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Entrevista Humorista

'Marrón', unas “memorias rabiosas” para despojarse de racismo y escuchar reguetón

Rocío Quillahuaman, autora de 'Marrón'

Laura García Higueras

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“Cuando era adolescente me fregué tanto la piel, con tanta fuerza y rabia, que acabé arrancándome un trozo y sangrando”. Este es solo uno de los episodios que Rocío Quillahuaman relata en Marrón (Blackie Books), libro que ella misma define como sus “memorias rabiosas” por la mirada con la que recorre su infancia y adolescencia. Nació en Lima en 1994 y diez años después se trasladó con su familia a Barcelona. En el aeropuerto, la policía destripó el peluche gigante de Winnie de Pooh que llevaba con ella, en busca de droga. Aquel fue el detonante —aunque en realidad había empezado mucho antes— que le obligó a tener que acostumbrarse a vivir en un mundo racista y misógino que continuamente le recordaba que estaba fuera de lugar.

Pese a que en su casa se esperaba que estudiara Medicina, optó por Comunicación Audiovisual, sector al que se ha dedicado desde entonces. Hace varios años comenzó a dibujar fan arts en los que vuelca sus sentimientos y, más de trescientos retratos después, ha llegado a exponer en diferentes ciudades de España. Sus animaciones y viñetas se han popularizado tanto que actualmente acumula más de 180.000 seguidores en Instagram. Hace tres años decidió cambiar los diseños por las letras para relatar su historia. Un proceso que describe como “un infierno” por todo lo que ha implicado “hurgar en las huellas” de su pasado. En el volumen habla sobre el racismo que ella misma también interiorizó y las consecuencias que ha tenido en su manera de relacionarse con el mundo.

“Queríamos escapar de nosotras mismas para aspirar a ser nuestras mejores versiones, siendo esa 'mejor' versión simplemente una negación de lo que éramos y de dónde veníamos”, explica en Marrón. Quillahuaman reconoce a este periódico que no confía en que el racismo se vaya a extinguir en algún momento. “Depende de hacer un trabajo de empatía que no mucha gente es capaz de tener”, lamenta. La autora reivindica el reguetón y que los artistas sean claros al hablar sobre sus orígenes, ya que considera que “muchos no son transparentes y las personas acaban creyendo que si trabajan duro les irá bien. Y no es así”.

En la biografía del libro describe que tu profesión es “dibujar mal”. ¿Por qué esta carta de presentación?

Es la manera en la que abordo el dibujo. También lo digo porque no soy dibujante ni he estudiado bellas artes o ilustración. Empecé a dibujar como lo harías tú si comenzaras a hacerlo ahora. Cada vez lo hago mejor pero para mí es horrible porque quiero dibujar mal [ríe]. Es mi identidad.

En el libro habla de lo duros que han sido estos tres años “hurgando en las llagas de tu pasado”. Ahora que Marrón está ya en las librerías, ¿qué valoración hace del “infierno” que ha supuesto?

Durante el proceso fue durísimo, también por esa sensación de estar haciendo algo que parecía que no se iba a acabar nunca. Por una parte está todo lo que ha supuesto hablar de mi pasado, quitar velos que había usado para tapar cosas, enfrentarme a ello, aprender a gestionarlo y trasladarlo al libro. Y por otra el hecho de escribir en sí mismo. Es algo que está muy romantizado pero que en realidad es un ejercicio muy duro. Ha sido una experiencia agotadora pero al ver el resultado siento que ha merecido la pena.

“La gente blanca no se cansa de verse como protagonistas” es una conclusión a la que llegó desde pequeña ante la falta de referentes. ¿Por qué ocurre?

Escribí Marrón pensando en que lo leería una niña como yo cuando llegué aquí y que le serviría para algo. O gente que vivió mi experiencia y le acompañaría en sus recuerdos. Pero también temí que fuera a haber gente que no se acercaría tanto a mi libro porque igual prefieren leer algo que les suene más. Están acostumbrados a ver series y películas donde no hay representación de gente como yo. Igual leen la sinopsis de Marrón, sienten que se les queda lejos y prefieren desentenderse. No me gustaría que fuera así, sino un libro que alcanzase a gente como yo y gente que no lo sea pero que pueda empatizar con mi historia.

Relata que una vez llegó a frotarse tanto la piel que acabó sangrando. ¿Qué supuso aquel episodio?

Fue la consecuencia de un racismo que está interiorizado y está en todas partes. Y que yo también interiorizo. Me acabo atacando a partir de lo que recibo desde fuera. Esto me daba mucha rabia ahora que soy consciente, porque me lo había hecho yo, pero en realidad no. Viene de fuera. Lo he normalizado durante tanto tiempo que he visto normal entrar en el metro y sentir que la gente me mira o entrar en una tienda y que me persiguiera el de seguridad. En el momento en el que haces click y te das cuenta, todo cambia.

He visto normal entrar en el metro y sentir que la gente me mirara o entrar en una tienda y que me persiguiera el de seguridad.

Rocío Quillahuaman

¿Cómo se da cuenta de que, en efecto, no es normal?

Siempre había optado por pensar que “aquí no ha pasado nada”, pero la primera vez que me enfrenté a esos recuerdos me di cuenta de que esto estaba presente. Es algo con lo que convivo constantemente y no puedo decir “no pasa nada”. Al revés, me quiero quejar.

