla de quién está detrás de Rosalía pero no de Pablo López, como si él lo hiciera todo. Parece que Raphael salió de la nada o que Julio Iglesias tuvo un accidente de coche, cogió una guitarra y compuso La vida sigue igual. Y no, Julio Iglesias no ha compuesto una canción en su vida, pero a los hombres se les da una credibilidad por defecto”, explica. Y advierte: “Le pasó a Mónica, le pasa a Rosalía y le pasará a muchas más”.

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