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Juan Villoro: “No éramos mexicanos puros antes de la llegada de los españoles ni lo volvimos a ser con la independencia”

Juan Villoro

Miguel Ángel Villena

Pocos autores latinoamericanos conocen tan bien las dos orillas del Atlántico como el mexicano Juan Villoro. De hecho, puede presumir de mestizaje este prolífico escritor y periodista, hijo de un filósofo catalán y una psicóloga yucateca, residente durante años en Barcelona y en Berlín, profesor en varias temporadas en Estados Unidos y, sobre todo, lúcido cronista de un México tan contradictorio como fascinante.

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) publica ahora El vértigo horizontal (Anagrama), un extenso recopilatorio de lugares, personajes, ceremonias y sobresaltos sobre una capital desmesurada, cuyas estadísticas sitúan su población en una horquilla entre 17 y 21 millones de habitantes, sin determinar a ciencia cierta. Fruto de décadas de observación y escritura sobre la ciudad en la que nació y donde vive (no sabe si “por voluntad de quedarse o por fatalidad”), el último libro de Villoro traza un magistral friso de un país ahora en el centro de una polémica con España y siempre en conflicto con Estados Unidos.

Sin pretenderlo su autor, El vértigo horizontal aparece cuando todavía no se han acallado los mutuos reproches entre México y España tras la reciente exigencia de disculpas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, (AMLO), al rey por los desmanes y barbaridades cometidas durante la conquista y la colonia.

Tras subrayar, una y otra vez, su reivindicación del mestizaje, Juan Villoro define así la postura de AMLO: “En México se está haciendo un uso interesado del elemento indígena porque se utiliza retóricamente el pasado para justificar el presente. A mí puede parecerme correcto que nuestro presidente pida perdón por vulneraciones de los derechos humanos cometidos por gobiernos mexicanos recientes. Pero exigir disculpas por sucesos que ocurrieron hace 500 años, me parece un uso demagógico. Además, no conviene olvidar que los aztecas también fueron opresores de otras naciones y pueblos prehispánicos”.

Villoro viene a decir, en una entrevista con eldiario.es, sin negar por supuesto los abusos de los conquistadores, que las autoridades mexicanas de hoy deberían predicar con el ejemplo y destaca el caso del llamado tren maya (“de maya sólo tiene el nombre”) que, en su opinión, destruye comunidades indígenas actuales en la península del Yucatán mientras se pide respeto para sus antepasados de hace 500 años.

Formado en el periodismo, una profesión que sigue ejerciendo en medios mexicanos como Reforma y en algunos españoles, y autor de una extensísima y variada obra literaria que incluye novelas, crónicas, teatro, ensayos y libros de viajes, este intelectual alto y espigado, de voz pausada y grave, se ha convertido en uno de los escritores latinoamericanos más sobresalientes de su generación. Con su ciudad y su país como protagonistas fundamentales de toda su literatura, Juan Villoro ha estudiado a fondo la convulsa historia de México y ese bagaje le lleva a no incurrir en tópicos maniqueos. “No éramos mexicanos puros”, explica, “antes de la llegada de los españoles ni lo volvimos a ser con la independencia. Entre otras muchas paradojas el movimiento por la independencia fue impulsado por muchos españoles de México y la conquista en buena medida fue acometida por comunidades indígenas que estaban sojuzgadas por los aztecas”.

Ciudad de México, ciudad nómada

Muy crítico siempre con las clases dominantes mexicanas, el autor de novelas como Arrecife o de ensayos sobre fútbol como Dios es redondo se interroga en su último libro sobre la actualidad y escribe párrafos así: “Doscientos años después de la Colonia es más barato comprar en España un paquete turístico a la Riviera Maya que hacerlo en México y una llamada telefónica de Madrid a la Ciudad de México cuesta lo mismo que el IVA de una llamada en sentido inverso. ¿Qué ha pasado?” Para contestar a esa y otras preguntas ha escrito El vértigo horizontal.

A lo largo de la charla, Villoro recuerda que publicó una crónica sobre el metro de Ciudad de México en marzo de 1994, durante el levantamiento zapatista, para trazar un paralelismo entre los pueblos originarios y la sociedad mexicana contemporánea donde en el suburbano solamente viaja gente de piel morena. Entretanto, los blancos siempre transitan por la superficie y los políticos o los banqueros disfrutan de una situación privilegiada. “El metro”, relata Villoro, “como tantas otras metáforas en Ciudad de México, representa un sistema de segregación racial”.

No obstante, el escritor nunca ha abandonado su ciudad natal, a pesar de largas estancias en otros países, y define este amor como “neurótico”. En cualquier caso, se trata de una urbe con muchos estímulos, muy creativa y rebosante de historias singulares que sirven de constante inspiración para Juan Villoro. Pero no oculta el carácter agobiante de una metrópoli que contaba con cuatro millones de habitantes cuando Carlos Fuentes escribió La región más transparente, en 1958, y que en la actualidad alcanza una horquilla, imposible de precisar, de entre 17 y 21 millones de personas. “Sin duda”, manifiesta el autor de El vértigo horizontal, un libro que incluye medio centenar de fotografías, “es un paisaje en constante movimiento, una ciudad que tiene una condición nómada”.

A la hora de matizar el título de estas crónicas urbanas, su autor comenta que tendemos a definir el vértigo como algo vertical, pero que inmensidades como La Pampa o la Antártida (o Ciudad de México) avalan que el fenómeno también pueda desplegarse en horizontal. Construida en su evolución como una capital de casas bajas debido al riesgo de terremotos y a la orografía de un terreno que se asienta sobre un antiguo lago, Ciudad de México deriva ahora hacia el modelo vertical de Manhattan.

Así  pues, de todos estos prodigiosos cambios, en un estilo entre el periodismo y la literatura, con una suave ironía y un enfoque ácido y tierno al mismo tiempo, da cuenta un Juan Villoro que reconoce que cambia mucho de géneros literarios porque siente curiosidad por muchas cosas. “Podría decir”, señala, “que soy muy disperso y, si persevero en esa dispersión, puedo llegar a la versatilidad. Pero, en definitiva, me horroriza el infierno de la repetición. Por ello me gustan los retos diferentes y, si cambio de género literario, tengo la sensación de que no voy a caer en la rutina”.

Escritor de un español brillante, variado y lleno de influencias tanto de la calle como de la tradición literaria a ambos lados del Atlántico, Villoro se muestra optimista sobre el futuro de nuestra lengua común que cuenta en México con el mayor número de hispanohablantes: 125 millones de personas. “La lengua en México”, concluye, “mantiene su pujanza y su poderío, es un español rico y fuerte, a pesar de que compartimos con Estados Unidos una larguísima frontera, la más cruzada entre un país rico y uno del llamado tercer mundo”.

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