En su adolescencia en Barcelona se dio cuenta de que “ser latino es sinónimo de problemas” e incluso está concebido como algo “peligroso”. Visto desde el presente, ¿qué habría cambiado si el contexto hubiera sido diferente?

Es una pregunta que me hago. Todo el rato sentía que no encajaba en ninguna parte. Si estaba con gente latina me sentía una impostora. Cuando estaba con españoles, igual. Vivía en un continuo mareo de no saber de dónde soy. De no estar en ninguna parte y buscar cómo encajar.

¿España es un país racista?

Está presente y hay mucho racismo institucional. En Perú también lo hay. En unas semanas iré a Lima y soy consciente de que tampoco me voy a sentir 100% segura. Iré a un centro comercial de una zona bien y también recibiré racismo por mi color de piel. Está tan interiorizado en todas partes que es muy difícil escapar de eso. Lo veo todavía hoy en día. Ahora me lo tomo de otra manera porque tengo otras herramientas, pero me sigue indignando al saber que está presente. Nunca se me ocurriría decir que no hay racismo en España porque no es así.

¿Llegaremos a vivir en un mundo que no sea racista?

Sería lo ideal, pero depende de un trabajo de empatía que no sé si mucha gente es capaz de tener. Tal y como está la situación, cada noticia que ves da la sensación de que todo va para atrás.

¿Está admitido que las mujeres no seamos simpáticas “todo el tiempo”?

No. En mis animaciones me cabreo mucho, pero ahí está admitido porque está controlado. Me imagino indignándome con algo en cualquier otro ámbito y es distinto. Si estoy en una conversación siento que si toco determinados temas me van a encasillar en un papel de “viene a aleccionarnos” y eso hace que te rebajes. Lucho contra eso como muchas lo hacemos, pero todavía hoy en día hay esta imposición de tener que ser correctas. En mis animaciones conseguí hacer catarsis y salir de esto.

Indica que entrar a trabajar en una empresa que asegura que “es como una familia” es una señal de que va a vivir la peor experiencia de su vida. ¿Por qué?

Tu familia es tu familia y el trabajo es el trabajo. Cuando se mezclan las dos cosas, todo va a ir a mal. Las familias tienen dinámicas de familia y el trabajo tiene que tener dinámicas de trabajo. Si un trabajo está intentando tener dinámicas de familia es muy peligroso porque están intentando aprovecharse de estas para conseguir cosas que les generan más ventajas a ellos que al trabajador. Igual a veces se ve como algo positivo, porque ya que vas a pasar tanto tiempo en la empresa, mejor que sea así, pero en realidad es algo que está destinado al fracaso.

Las familias tienen dinámicas de familia y el trabajo tiene que tener dinámicas de trabajo

Rocío Quillahuaman

El racismo determinó su relación con el reguetón, ya que cuando era adolescente escucharlo era sinónimo de no tener recursos. Ahora se percibe de forma totalmente distinta. ¿Cómo ha cambiado su experiencia?

En Lima, mi familia relacionaba la música cumbia con la que no debíamos escuchar, porque nosotras no éramos “así”. Una vez llegué a Barcelona, como en el colegio había una mezcla de todo, pude escuchar reguetón. Me gustaba y me lo ponía a escondidas porque si mis hermanas se hubieran enterado de que lo hacía, se habrían metido conmigo. Me daba vergüenza. Cuando se puso de moda fue un shock.

Reivindica que los artistas deben explicar su origen. ¿Por qué es importante compartirlo?

Siempre que doy una charla empiezo contando de dónde vengo para que la gente no piense que lo que me ha pasado a mi con las animaciones significa que a todo el mundo le pueda ir bien siendo autónomo. Soy transparente porque muchos artistas no lo hacen y la gente acaba creyendo que si trabaja duro le irá superbien. Y no es así. Las redes sociales ayudan poco porque en ellas todo está muy idealizado.

¿Por qué no es lo habitual?

Seguramente porque están en una posición muy privilegiada en la que nunca han tenido que plantearse ninguna pregunta. Yo, como he tenido la vida que he tenido, me he hecho muchas. De hecho, mucha gente que se dedica solo al arte es muy privilegiada. Vienen de familias que les pueden dar un soporte para que se dediquen solo a eso. No creo que haya ni mala intención, simplemente no son conscientes porque como sus vidas son ideales no tienen por qué mirar hacia otro lado.

Esto deja a mucho talento sin oportunidades.

Sí. Me preocupa mucho todas las historias que no estamos escuchando. Yo tengo mucha suerte porque mi realidad podría ser muy distinta como persona migrante. Tengo suerte de tener el privilegio dentro de mi no privilegio de hacer estas cosas porque hay mucha gente a la que no le da la vida. Que tienen jornadas interminables y no tienen energía al llegar a casa para ponerse creativos y contar sus historias.

En el último capítulo indica que ahora es dueña de su propia historia, que sabe quién es y que va a liarse “a hostias” con todos. ¿Qué lugar ocupa en usted la rabia?

En estos años he aprendido a gestionarla porque antes la rabia me controlaba. Al haber hecho este proceso y haber aprendido a controlarla, es genial a nivel creativo y para mi vida en general. Sentir eso pero saber gestionarlo y trasladarlo bien. No ser impulsiva. Había capítulos que escribía que al releerlos los veía llenos de rabia. Trabajaba los capítulos para que si había rabia se mostrase de una manera no más correcta, pero sí con la que me sintiera cómoda. Que controlo la manera de enseñar esa rabia y no es ella la que me lleva a escribir cada frase.

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